‘The Wire’: el mito Hidra contado a través del narcotráfico
Según el mito griego, cada que Hércules le quitaba una cabeza a Hidra, a la bestia le crecía una nueva aún más poderosa. No importaba que tan fuerte la golpearla, no importaba cuántas veces lo hiciera, no importaba cuántas cabezas cortara al mismo tiempo, el plan de acabar con el monstruo a punta de fuerza bruta era completamente inútil. Lo mismo pasa con la mal llamada guerra contra las drogas y hace 20 años, The Wire retrató este absurdo círculo de forma brillante, ya que a final de cada temporada, algún villano caía pero la cabeza era reemplazada y la historia volvía a comenzar.
Estrenada el 2 de junio de 2002 por HBO, esta serie ambientada en la ciudad de Baltimore estuvo muy adelantada a su época. No solo por su narrativa, su atrapante e intrincado guion, los arcos de sus personaje y las brillantes actuaciones de sus protagonistas, sino porque puso sobre la mesa el tema de la drogas y de alguna forma profetizó la crisis relacionada con el fentanil, el consumo de opioides en Estados Unidos y la brutalidad policial que derivó en el estallido social que ese país vivió en 2020 tras el asesinato de George Floyd a manos de la fuerza pública.
Esta es una historia clásica de policías y ladrones, pero con un giro que la pone en la crudeza del mundo real. En este universo el oficial Jimmy McNulty (Dominic West), un detective de homicidios alcohólico, mujeriego, problemático y muy inteligente, junto con una unidad especial de investigación, está tras la pista de Avon Barksdale, un capo de la droga que tiene el control de una buena parte de la ciudad. Pero a diferencia de otras series policiacas, este juego del gato y el ratón no tiene héroes impolutos entregados a su trabajo y al deber de servir a la ciudadanía para acabar con el crimen. Al contrario, este es un juego de poder lleno de gargantas sedientas en busca de la recompensa. Más poder, dinero, inflar el ego, demostrar un punto, todo menos el bien común y la construcción de una sociedad más ecuánime.
Escrita por David Simon, un periodista que trabajó en la sección de judicial del Baltimore Sun, y Ed Burns, un expolicía de la ciudad, The Wire muestra cómo el problema de las drogas es algo sistemático y estructural.
La serie nos lleva desde los cimientos del negocio del narcotráfico, o del juego como los personajes lo llaman, hasta la cúspide más poderosa. Esta pirámide empieza con los niños empobrecidos, racionalizados y abandonados por el sistema en barrios marginales. Los cuales están sometidos a un sistema educativo mediocre y sin recursos, y a vivir en un mundo de pocas oportunidades lleno de violencia donde el dinero fácil y el respeto son la ley.
Luego nos muestra el corazón de una policía inutil, desmotivada y desestructurada, enfocada en mostrar resultados vistosos, rimbombantes que se vean bien en la prensa y en las conferencias de líderes políticos, pero con poca incidencia en el núcleo de los problemas.
Y además desnuda una clase política indolente y alejada del mundo. Cuyo objetivo son los cargos y los dólares, la cual además tiene a la prensa de cómplice y ante cualquier problema la solución más fácil siempre es la fuerza.
The Wire es una serie que exige atención, que si bien tiene varias escenas de acción e intriga, el verdadero núcleo de la trama está en los diálogos. Las conversaciones entre personajes a veces son más importantes que las secuencias y hay que tener mucho cuidado de no perder el hilo con tantos nombres y recovecos políticos y legales. Pero eso es lo interesante, porque a la larga el problema de las drogas es un tema que se trata más en los despachos que en las calles.
La mal llamada guerra contra las drogas, porque como bien lo dice una pasaje de la serie, todo guerra tiene un fin y está ya lleva 50 años; comenzó en Estados Unidos en 1968 cuando el presidente Lyndon Johnson fundó la Oficina de Estupefacientes y Drogas Peligrosas, que en 1973 se convertiría en la Administración de Control de Drogas o DEA, por sus siglas en inglés. Pero fue el presidente Richard Nixón quien durante los 70 comenzó a usar el tema de las drogas como excusa para pasar leyes represivas para limitar a sus enemigos políticos.
Esto no solo incluyó el despliegue de la fuerza pública para controlar el narcotráfico, también se creó todo un aparataje de propaganda y desinformación que creó una serie de mitos y prejuicios enfocados principalmente en el consumo con el que se justificó cualquier acción de prevención y se opacó los problemas estructurales que están relacionados con las sustancias psicoactivas.
Desde entonces poco ha cambiado con este juego. La droga se sigue produciendo, vendiendo y consumiendo, el dinero sigue fluyendo y la sangre se sigue derramando, solo cambian los jugadores y en las últimas décadas hemos visto que cuanta más represiva es la acción por parte de los estados más crece la violencia y menores son los resultados, como por ejemplo el caso de Filipinas donde el presidente Rodrigo Duterte declaró que cualquier persona involucrada con el narcotráfico, sea proveedor o consumidor, debe morir lo cual impulsó una ola de asesinatos que desde 2016 ha dejado más de ocho mil muertos e incontables violaciones a los Derechos Humanos.
Y lo mismo pasa en esta serie, en la que las cabezas del negocio se vuelven más asuntos y cautelosos y quienes caen como moscas son los peones del tablero y los civiles que nada tienen que ver con el juego. En cada capítulo se ve la frustración de esta unidad de investigación que hace lo que puede con lo poco que puede mientras lidia con el resto de sus desastrosas vidas.
Una de las temporadas más interesantes es la tercera, cuando el Mayor de la policía Colvin, desesperado por mostrar resultados ante una administración que no paraba de presionar por presentar números de arrestos e incautaciones, llega a un acuerdo con los narcos para crear dos zonas francas de venta libre. En los números el plan funciona porque el crimen bajó en su distrito pero al tiempo creó un infierno, lo cual plantea que no se puede acabar con el negocio sin una ley integral porque las cosas no se pueden ignorar, ni se pueden meter bajo la alfombra y mucho menos destruir a la brava.
A parte de este entramado de política, poder y traición, la serie también presenta las historias del día a día de sus protagonistas y cómo lidian con los dilemas morales que sus oficio les trae, lo cual es interesante porque prácticamente no hay un solo personaje que sea impulsado por la ética. Más bien el motor de estos policías, periodistas y políticos es la codicia, la vanidad y el ego. Algunos en un momento ceden, se salen del juego e intentan enmendar y asumir sus daños; otros simplemente se hunden más en la podredumbre. Lo que sea para sobrevivir un día más en la ciudad.
Hace dos décadas salió esta serie y las cosas que trató ahora parecen estar pero, por eso interesante desempolvar esta producción, y reflexionar un poco acerca de su mensaje para ver si algún día este juego acabará.