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  1. Análisis

"Soy un editor de voces": Un homenaje a Alfredo Molano

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Tras su muerte el pasado 31 de octubre, el legado del escritor es fundamental para asumir los retos de nuestro presente como país.
Viernes, 1 Noviembre, 2019 - 05:00
Juan Pablo Conto

Por: Juan Pablo Conto

- Para usted, ¿qué es la memoria histórica?

- Es la verdad oficial borrada.

- ¿Qué papel cumple la verdad en la reconciliación?

- “La verdad os hará libres”, como dijo Cristo.

- ¿Puede la verdad ser el detonante de nuevos ciclos de violencia?

- Los victimarios tratarán de repetir su historia.

- ¿Cómo hacer para que la verdad no revictimice a quienes sufrieron la guerra?

- Escuchándolos, dándoles voz y voto en su verdad.

Lo anterior es un pequeño fragmento de una entrevista publicada en El Espectador el 11 de noviembre de 2017. En ese momento, Alfredo Molano empezaba a ejercer como uno de los once comisionados de la verdad, que por tres años trabajarían para reconstruir un relato de la guerra en Colombia. Su labor se vio interrumpida el pasado jueves 31 de octubre tras fallecer en la ciudad de Bogotá. 

En el año 2013, cuando aún fungía como directora de la revista Arcadia, Marianne Ponsford reflexionaba en un texto que, para el mundo del periodismo, las investigaciones de Molano carecían de coyuntura y de la supuesta objetividad exigida al reportero; al tiempo que, para el mundo de la literatura, sus construcciones narrativas no tenían la ambición de crear un universo literario. Y además, sin interés alguno por el establecimiento, era un personaje poco útil para los políticos y, cuando menos, incómodo. 

Por eso, decía Ponsford, lejos de estar en las listas de los periodistas culturales y del establecimiento académico, Molano era un escritor en solitario. Igual, esto poco le importaba. Alguna vez en una charla en la Biblioteca Luis Ángel Arango, refiriéndose a los colonos campesinos de este país, dijo que ellos pagaban el precio de la libertad con su soledad en los inhóspitos territorios de Colombia. Quizás esa condición solitaria como escritor lo hizo ser libre en su prosa, que queda para la memoria en más de una veintena de libros, en sus artículos para El Espectador -su casa por más de 30 años- y en sus colaboraciones para revistas como Eco, Cromos, Alternativa, Semana, entre otras. 

Es claro además que su forma de escribir fue, en parte, una extensión de su desobediencia. Pasó por ocho colegios y, cuando estaba aún en bachillerato, escribió su primer artículo en el que cuestionaba el negocio de la educación. Como estudiante de sociología en la Universidad Nacional, fue pupilo de Orlando Fals Borda, el cura Camilo Torres y Eduardo Umaña Lun. Forjó allí, mientras intentaba “bajar a piedra el cielo a la tierra”, su deseo de comprender un país que no se contaba.

Viajó a París y estudió en la École Pratique des Hautes Études, donde quiso hacer su tesis de grado sobre la renta de la tierra, enfocándose puntualmente en Granada, un pueblo lejano en el río Ariari. “Era demasiado lo que me habían contado los colonos, era muy grande mi compromiso. Opté a conciencia por contar lo que me habían contado, diría mejor, lo que me habían confiado”, explicaría en el año 2014, cuando su alma mater le dio el doctorado Honoris Causa. 

Por eso escribió dicha tesis en primera persona, no por método sino por ética, algo que entró en conflicto con la naturaleza objetiva y aséptica de la ciencia. Su director en Francia, el sociólogo Daniel Pecault, rechazó la investigación por no poder reconocer qué era cierto y qué no. Él no la cambió y, por lo tanto, no se graduó. 

A este episodio, Molano lo llamaría su “ruptura epistemológica” con la sociología, y desde ahí se dedicó a seguir una premisa sencilla: ir para donde iba la gente en Colombia, construyendo una historia convertida en literatura o una literatura convertida en contrahistoria -a placer de cada lector-. “Soy un editor de voces”, dijo en varias ocasiones. 

