“Todo esto eran mangas”: la calle según Parlantes
Siete años tuvieron que pasar para escuchar un nuevo álbum de Parlantes. Nueve canciones que resumen la sonoridad nostálgica de una banda que juguetea con la música y con la palabra, que aprovecha las ausencias para reinventarse, una banda que es poesía íntegra.
No hay duda: la musa inspiradora de esta agrupación, y en especial de Camilo Suárez (escritor de las letras) es la calle y sus voces. O mejor, las historias que en una ciudad ocurren.
Desde aquellas que en la penumbra de las primeras horas ya están siendo escritas por “los madrugadores” (“y rescatarte de la oscura para entregarte al día”), pasando por los “afiches vivos” que callejean por los barrios de Medellín pregonando sus cantos (“el que quiera oír más que se asome, me persiga o espere otro día mi gira interbarrial”) y las tropas bravas que reseñan las calles (“me persigues y te perseguiré”), hasta las que cargan las piedras que ruedan por las corrientes de toda la ciudad.
La poesía está por todo el disco, entre las estrofas cantadas en cada canción y las referencias y citas textuales a Andrés Caicedo, Rubén Darío, Porfirio Barba Jacob y José Manuel Arango, solo por mencionar algunos. Sin duda, la ciudad que propone Parlantes en su tercer álbum es una poblada de letras.
Y es que Parlantes es una banda enamorada de la palabra, respetuosa de ella. Como en todos sus discos, la narración oral como técnica de canto reaparece. Camilo Suárez es un poeta de la calle que hila frases cotidianas pero ingeniosas. Es imposible no imaginarse a este cantante de “Balada equis” recorriendo las calles mientras narra su trayecto.
Mapa del barrio Laureles de Medellín dibujado con la letra de 'Balada equis'
Pero también es una ciudad nostálgica. Desde el nombre que lleva este compendio de canciones, una clara referencia a esas frases de los abuelos al hablar de la Medellín de hace un siglo, donde “todo esto eran mangas”, se puede evidenciar ese guiño a la añoranza urbana. Y también es una atmósfera predominante en canciones como Sinclair, una pieza melancólica donde se cuela un bandoneón que le da un leve aire porteño.
Sonoramente, el disco parece interpretado por una big band. Los pianos pierden protagonismo respecto a anteriores álbumes (en gran medida por la salida de John Henao “Heneas”, pianista del grupo y pieza clave en el proceso compositivo de Parlantes para sus dos primeras placas), pero reaparecen las guitarras y los bajos de Pedro Villa hacen papel estelar.
Mención aparte merecen los arreglos de vientos que predominan en casi toda la segunda parte del disco, y que hacen que el sonido de esta placa sea un rock al que no sería posible ni justo encasillarlo ni etiquetarlo con más palabras. Y en parte esa es una de las bondades de Parlantes como colectivo que hace música: la ausencia de pretensiones estilísticas ancladas a un género. Su narrativa no es de esquemas.
El proceso de composición y producción de Todo esto eran mangas tomó años, en parte por razones extramusicales (tratamientos médicos de algunos integrantes solo por citar una), pero también porque se quisieron tomar su tiempo para crear una pieza única, que si bien dialoga con toda su discografía en una estética rastreable por sus 3 discos (canciones como Los madrugadores, Raponero y Sinclair se podrían conectar sonoramente con piezas como Cabeza parlante, Rodadero, o Senderito de amor), obedece a una estructura distinta, a un concepto identificable, plasmado también en el arte de la tapa, una máquina de escribir como alegoría reivindicadora de la palabra y su peso en la génesis de la banda.
Nueve canciones que, como el formato físico que la soporta (un vinilo), demuestra que Parlantes es “aguja por el surco de la calle”.