Cómo lidiar con un preadolescente 'para dummies'
Este 13 de junio se estrenó en las salas de cine de Colombia Intensamente 2, una película en la que su protagonista es Riley, una preadolescente de 13 años que experimenta nuevas emociones como Ansiedad y Aburrimiento, que llegaron para quedarse. Tanto en la primera parte de Intensamente como en la segunda, las películas dejan en evidencia que los padres de Riley, en el fondo, están confundidos sobre cómo lidiar con los cambios que su hija enfrenta.
Precisamente esa edad, entre los 9 y los 13 años, tiende a ser una etapa compleja para quien la transita. Pero, para los padres o cuidadores, también se convierte en un momento complicado y de muchos cambios. Es, al igual que la infancia, un momento de la vida que tiene relevancia en la forma de relacionarse con su entorno e incluso en el resto de su vida, por lo que el acompañamiento de los adultos es fundamental.
Hablamos con la psicóloga Camila Moreno, CEO de Zender Psicología —quien tiene amplia experiencia en el acompañamiento de paternidades y maternidades, y también en acompañamiento a menores de edad—, para armar esta guía con algunas recomendaciones enfocadas en hacer de la preadolescencia una situación más llevadera para todos en el hogar.
Según un artículo de 2023 de la Cámara de Representantes de Colombia, se estima que casi el 45 % de los niños y niñas del país tienen indicios de algún trastorno mental como ansiedad o depresión.
¿Cómo podemos identificar que un niño pasa por un momento de ansiedad o depresión?
El rol de los padres, profesores o cuidadores en medio de todos los cambios que se experimentan en la preadolescencia, es clave para poder identificar las señales. Esto porque el niño todavía no tiene las herramientas suficientes para saber qué es lo que le está pasando y mucho menos para saber manejarlo.
Camila comenta que se pueden identificar señales fisiológicas, en el caso de la ansiedad, como que el niño se sonroje, o que le cueste mantenerse quieto. También es una señal la aceleración en el ritmo de la respiración, la tartamudez, el sonambulismo, que se succionen el pulgar, o inclusive que no logren controlar esfínteres.
“Se ve muy afectado el tema atencional. Son niños que les cuesta mantenerse atentos en la escuela, seguir instrucciones, o que presentan también afectaciones en la memoria. Tienen olvidos frecuentes, los papás les piden que vayan a hacer algo y se les olvida”, añade Camila.
En cuanto a la depresión, una señal clave es el bajo estado de ánimo. Explica la experta que “los niños se vuelven más irritables, es decir, se enojan más fácil, o también están muy sensibles: lloran muy fácil y tienen afectaciones emocionales con estímulos muy pequeños. También hay alteraciones tanto en el sueño como en la alimentación, puede ser que duerman mucho o que tengan insomnio”.
Camila menciona que en estos casos hay que estar muy atentos a las verbalizaciones que hace el niño. Si expresa de algún modo estar intranquilo o pesimista sobre el futuro, sus capacidades y habilidades, es una alerta.
Para diferenciar si se trata de solo síntomas de depresión y ansiedad, o de un síndrome como tal, se recomienda profundizar en los pensamientos autodestructivos que tiene el niño, además de revisar la intensidad y la duración de los síntomas y si estos le están incapacitando en su vida diaria de alguna forma.
¿Qué le puede preocupar a alguien a tan corta edad?
Algunos de los eventos más comunes que pueden ser precipitantes para que estos síntomas se presenten en los niños son los cambios en el colegio, eventos de maltrato, el duelo por algún familiar, un cambio de casa, el nacimiento de un hermano y similares. Hay que tener en cuenta que están aprendiendo a vivir y muchas de las cosas las están experimentando por primera vez, se están adaptando, por lo que nada resultaría por ser insignificante.
Precisamente el escuchar se vuelve una actividad clave en este tránsito.
¿Cómo mejoro la comunicación si mi hijo no me habla?
Para mejorar la relación y disminuir el distanciamiento, si lo hay, Camila recomienda primero identificar cuál es el motivo por el que no hay una buena comunicación. Puede ser que no compartan los mismos intereses, que tengan conflictos constantemente, que no compartan tiempo de calidad, o que no hayan tenido realmente una conversación antes.
Es importante, antes que todo, tener la disposición de escuchar y ser empáticos. “Los adultos en general solemos hablar con los chicos más como en tono de entrevista. Entonces les hacemos preguntas cerradas como ¿comiste?, ¿hiciste tal cosa?, y se nos olvida que nosotros podemos hacer una conversación más amena, genuina, con preguntas abiertas. Por ejemplo, ¿qué tal estuvo tu día?, ¿cómo te fue con esta tarea?, ¿cómo te fue con esta dificultad que tenías?, en vez de limitar las conversaciones a preguntas cerradas que solo requieran responder sí o no”, comenta la psicóloga.
