Rock al Parque 2022: el festival cambió y está bien
Una de las tradiciones anuales bogotanas que había quedado congelada por la pandemia y finalmente regresó es quejarse del cartel de Rock al Parque. Año tras año, el anuncio de las bandas que participan en este festival despierta todo tipo de críticas, burlas, indignaciones y hasta pleitos jurídicos. Y eso está bien: el debate, la crítica constructiva, la burla, son vitales en la vida y en los asuntos públicos, pero no deja de llamar la atención lo ridículos que son algunos de los argumentos que se encuentran por ahí.
Que el festival ya no es de rock, que profanaron el nombre del festival cuando pusieron unas flores en una pieza gráfica, que no hay suficiente metal, que los jóvenes no saben de música y están jodiendo todo, que el festival debería acabarse porque ya no es igual que hace 20 años y otras cosas que salen del territorio de lo absurdo y el berrinche, para meterse directo en la discriminación, la homofobia y el racismo.
Esto debería preocuparnos porque si bien a la gente no tiene porque gustarle ni estar de acuerdo con el cartel de Rock al Parque, esto no puede ser usado esto como excusa para esparcir discursos de odio.
Al parecer algunos internautas no tienen claro que Rock al Parque, y en general los festivales públicos, son distintos al resto de los eventos privados, porque los atraviesan unas complejidades sociales y políticas que van más allá de generar entretenimiento.
Lo primero que hay que recordar es que desde 1995 Rock al Parque se ha configurado como un festival público. No es simplemente un festival gratuito, no es solo un regalo para la ciudadanía, este es una acción política cuya base y esencia está en la Constitución.
Por ejemplo: el artículo 16 dice que “Toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad”, el 52 reconoce el derecho a la recreación y el deporte, el 20 otorga el derecho a la libertad de expresión y el 70 dice que: “El Estado tiene el deber de promover y fomentar el acceso a la cultura de todos los colombianos en igualdad de oportunidades, por medio de la educación permanente y la enseñanza científica, técnica, artística y profesional en todas las etapas del proceso de creación de la identidad nacional”.
Rock al Parque responde a esta necesidad de crear espacios culturales donde la ciudadanía pueda expresarse, encontrarse, descubrir y entretenerse, pero desde un punto de vista enfocado en los jóvenes de Bogotá. Desde su inicio el festival buscó crear una ventana necesaria para que la juventud pudiera desarrollarse libremente y ejercer sus derechos.
En los 80 y 90 ser rockero y ser distinto en Bogotá era muy difícil. La persecución y la violencia eran la ley de la calle y para ir a espacios de encuentro y expresión había que buscar en las esquinas más remotas de la ciudad. Rock al Parque abrió esa caja de Pandora que era el underground y se convirtió en una válvula de escape que permitió a miles de personas liberar su energía y generar las condiciones para que la ciudadanía pudiera ver shows de artistas internacionales que durante muchos años fueron una rareza en el país.
Ese es el segundo punto a tener en cuenta cuando se mira el cartel de Rock al Parque 2022, y es que nada, absolutamente nada, puede quedarse 28 años estático, sin modificarse y respondiendo a lo mismo y menos algo que se hace con fondos públicos.
Los jóvenes de los 90 hoy están o cerca a los 40 o ya pasaron esa barrera de edad y por eso pretender que el festival siga respondiendo a las necesidades y gustos de hace dos décadas es ridículo.
También hay que tener claro que Rock al Parque no solo son cuatro días de concierto. Este festival ha tenido una incidencia directa en la creación de una industria musical. Algunos dirán que para bien, otros que para mal, pero no se puede negar que el desarrollo que se ha visto en las últimas décadas, tiene un aporte importante por parte de este festival.
Sin duda donde tal vez más impacto tiene esto es en el metal. Hace 20 años no era tan común lograr que las bandas internacionales pasaran por Colombia y Rock al Parque cubrió ese vacío trayendo los shows más icónicos de la música extrema como Brujería, Exodus, Napalm Death, Anthrax, Apocalyptica, entre otros.
Pero a lo largo de los años han nacido distintos proyectos individuales y colectivos que han derivado en empresas que con mucho esfuerzo y pérdidas lograron posicionar a Bogotá como una parada recurrente dentro de las giras. Esto ha sido muy importante para generar una industria, que si bien es pequeña todavía, ha ayudado a bandas, emprendedores y empresarios a vivir de la música y a armar carreras alrededor de sus proyectos.
