Mi primer Estéreo Picnic
Es lunes 28 de marzo y son las 5 de la mañana. Me encuentro en el aeropuerto de Bogotá sentado en una de las mesas de una plazoleta de comidas vacía mirando absorto un punto fijo. Perdí el vuelo que me regresaría a Cali, la ciudad en la que vivo.
Como consecuencia de esta situación, no tuve más salida que comprar otro tiquete en el vuelo más cercano posible: el de las 10 de la mañana. Sin embargo, a pesar de este percance y muchos otros que viví el fin de semana, que normalmente podrían desesperar o frustrar a cualquiera por la pérdida de tiempo y dinero, me siento completamente pleno, extasiado y tranquilo conmigo mismo. Siento desde lo más profundo de mi ser que auténticamente ningún desafortunado percance en este momento tiene peso o relevancia alguna comparada con la sensación monumental de la dicha, gracia, felicidad y realización que me dejó la experiencia vivida en el gran Come Back del Festival Estéreo Picnic.
Mi experiencia en el FEP, a pesar de solo haber asistido el 26 de marzo, comenzó desde el momento en el que decidí viajar desde Cali a la ciudad de Bogotá en bus. Una de mis preferencias al viajar es poder hacerlo por carretera cuando existe la disposición de tiempo. Opté por viajar la noche del jueves 24 de marzo, ya que no tenía prisa y solo quedaba descansar en el bus para despertar en Bogotá.
Fueron en promedio más de 12 horas de viaje. Fue un poco más largo de lo planeado por distintas situaciones que ocurrieron en la carretera y por el famoso y complicado tráfico de la ciudad de Bogotá, sin embargo logré arribar a mi destino a las 11 am.
En la tarde, alrededor de las 15 horas del viernes 25 de marzo, me dirigí al Carulla de Galerías, sitio donde debía redimir el código QR para reclamar la boleta. Había una fila no tan larga, pero tampoco corta. No calculé más de dos horas en ser despachada, aunque anteriormente se me había advertido que la fila podía durar hasta 4 horas. Me pareció una exageración, sin embargo, en un periodo de tres horas la fila avanzó irregularmente, lenta. Llegó la noche, el frío empezó a afectar la mente de quienes llevábamos bastante tiempo y al final fueron entre 7 u 8 horas esperando en la intemperie para ser atendido. Aún así logré mi cometido entre varias dudas, inseguridades y miedos.
Estos tiempos de espera, que definitivamente fueron consecuencia de una planeación sobre el tiempo, nunca opacaron la sensación de vértigo y euforia que invadía cada extremidad de mi cuerpo al pensar que viviría por primera vez esta experiencia. Desafortunadamente, por un momento, las energías del FEP en la noche del viernes se vieron ensombrecidas por la noticia del fallecimiento de Taylor Hawkin, baterista de los Foo Fighters. Esto desembocó en una tristeza profunda que conmocionó a la escena musical mundial.
Fue un momento surreal donde se mezcló una cantidad de emociones que no permitían asimilar este acontecimiento, sin embargo, la magia del FEP por sí sola empezó a hacer efecto. No bastó mucho tiempo para que la situación transformara el sentimiento de dolor en una fuerte e inspiradora resiliencia: el amor, la solidaridad, el respeto de la audiencia y de los artistas invitados, a la música y a la banda de los Foo, transformó el festival en una gran celebración a la vida y en un bellísimo homenaje monumental de tres días. El show continuó con ese aire inspirador de respeto y empatía. En ese momento pude apreciar el primer poder de tantos que posee el festival por su humanidad.
En medio de dudas, temores, recomendaciones sobre vestimentas y otras corridas que tuve para equiparme adecuadamente, arribé temprano el sábado 26 a los buses que nos dirigirían al evento.