También es importante el no interrumpirles y no sermonearles a manera de regaño por lo que expresen. Esto puede motivar a que la próxima vez que quieran manifestar algo se abstengan por miedo de recibir esa respuesta negativa o que les resultaría conflictiva.
Una razón común del distanciamiento, en ese rango de edad, es que la exploración social se convierte en una prioridad. Sentirse parte de un grupo les ayuda a formar su identidad y, por ello, puede que dediquen más tiempo a sus amistades que a la familia. “Venimos de un niño que estamos cuidando, que su figura de protección soy yo, y pasamos a un adolescente que quiere cuidarse solo, quiere hacer sus cosas solo o con amigos y quiere generar independencia”, agrega Camila.
Por lo anterior puede ser de ayuda aprender sobre sus intereses, compartir con ellos esos espacios que les son gratificantes y buscar gustos en común para pasar tiempo de calidad. Pero primordialmente, se recomienda ser flexible, es decir, aceptar que tu hijo puede tener opiniones y gustos diferentes a los tuyos y que eso está bien.
Ofrecer y revisar alternativas también es una opción. Camila lo explica como: “si nosotros como papás no estamos de acuerdo respecto a alguna decisión, podemos orientarlos y ayudarles a ver diferentes opciones, pros y contras para que ellos también puedan identificar y aprender a tomar decisiones”.
Por último, es importante saber reconocer y resaltar las cosas positivas, usando de mejor manera las palabras. La psicóloga cuenta que “los papás muchas veces llegan a consulta y nos dicen ‘es que mi hijo no hace’, ‘es que mi hijo no dice’, y nos cuentan todo lo que el chico hace ‘mal’. Cuando les preguntamos ¿qué sí hace tu hijo, qué cosas positivas hace?, es una pregunta que los deja completamente incómodos o sin saber qué responder”.
La invitación que hacen desde Zender Psicología es a cambiar la manera en la que se expresan. Reemplazar un “si ves que sí podías”, por un “sabía que podías lograrlo”.
¿Entonces tengo que ser amigo de mi hijo? ¡No!
El ejercicio no se trata de ser totalmente permisivos ni de convertirse en los mejores amigos de los hijos, y lo fundamental para que la relación funcione son los límites y las normas. Los límites deben ser claros, razonables y acordes a la edad del adolescente. No es lo mismo decirle “regresa temprano”, a decirle “te espero en la casa a las 7”, hay que ser específicos para evitar malentendidos.
Tampoco se trata de ser los más rígidos con las normas. Camila recomienda estar en constante negociación. Lo cierto es que intentar controlar lo que hace el adolescente en todo momento nunca será posible, estará en espacios en los que no se le pueda supervisar y por ello es importante ser flexibles y dar margen a cometer errores.
A pesar de no estar de acuerdo con algunas cosas y aunque se les quiera proteger de situaciones desagradables, hay que permitirles explorar, sobre todo en el ámbito de su imagen corporal, ya que esto tiene gran peso en la autoestima, la construcción de su identidad y en el hecho de sentirse o no incluido en sus relaciones sociales. Claramente, todo desde la responsabilidad y los límites.
No está de más permitirles hacer un cambio que no les cause ningún daño a sí mismos o a alguien más, y que no repercuta en algún otro ámbito. Pero primero es bueno entender por qué ese cambio es importante, preguntar qué es lo que les llama la atención y por qué lo quieren hacer antes de entrar a negociar y permitir.
Tip extra para fortalecer la relación de confianza
Camila comenta que el ejercicio de la confianza con los hijos no solo consiste en escucharles abiertamente y orientar, sino también en dar el ejemplo.
“Los papás pueden sentarse con ellos y pueden contarles sobre su día y demás. Claramente, sin llegar al punto de cargarlos con situaciones de adultos, pero sí hablarles un poco sobre sus propias emociones, sobre sus propias experiencias, para que ellos también se sientan cómodos en el momento en el que quieran compartirnos algo y sepan que hay una persona que lo escucha así como él a mí. No está de más contarle que me sentí triste o me enojé por una situación en el trabajo, aunque parezca un tema de adultos”, argumenta Camila.
¡Notita para no olvidar!
Por más que parezca que el adolescente ya está adquiriendo independencia y autonomía, no hay que dejar de acompañar. “Los adolescentes necesitan la misma atención y el mismo amor y cuidado que un niño, respetando ciertos espacios y demás, pero no olvidarnos de eso por el hecho de que ya lo vemos autónomo. Aún está en un proceso de aprendizaje”.
¿Y si ya leí esto y todavía no sé cómo manejar la situación?
Siempre es recomendable, ante cualquier duda, acudir con un experto. Cada niño, niña y adolescente es un caso especial y con necesidades específicas, esta guía es una recopilación de experiencias que han funcionado en otros casos y que te podrían (o no) funcionar a ti. La mejor opción es acudir con un profesional que se pueda enfocar en el caso para poder brindarte las herramientas y orientación adecuada a tus situaciones en concreto.