Criados por nadie
Nuestra sociedad está construída alrededor de la figura del padre. Nos guste o no, ese es el guion que colectivamente decidimos seguir desde hace siglos casi sin detenernos a pensar en lo que esto significa. Tal vez esto sucede porque es una costumbre muy arraigada en nuestra psiquis y como culturalmente nos han enseñado que se hace lo que dice nuestro padre, pues obedecemos.
La cuestión es que la figura del padre no es para nada sutil, es más bien una imposición, muchas veces construída desde el control y la obediencia absoluta que está cimentada como la cabeza de la mayoría de las instituciones que conforman la sociedad. Por ejemplo: la palabra patria viene del latín pater y se traduce como país del padre; en los países católicos el primer rezo que se aprende es el Padre Nuestro; cuando se repasa la historia de las repúblicas creadas a partir del concepto de estado nación, a los próceres que las fundaron también se les conoce como los padres de la nación; incluso en el lenguaje popular cuando una mujer mantiene sola a sus hijos se dice que es padre y madre, así en ese orden; y más recientemente la frase “Yo no lo crié”, usada para titular la entrevista que la Revista Cambio le hizo recientemente al presidente Petro.
La imagen del padre siempre está presente en la forma que conforma el tejido social, pero en el fondo, realmente somos una sociedad construída por la figura del padre ausente. Según datos de la Superintendencia de Notariado y Registro, en 2022 se registraron más de veinte mil divorcios en Colombia y según las estadísticas de la misma entidad, entre enero de 2012 y diciembre de 2021 uno de cada tres matrimonios terminó en divorcio. Muchos de esos padres en el mejor de los casos acabaron siendo proveedores, algunos han construído paternidades responsables y presentes y muchos otros, simplemente no están ahí para nada y prueba de esto es que el 80% de las demandas por alimentos se hacen contra los hombres.
Pero en los hogares que no se han separado el panorama no es mucho mejor. Según cifras del DANE, en promedio, los hombres dedican ocho horas y 59 minutos diarios a ejercer trabajo remunerado, mientras que las mujeres dedican siete horas y 49 minutos; pero, además de eso, las mujeres dedican ocho diarias a actividades no remuneradas, o sea actividades de cuidado las cuales están relacionadas con el hogar y los hijos. Mientras tanto los hombres solo dedican en promedio tres horas y siete minutos al cuidado.
A pesar de esto, la cabeza del hogar, la figura de autoridad sigue siendo el padre. Esto en gran parte se debe a que el papel del hombre se encuentra en el ámbito de lo público, o sea lo que está por fuera del hogar, y la mujer en cambio está en lo privado. Pero entonces ¿si los hijos son el reflejo de sus padres, exactamente en qué espejo se están mirando cuando realmente no hay una imagen que retener?
Y aquí la cosa se pone un poco personal, porque si usted es como yo, construyó la imagen de su padre a través de lo que le decían lo demás de él y haciendo sumas y restas respecto a cómo se comportaba en público en relación a cómo lo hacía en privado.
Ya que todavía estamos en la coyuntura de esa cosa extraña cuyo propósito no es para nada claro que ahora conocemos como el día del hombre, una fecha ecléctica cuyo origen está relacionado con la fé católica, porque en verdad el 19 de marzo es el día de San José, padre putativo de Jesús, vale la pena pensar qué carga simbólica se le va a dar a este día: la de explotar todas las cosas relacionadas con masculinidad tóxica o la de reflexionar sobre lo que realmente significa ser hombre y estaremos de acuerdo que uno de los papeles más importantes de la masculinidad es el de ser padres.
Trabajo que no es nada sencillo y que se va construyendo a lo largo de toda la vida, pero es importante entender que si bien uno le enseña muchas cosas a sus hijos, esto no significa que tengan que ser una copia de uno. Cada individuo es capaz de tomar sus propias decisiones y responsabilizarse por estas y que sus hijos sean muy distintos a usted no es algo malo y no es culpa de que no lo “vieran leer” o de que por razones de la vida “no los criara”.
Pero si usted es, o fue, una persona que no estuvo presente por las razones que fueran, que dio la carga de la crianza casi que enteramente a su compañera y las mujeres de su familia y que no se entregó al amor infinito que implica la paternidad, pues no se queje, pero tampoco se culpe. Y también tenga presente que ser un buen proveedor y ser responsable con el bienestar material de su hijos no es necesariamente sinónimo de ser buen padre. Es algo bueno que aplique esto, pero también es su deber y nadie tiene que darle un premio por esto.
Estamos en un punto histórico en el que buscar la forma de romper los ciclos es un tema tan importante y trascendental que hay todo un aparataje conservador desesperado por mantener las cosas tal y como están, por eso vale la pena hacer el ejercicio de mirarse a usted mismo y a sus amigos y a toda su generación, seguramente marcada por el vacío afectivo, la crisis identitaria y la creencia de que ser hombre nos permite hacer lo que se nos dé la gana sin responsabilizarnos por nada, eso sí, mientras tengamos la fuerza para asegurarnos de eso.
Pero calma que romper los ciclos no significa que los hombres tenemos la culpa de todo lo malo que pasa, que somos los peores villanos de la historia y ahora vamos a criar una “generación de cristal”, al contrario más bien estamos ante la posibilidad de crear una generación mucho más fuerte, consciente, autosuficiente y conectada con el mundo y su complejidad.
Hay una de esas frases que circulan en redes sociales cuyo origen realmente no es claro y se vende genéricamente como un “proverbio africano”, como si África fuera un solo país, pero que en cierta medida funciona y es: “El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto, quemará la aldea para poder sentir calor”, y tal vez es hora de hacer que la tribu, el colectivo, abrace a sus niños, pero para que sean libres y responsables de sus acciones. Tal vez así, en el futuro el mundo sea un poco menos nefasto.