En lo posible traté de seguir todas las recomendaciones que conocidos y amigas me hacían para estar lo más preparado posible para el festival. En el bus descargué la aplicación del FEP donde podía observar el mapa que ubicaba las cuatro tarimas, las plazoletas de comida, los stands de emprendimientos, las atracciones, los juegos mecánicos, etc. Volví también a repasar los horarios y las tarimas donde se presentarían los artistas que quería ver; quería cubrirme por todos los frentes para llegar directamente a sumergirme en la experiencia.
Cuando arribé al FEP, luego de pasar los filtros y taquilleras, me encontré con un gigantesco e increíble paisaje que estremeció mi cuerpo tanto de felicidad, excitación, como de temor. Por un lado, no podía controlar las ganas de saltar y correr por el extenso prado verde para reconocer cada espacio que ofrecía el festival, mientras que el temor fue porque a pesar de haber visto el mapa caí en cuenta de que no lo había entendido. Tampoco había señales lo suficientemente visibles para ubicar cada cosa y los de logística tampoco fueron de mucha ayuda. Simplemente estaba perdido, por esta razón la expedición comenzó: hice mi propia cartografía recorriendo cada espacio del campo de golf para identificar las tarimas. Sin embargo, la verdadera forma en la que pude saber cual tarima era cual fue luego de que iniciaron las presentaciones musicales, así que, por ensayo y error, corrí de un lado a otro para encontrar a la primera artista que deseaba ver, Bella Álvarez.
Llegué un poco tarde por la perdida que me metí, pero eso no impidió que en ese momento iniciara esa indescriptible sensación en el que el cuerpo se empieza a sentir etéreo y empieza a ser uno solo con la música. La sensibilidad de las letras de Bella, su conmovedora música y su encantadora presencia en tarima fueron la fórmula perfecta para desencadenar un torbellino de emociones que solo se podían expresar con lágrimas. Fue un momento muy conmovedor.
De esta experiencia emotiva con Bella Álvarez inició la segunda maratón, de la tarima Páramo debía dirigirme a la principal, sitio en el que se presentaría la banda representante del pacífico Bejuco. Sin embargo era el escenario más lejano, pero la serotonina activada al cien luego de estos primeros encuentros dentro del FEP podían disuadir completamente el cansancio y la asfixia que se podía llegar a sentir por la altura de Bogotá, así que corrí sin pensar en ninguna consecuencia y no me arrepiento de haberlo hecho.
Llegué al concierto de Bejuco, el sonido del afrobeat combinado con los sonidos tradicionales del pacífico son electrizantes, además la energía que desborda toda la orquesta es extremadamente contagiosa. Era casi imposible contener el baile. De una conmoción emocional completa pasé a una loca euforia colectiva llena de baile, gritos, risas y pasos. La felicidad y la buena vibra fue el virus que congregó y unió a todo el público presente en un movimiento que tal vez muchos no entendían, pero que se arriesgaban a hacer como sus cuerpos se los permitían.
Continué la maratónica hazaña de correr en la altura de Bogotá, para llegar al concierto de Armenia. A lo lejos escuché que ya habían iniciado y aún me encontraba lejos cuando escuché la canción “Tiempo”, tema con el que los conocí y con el que tuve en su momento una obsesión, así fue como aceleré el paso lo más que pude. Logré llegar a la tarima Adidas, en medio de una agitación mortal y una leve pesadez en el cuerpo. Pude cantar y saltar parcialmente la canción. Me quedé un rato más esperando un par de canciones más de la banda y luego me dirigí de nuevo a la tarima Páramo donde Las Añez habían iniciado su presentación.
Con las Añez me paso algo muy peculiar, sentí que en este momento mi experiencia se partió en dos y se potenció a un punto tan emotivo y sensorial que no lograba entender totalmente. Pero realmente no necesitaba hacerlo, simplemente experimentaba ese algo que sentía y dejaba que recorriera mi alma.
