El grito de la independencia y el baile de los obligados
La canción es Agualongo y los obligaditos de la Bambarabanda. Juan Agustín Agualongo fue un mestizo, militar y caudillo, que combatió del lado de los españoles contra la campaña libertadora de Simón Bolívar. Los obligaditos son ellos, los pastusos que pese a negarse, fueron forzados a pertenecer a un proyecto de una República. El caso del departamento de Nariño no es solo un ejemplo de las tensiones que se dieron durante la guerra de independencia, al ser Pasto epicentro de uno de los movimientos más fuertes de adhesión a la Corona española, es también la historia de un grito que nunca ha sonado al unísono; pues hubo también brotes similares en Antioquia y en el Magdalena Medio.
A pesar de que varios historiadores, como Germán Arciniegas o Salvador Camacho Roldán, buscaron en sus narraciones mostrar la independencia como una acción colectiva y general que unió a todas las castas en contra de los españoles, realmente hubo una limitada colaboración de los indígenas que ha sido exagerada en los textos.
Son varias cosas las que explican esa adhesión al ejército realista. Entre la Corona y los colonizadores siempre hubo conflicto, pues la primera buscaba extraer impuestos y los segundos explotar el territorio hispanoamericano. Esto llevó a la Corona a sacar leyes que protegían al indígena, buscando controlarlos, garantizar su cristianización, su proceso civilizatorio y el pago de tributos; aunque, claro, solían ser incumplidas por parte de los colonizadores .
El indígena desarrolló entonces una imagen paternal de la Corona -aunque no de los Virreinatos-, que se relacionaban con la defensa de los resguardos. Y si a esto le sumamos el clientelismo, donde las élites de Pasto prometieron interceder por una reducción en los tributos que los indios debían pagar si estos apoyaban al bando realista, la balanza se inclinó.
Por el contrario, a diferencia de este sueño colectivo, con la aparición de la República, el concepto de libertad individual se extendió a los indígenas, que quedaron obligados a jugar bajo los parámetros del criollo. El proyecto independentista buscó continuamente la destrucción de los resguardos para integrarlos al nuevo sistema económico. Y para el indígena, la pérdida de su tierra significaba el fin de su existencia.
Todo desembocó en la Navidad Negra, cuando un 25 de diciembre Bolívar decidió tomarse Pasto aprovechando que la guardia estaba abajo por las festividades. En la madrugada corrieron ríos de sangre por la actual calle 23, que desde ahí lleva el sobre nombre de la calle del colorado.
En definitiva, desde el mismo grito, la República ni pudo ni quiso comprender los problemas específicos de quienes habitaban el territorio. Y por el contrario, hoy los restos de Agualongo descansan en la Capilla del Cristo de la Agonía, en el lado izquierdo de la Iglesia de San Juan Bautista en Pasto, donde sigue siendo reconocido como un símbolo tanto de resistencia como de premonición de lo que se venía. Incluso Navarro Wolf, cuando era alcalde de Pasto, propuso tumbar la estatua de Antonio Nariño y erigir la de Agualongo; la del invasor por la del caudillo.
Hoy en día basta ver la situación en el Cauca, Nariño, Antioquia, Chocó, entre otros, para darse cuenta que no todos cupieron en ese grito. Agualongo se convierte así en el caudillo de un pueblo -no solo pastuso- defraudado tras un grito de independencia que obligó a bailar sin pista. Habrá que cambiar el grito.