El silencio obligado de la gente que huía, comía mico y tumbaba selva, encontró un eco en sus textos. También los abusos de un Estado al que además desnudó en sus vínculos con el paramilitarismo. “La fórmula de todas las formas de lucha, que se la atribuyen al Partido Comunista y a las Farc, eso es general pa’ todo el que hace política. Es decir, aquí se usan los paramilitares y el ejército –para hablar de esas dos fuerzas– y se usan las vías democráticas, o sea las elecciones”, diría recientemente en una entrevista con Pacifista!.

Poner en evidencia al establecimiento -legal e ilegal- le costó el exilio. Antes de partir, Jaime Garzón, personificando a Edilberto de la Calle, le limpió sus siempre tenis de tela. Cuando el humorista le preguntó por el color de estos, Molano respondió: 

- Son negros como mi suerte. Negros como los mensajes de Castaño

- ¿Y por qué Castaño se la monta a unos y no a otros? A usted se la montó, se la montó y se la montó.  

- Cuando a uno le cogen tirria, hermano, qué se hace...

- A mí me gustaría hablar con ese man

- A mí también, pero desarmado... 

Al poco tiempo de esta charla, Garzón sería asesinado por desnudar también al establecimiento. 

Molano nunca dejó de escribir. De develar que en Colombia el sentido histórico está vinculado a la exclusión. Y que en este país “con guerra o sin guerra, se acumulan tierras, se concentra y se acumula la propiedad”, como señaló en la citada entrevista para Pacifista!. Ahora, siempre buscó volver al país. 

“El exilio me ha enseñado a mirarle la cara a la soledad que siempre anda conmigo y a no tener más que lo que llevo puesto, para no perder la libertad de regresar a Colombia”, escribió en su libro ‘Desterrados’ (2001). Y regresó, para seguir recogiendo y consignando el testimonio de quienes han sido olvidados por el Estado: los colonos de la Serranía de La Macarena o del Perijá, los indígenas de Tierradentro o de la Sierra Nevada, los negros del río Salaquí o del Timbiquí; los campesinos del sur de Tolima y del Catatumbo. Para contar la verdad de las promesas de la minería, del progreso. 

La comisión de la Verdad, en un comunicado lamentando la muerte de Molano, además de valorar los “aportes invaluables, críticos y valientes a la comprensión y solución de los problemas sociales, económicos y políticos del país”, enuncia que “su legado seguirá iluminando nuestro camino”.

En momentos en que las Fuerzas Armadas buscan posicionar una versión institucional en los espacios de verdad y memoria histórica. O en los que el director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Darío Acevedo, es acusado de ordenar modificar una muestra de la institución y eliminar de los textos introductorios y del folleto impreso -sin justificación- palabras como “guerra”, “despojo”, “resistencia” y “resiliencia”, su legado debe estar presente en todos sus lectores. 

Él afirmaba que “la verdad histórica no es una verdad judicial. Es una verdad elaborada con testimonios plurales e iluminada por principios éticos”, como señaló en la entrevista con El Espectador citada al principio de este texto. Seguir su legado es también confrontar los prejuicios que han sido construidos “con método, calculadamente, a mansalva y sobreseguro”. Porque “no es posible seguir mirándonos con un solo ojo, debemos desnudarnos para saber quiénes somos, para poder vivir juntos con todas nuestras flaquezas y nuestros errores”, como señaló al recibir el Premio a la Vida y Obra de un Periodista, otorgado por los organizadores del Premio Nacional Simón Bolívar en 2016.  

Como escribía Marianne Ponsford, en los personajes de Molano estamos todos: “con nuestras miserias y sueños, nuestra ambición, nuestra capacidad para la traición y para el amor, nuestra ingenuidad y nuestro dolor”. Son voces de fantasmas reales. Lo bello y lo trágico de lo común y corriente. Somos nosotros la belleza y el horror de Colombia.

De su obra hermosa, terca y humilde, nos debe quedar el conversar, preguntar, oír y hablar. Decía que la gente le contaba sus cosas porque él también le contaba a ellos las suyas. Y quizás después tendremos el honor y la honradez de devolverle algo a ese país ignorado y maltratado -por decir lo menos. Tal como él lo hizo con su propia vida con todos aquellos a quienes trató de dar eco.

“Para nosotros podría ser mejor que no supieran nuestra historia, pero si no contamos ni hablamos, todos nuestros muertos van a quedar muertos para siempre. Nosotros podemos enterrarlos, no olvidarlos”

Desterrados (2001). 

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