La música de las Añez de por si tiene impresa ya una magia, pero verlas interpretar su repertorio en vivo es una cosa de otro plano. Su puesta en escena al igual que su instrumentalización podría verse minimalista, sin embargo, el juego con sus voces, sus instrumentos y el sintetizador era suficiente para elevar el alma y respirar enteramente su música. Fue algo que solo podría describir como hipnotizante, una conexión muy íntima en el que cuerpo dejaba de ser cuerpo y se convertía en ritmo, en golpes de pecho que seguían el tempo cumbiero de sus canciones. No había más que elevar las manos, cerrar los ojos y seguir el movimiento de sus voces, fue magia, magia pura.
Luego de este momento de realización y conmoción, continuó la carrera, ya que los Gaiteros de San Jacinto iniciaban su presentación en la tarima principal. Este encuentro con la orquesta podría describirlo como una rumba pura y tradicional en el que el sonido las gaitas, los cueros de los tambores y el melodioso sonido del acordeón invitaban a mover la cadera y los pies al ritmo de la legendaria cumbia de los Montes de María. Fue un momento festivo en el que la conexión ya no fue tan personal como lo fue con Las Añez, sino que se retornó a la conectividad colectiva en donde el público éramos uno solo.
De la tradicionalidad de los gaiteros, me dirigí a los irónicos y contundentes temas de Edson Velandia. Para este punto ya sentía el peso del cansancio. Recordé en ese momento un video de un youtuber famosillo colombiano sobre las recomendaciones que hacía del FEP, una de ellas era que en lo posible, si se daba la oportunidad, había que descansar. Explicaba que el trote era muy duro, y yo ya lo estaba sintiendo en mi cuerpo. Por esta razón decidí darme un break, ya había registrado en mi memoria los seis primeros artistas que quería disfrutar y era hora de darle un respiro a mi cuerpo para retomar la carrera en C.Tangana.
Debo mencionar que hasta este momento siempre estuve solo. Desde las 14 horas que llegué al festival hasta las 18, los recorridos que hice para ver a estos primeros seis artistas los hice sin una compañía conocida. Sin embargo nunca sentí esa sensación de soledad, el sentimiento de compañía y el fervor del público hacia la música y los artistas creaban en el ambiente una sensación de acogimiento muy agradable. Aún así añoraba poder al menos compartir con mis amigas y amigos que se encontraban por ahí, perdidos en medio de la masa. Quería contactarlos, pero era extremadamente difícil porque la señal permanecía caída. Decidí continuar mi expedición.
Yo hago parte del equipo de trabajo de Radiónica Cali que se formó y se consolidó en el 2020 en medio de las cuarentenas, por ende, todas las interacciones con todos los compañeros de trabajo eran a través de mensajes por Whatsapp o video llamadas.
Con mis compañeras de Cali siempre hemos tenido la inquietud de un encuentro con todo el equipo tanto de Radiónica Bogotá como de Medellín. Desafortunadamente las circunstancias no se habían dado y, a medida que se avanzaba en el tiempo y nos íbamos conociendo mucho mejor, el interés de poderlos ver en persona crecía cada vez más.
Para mí, este tan anhelado encuentro afortunadamente se dio dentro del FEP, hizo parte de la magia de este festival. Si bien hasta este momento todo lo experimentado fue especial, siento que lo más significativo del día fue haber podido compartir un espacio con todo el equipo de Bogotá. Haber visto, conversado y abrazado al Profe, Ivan Samudio, Simona Sanchez, Nadia Orozco, Nico Castillo, Eduardo Rendón, Cata Castro, Pablo Pulido, Maria Clau, Sebastian Barriga, Jane Ochoa, Lore Rojas y el resto del equipo que estuvo allí. Fue extremadamente emotivo, un momento que me llenó de mucho sentimiento.
Por un lado no lo podía creer, por otro, el recibimiento y el cariño de cada uno de ellos me hizo sentir lo que en algún momento Estaban Zapata, líder del equipo Cali, me comentó, “te hacen sentir que perteneces, que estas dentro de un hogar, que haces parte de una familia”. Eso fue lo que exactamente sentí, un hermoso calor familiar.
