¿Y quién se preocupa por los docentes universitarios?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es “un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad”. Esta definición nos permite ver la importancia de hablar sobre la salud mental. Sin duda después de la pandemia son más los espacios, tanto en lo laboral, como en lo personal, en donde nos preocupamos como sociedad e individuos por la salud mental.
En el caso puntual de las universidades, está claro que es un tema que cada vez llama más la atención. Pero, ¿es algo que preocupa por el bienestar de toda la comunidad educativa? o ¿solo se limita a ver la salud mental de los estudiantes?.
Este artículo no pretende cuestionar en ningún momento la importancia que se le debe dar a la salud mental de los jóvenes. Sin embargo, sí quiere mostrar que no son solo los estudiantes los que presentan problemas en su salud mental, los docentes también necesitan de atención.
Algunos estudios realizados al respecto, afirman que la docencia es una de las profesiones más estresantes ya que gran parte de su trabajo implica el relacionamiento constante con otras personas, haciendo que el maestro no solo deba preocuparse por sus emociones sino que también deba pensar en cómo conciliar con las de sus estudiantes, padres de familia, compañeros y jefes.
Dentro de los principales trastornos que suelen sufrir los docentes universitarios se encuentran: el estrés, la angustia y el síndrome de burnout, también conocido como el síndrome del quemado.
Aunque se podría interpretar que algunos de los temas de salud mental en los profesores responden exclusivamente a la relación estudiante - docente, la realidad muestra otros motivos como el exceso de carga laboral, presión por la salud mental de los estudiantes y problemas en las condiciones laborales.
A continuación abordaremos algunas de estas problemáticas que están afectando a los docentes universitarios.
La salud mental del estudiante NO es responsabilidad del docente.
Uno de los principales motivos que podría llegar a desestabilizar la salud mental de una persona son los cambios fuertes en la vida, tener que asumir nuevas rutinas y retos tanto en lo personal, como en lo profesional.
La pandemia sin duda marcó un antes y un después en la docencia y en la salud mental. Los maestros debieron asumir nuevos retos en cuanto a la manera de dictar sus clases y aprender a usar nuevas tecnologías y a su vez lidiar con los diferentes problemas que los estudiantes podrían estar llevando en su vida privada. Es decir, en muchos momentos las clases se convirtieron en sesiones intensivas de terapia grupal o individual para poder escuchar a los estudiantes.
Esto de alguna manera hizo que los docentes tomaran el rol de psicólogos, una obligación que no les correspondía y para la cual tampoco estaban preparados.
Podríamos decir que esto solo ocurrió durante la pandemia, pero no es así. Una vez se retornó a la presencialidad aumentaron las crisis emocionales de los estudiantes por problemas que presentan en sus casas o por diferentes motivos y esto repercute en los docentes. “Eso genera mucha angustia y mucha presión a los profesores, que no sólo no son psicólogos, sino que tampoco tienen las herramientas necesarias para atender una crisis (...) en este tema de la salud mental parece que los casos van aumentando, que las dificultades son mayores y se sienten impedidos porque no saben cómo abordar el tema y mucho menos si se presenta una crisis en un salón de clases”, afirma María Belén García, Directora de la Maestría y Especialización en Psicología Clínica de la Niñez y la Adolescencia de la Universidad de la Sabana.
Aunque poco se hable públicamente de esta situación es una problemática que sí va por los pasillos de las universidades. Según Luz Marina Lara, Doctora en Educación, Especialista en Docencia Universitaria y Docente de la Facultad de Educación de la Universidad Javeriana, “(...)los docentes también tienen miedo porque sienten que les falta esa caja de herramientas para poder atender. También se cuestionan ¿hasta dónde llegamos?”