Si vemos la agenda de Bogotá de los últimos cuatro meses, es claro notar que prácticamente una vez por semana viene una gran banda extranjera de metal. Aparte, hay una fuerte, talentosa y muy amplia escena local en la cual existen muchas bandas que están a la altura del metal internacional. Por eso tal vez es importante hacerse algunas preguntas: ¿vale la pena seguir poniendo tantas bandas de metal en Rock al Parque? ¿No será mejor pagar por los conciertos y así ayudar a que toda la escena crezca y sea sostenible?
Es importante aclarar que el metal es parte del ADN del festival y el primer día siempre será para estos sonidos. Para muchos jóvenes que todavía están estudiando o están comenzando sus vidas laborales, Rock al Parque es la primera oportunidad que tienen para ver música en vivo. Eso debe mantenerse pero no se puede pretender que un festival de cuatro días hecho con dinero público, esté dedicado en su mayoría a un solo nicho. Sobre todo uno que maneja una de las mayores ofertas del mercado.
Es muy positivo que este año el Festival del Maligno se desarrolle el mismo fin de semana de Rock al Parque y el KnotFest una semana después, porque aparte de nutrir la oferta, estos eventos se convierten en complementos.
Este año en el festival no hay tantos grandes nombres internacionales como en otras ediciones, a excepción de Watain y Epica, pero sí hay grandes nombres locales. Desde los históricos como Blasfemia y Masacre, hasta los más contemporáneos como The Scum o Ynuk. Sin duda esa es una forma muy positiva de apoyar sin competir.
También es vital recordar que estamos en 2022 no en 1994 y la ciudad, sus habitantes, el país y el mundo son muy distintos. Hoy las nuevas generaciones tienen otras inquietudes sonoras, estéticas y políticas y también están construyendo desde la creatividad, la terquedad y la autogestión cosas nuevas y fascinantes.
Hay una nueva generación rompiendo los paradigmas de una forma que no se veía desde los 60, la cual es inquieta, abierta y muy rebelde, y está empezando a volverse una fuerza de choque que asusta, indigna y ofende a muchas personas que se han visto confrontadas por las banderas de estos jóvenes. Esta nueva generación está creando un recambio en el festival y está pidiendo la palabra.
Tal vez lo más interesante de este cartel es que es el inicio de una nueva era para el festival que está leyendo muy bien el contexto presente y adaptándose a los retos. Actualmente es muy difícil tratar de emular algo similar a Estéreo Picnic ya que traer ese tipo de artistas es muy costoso, además el festival de Páramo cubre una necesidad y un nicho específico.
Este año el cartel de Rock al Parque nos muestra una apuesta por convertir el festival en una gran plataforma regional. En toda Latinoamérica se están gestando proyectos nuevos y esta es la oportunidad para solidificar la función de Rock al Parque como una de las ventanas más grandes del talento latino que existen en el mundo. Entre clásicos como Bersuit Vergarabat, 1280 Almas y La Maldita Vecindad y nuevos como Las Ligas Menores, Cat Nap y The Warning, se está apostando por refrescar el público.
Es muy emocionante ver cómo un evento logra juntar tantos gustos dispares pero a la larga unidos por la misma pasión. Da tristeza ver personas cerradas a la posibilidad de escuchar sonidos nuevos y salirse por unas horas de la zona de confort y la burbuja estética. Pero a la larga está bien si alguien no quiere ir o no le gusta la oferta, el problema es pretender negarle esa oportunidad al resto.
Y peor aún, hay quienes pretenden definir el rock como una sola cosa, encerrarlo en esquemas académicos y de manera hegemónica dictaminar que es digno de llamarse rock. Cuando esta es una música mutante por esencia, hecha desde la intuición, la rebeldía y lo sacrílego.
Nos guste o no el mundo es distinto, el discurso de el cambio que viene sonando desde el inicio de la pandemia es algo material y está sacudiendo todo. Tal vez es hora de dejar la quejadera y abrazar el emocionante momento creativo que estamos viendo. Estos cuatro días muestran el rostro de una ciudad construida desde la diversidad, la ruptura y la inconformidad. Muchas de estas bandas buscan incomodar y provocar, su espíritu es rebelde y desafiante. Y sobre todo están asegurando el futuro de Rock al Parque.