Luego de este encuentro tan emotivo, continué con el recorrido: era momento de la segunda tanda de artistas del día que comenzó con C.Tangana. Hice una parada más antes para poder almorzar/cenar y luego me dirigí a la tarima Adidas. Aquí la situación se descontroló un poco, el espacio de la tarima del concierto era impenetrable por la compacta masa de personas que se aglomeró. Por esta razón no tuve la oportunidad de hacerme en una buena ubicación, sin embargo, el poder del show del madrileño se extendió por todo el campo de Golf. La puesta en escena del artista, sus invitados, el juego de luces, el equipo audiovisual, todo construía una narrativa espectacular. Fue un show que dejó la vara muy, muy alta para los headliners que aún faltaban. Por otro lado, entre la incomodidad y la inminente presentación de Ela Minus decidí salirme en medio del concierto y buscar la mejor ubicación posible para poder disfrutar a la colombiana.
Si bien el concierto de Tangana fue espectacular, la razón por la cual decidí asistir el día sábado del FEP fue por Ela. Desde que conocí su proyecto musical en 2020 quedé más que encantado y, luego de haber visto su presentación en el concierto Radiónica del mismo año en Señal Colombia, me prometí que no podía desaprovechar ninguna oportunidad que tuviera para poder verla tocar en vivo. Gracias al FEP pude cumplir este sueño.
Su presentación, como ya había visto en distintos videos de internet, fue completamente arrolladora, su música es electrizante, la suavidad de su voz y su carismática energía era extremadamente genial. Aquí el sentimiento de felicidad y realización llegó al tope y de ahí para allá las palabras se quedan cortas para describir el sentimiento. No sé si por primera vez en mi vida sentí la autenticidad de una felicidad eufórica completamente espontánea, solo sé que aún habita en mí ese sentimiento. Luego de Ela Minus y toda esta experiencia en el FEP siento que soy una persona completamente diferente.
Al finalizar Ela Minus creo que no podía ya con mi propia existencia, estaba completamente extasiado y en shock. Afortunadamente para este punto logré reunirme por fin con mis amigas y conocidos. La noche continuó, pero todo se sentía, sabía y se respiraba de una forma diferente.
Con el combo reunido llegó el momento de la rumba. De aquí continuamos con Crudo Means Raw, luego seguimos el baile en una humilde y tal vez incómoda presentación sencilla de J Balvin, para terminar en el poderoso rave de Fatboy Slim y con la psicodelia de Caribou.
De esta forma terminó mi día dentro del FEP, a pesar de todas las advertencias sobre el clima, al parecer la saqué muy barata. Me había cargado previamente con zapatos de repuesto, tres sacos, me compré un impermeable, pero afortunadamente gracias al corre, corre del día nunca sentí frío y no tuve que usar ninguna de esta indumentaria sino hasta al final. Ya en la fila de espera para abordar el bus de retorno, podría decir que fue el único momento incómodo del día por la demora de los buses, pero no afectó en nada la experiencia.
Yo creo que en la vida se habla indiscriminadamente de sentimientos con injustos adjetivos que no logran encerrar por completo una sensación o emoción, y puede que hayan otros tanto sentimientos que no tengan como conceptualizarse, cosa que comprendí dentro del FEP. Genuinamente experimenté cosas inefables que solo puedo insinuar su magnitud con la escueta palabra espectacular, pero definitivamente se le queda corta a la hora de decir que realmente me siento otro luego de esta experiencia.
Gracias a la música, al ambiente festivo, al amor por el arte y la cultura sentí de nuevo algo que desde mis 18 años no experimentaba y es esa sensación de pertenecer, de ser parte de algo. A pesar de haber estado solo un buen tiempo, nunca sentí incomodidad, por todas partes se respiraba compañía, respeto y tolerancia. Se abrió dentro de mi tal vez una nueva afición: si bien desde antes ya comprendía la fuerza de la música en vivo, el Picnic me llevó a otro punto de éxtasis… Creo que ya hablé mucho y también debo tomar el nuevo vuelo de regreso. Solo queda por agradecer al FEP por existir e insistir en el retorno a estos espacios tan especiales e importantes con la música y el arte luego de tanto tiempo.