Y sí, esa pregunta se la ha realizado más de una vez un docente, ¿hasta dónde deben llegar?, ¿en qué momento deben soltar un caso para no afectar su salud mental?. En muchas ocasiones los estudiantes encuentran un “confidente” en el maestro, alguien que los escucha y aconseja, pero todo tiene un límite. De hecho para García, los docentes siempre deberían soltar porque realmente nunca deberían tomar los casos de los estudiantes. La labor de ellos debería limitarse a enrutar lo mejor posible el caso y mostrarle al estudiante todas las opciones o líneas de atención que tiene la universidad para ellos.
En este caso, tanto María Belén como Luz Marina coinciden en que es necesario y urgente que las universidades empiecen a capacitar a los profesores, tanto de planta como de cátedra, con un botiquín de primeros auxilios en salud mental que les permita tener un conocimiento básico de cómo llevar esas situaciones.
Diana Castañeda*, es una docente de cátedra de varias universidades privadas en Medellín y ella expone otra problemática que pocas veces se ve y que de alguna manera está relacionada con la salud mental de los estudiantes.
“Hay cada vez más dificultades para las evaluaciones con los estudiantes ya que ellos hacen parte de una sociedad frágil, la famosa generación de cristal, que les dificulta entender y aceptar una nota baja, incluso la noticia de que perdieron el curso. Por otro lado, de alguna manera el docente ha perdido la libertad de lo que enseña porque ahora se debe pensar en cómo se habla y se expone para no cometer errores de cancelación o ser sacado de contexto. Esto a mi me genera depresión y me lleva a cuestionarme si realmente hago bien mi labor como docente”. Afirma Castañeda.
Inestabilidad y carga laboral
Para poder entender este punto es importante explicar que los docentes universitarios tienen 2 tipos de vinculación contractual con las universidades. Vinculación de tiempo completo, también conocidos como los docentes de planta y por otro lado, vinculación por horas cátedra.
Partiendo de lo anterior, los docentes de horas cátedra tienen un contrato a término definido, que inicia con el semestre académico y termina con el mismo. Su remuneración económica varía según la cantidad de horas que dicten al mes y al finalizar su contrato, cada semestre, la universidad debe liquidarlos.
Su continuidad en cada semestre depende, principalmente, de la cantidad de inscritos en su asignatura y de la buena calificación que hayan tenido en su evaluación docente; y todos sabemos la situación actual de inscritos en las universidades tanto públicas como privadas, lo que quiere decir que estos docentes no gozan de una estabilidad laboral.
“(...) Está la incertidumbre del futuro, de no saber si los cursos que dictas se pueden abrir o se pueden cerrar. Eso trae muchas cuestiones de ansiedad, en la medida de no saber hacer esos planes a largo plazo, al menos económicamente, debido a la dificultad y variabilidad de los ingresos que se reciben como docente cátedra” explica Diana Castañeda. A esto le sumamos que el docente no conoce con tiempo si su clase fue abierta o no, es decir solo sabe cuando el semestre está a días de iniciar.
Por otro lado, María Belén García, de la Universidad de la Sabana, aborda otras temáticas que pueden afectar al docente de horas cátedra, pues ellos no solo trabajan para una universidad, en muchas ocasiones tienen otros trabajos o son docentes en otras universidades. Por lo que ella resalta el estrés que puede causar el desplazamiento de un lugar a otro, sumado a que por este tipo de contrato solo se paga por horas dictadas, pero no se reconoce el tiempo de preparación de las clases, calificación de trabajos, etc.
Pero, los docentes de planta, no se quedan atrás. Si bien las problemáticas no son necesariamente las mismas que las de un profesor de horas cátedra, los de planta se enfrentan a la sobrecarga laboral. Ellos deben responder por las horas de clase que les sean asignadas, nuevas investigaciones académicas, publicaciones en revistas especializadas, tutoría especial a estudiantes y todas las labores administrativas que les sean asignadas.
Esa sobrecarga ha llevado a que investigaciones como las realizadas por Ana Cecilia Terán y Carla Botero, docentes de la Universidad Pontificia Bolivariana, concluyan con que la falta de tiempo para poder realizar las diferentes tareas asignadas, sumadas a las limitadas pausas activas puedan generar no solo problemas físicos sino también psicológicos dando pie a la posible aparición de patologías de estrés laboral como el síndrome del quemado.
Santiago Pérez** es docente de planta de una prestigiosa universidad del país. A él, como a muchos docentes, le preocupa la baja inscripción de alumnos a las universidades, tema que desde su punto de vista, responde a nuevos intereses que los jóvenes no encuentran en la academia. Sin embargo, esto sí genera unas consecuencias en los docentes de planta.
“Las Universidades se miden como empresas. Los estudiantes son el cliente y el profesor el empleado/obrero. Cuando entran menos estudiantes ¿qué va a pasar?, pues va a cargar a los profesores. Ya no se invierte tanto en investigación porque esto formalmente no da dinero, la investigación da prestigio, reconocimiento. Entonces, muchos profesores que eran grandes investigadores, ahora están cargados con un nivel de clases altísimo, muchos asuntos administrativos, un nivel muy alto de asuntos de difusión y transferencia de asuntos sociales y hasta acompañamientos psicológico de los estudiantes” cuenta Pérez.
Esta presión a los docentes se da en el afán de las universidades por mantener a los estudiantes que ya se encuentran inscritos. Si bien algunas presionan para brindar mayor atención al estudiante, otras van un poco más allá y le piden a los docentes entender y ayudar a los estudiantes para que puedan pasar sus materias, quitando la autoridad del docente y el criterio de evaluación.
¿Y quién se preocupa por el docente universitario?
Conociendo la realidad de la docencia universitaria en el país y algunos de los problemas de salud mental que presentan, llega el momento de empezar a buscar respuestas a la pregunta realizada en el inicio de este artículo, ¿quién se preocupa por los docentes universitarios?
Según la ley 30 de 1992, “Las instituciones de Educación Superior deben adelantar programas de bienestar entendidos como el conjunto de actividades que se orientan al desarrollo físico, psicoafectivo, espiritual y social de los estudiantes, docentes y personal administrativo”.
Esto quiere decir que todas las universidades deben tener un programa de Bienestar Universitario y, en teoría, este sería el llamado a atender a los docentes. Pero la realidad es otra, no en vano en el 2016 el Viceministerio de la Educación Superior se vio en la necesidad de publicar los “Lineamientos de política de bienestar para instituciones de educación superior” en donde le recuerda a las universidades que este servicio debe ser para toda la comunidad educativa y esta incluye no solo a los estudiantes sino también a los docentes, administrativos, egresados, jubilados, familias y comunidad en general.
Pero lastimosamente en algunas universidades aún no se logra ese equilibrio. En algunos casos aunque la atención existe es totalmente desconocida para el docente de horas cátedra, pues su relación con la universidad solo se limita a dictar las horas de clase que le corresponde y ya.
El presupuesto es otra de las problemáticas, especialmente en las universidades públicas. Dairo Marín es el Director Nacional de Bienestar de la Universidad Nacional de Colombia y afirma que en esta institución de educación superior se invierte el 10% del presupuesto al Bienestar, aunque la ley dice que solo debe ser el 2%, pero en su mayoría es para atender a los estudiantes más vulnerables. “(...) el 84% de nuestros cerca de 55.000 estudiantes de pregrado son de estratos 1, 2 y 3. El faltante presupuestal que han venido acumulando las IES (Institución de Eduación Superior) públicas no permite desarrollar más y mejores programas de bienestar” afirma Marín.
Finalmente, vale la pena hacer un llamado a las Instituciones de Educación Superior para que así como se preocupan por difundir las diferentes líneas y rutas de atención psicológica que tienen para los estudiantes, también se esfuercen un poco más en acercarse a los docentes, y no solo a los de planta, sino también a los de cátedra porque a la final docente es docente y todos terminan formando esos grandes profesionales que les generan ingresos durante su formación y a futuro les generan prestigio a través de sus logros.
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