N. Hardem con United Fruit Co, un abrazo en rimas
N. Hardem respira profundamente con los ojos cerrados. Faltan pocos minutos para su presentación junto a United Fruit Co. en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán y mientras está parado recto, mostrando toda su alta figura, se nota que su actitud es más meditativa que de nervios. Este concierto es la culminación de un pulso orgánico que unió sonidos, historias, voces, manos y corazones en el cual se gestó una emotiva presentación tan cálida que llenó de amor todas las almas que llegaron al teatro esa fría noche de abril.
El objetivo de este show era hacer algo ambicioso y grande, pero a la vez muy cercano y honesto. Como reunirse a cantar en la sala de una casa, solo que con un arreglo de cuerdas, uno de vientos, dos juegos de percusiones y el Dj Mismo Perro en las tornas, pero a pesar de la gran orquesta dirigida por Jacobo Vélez que tocó junto a Hardem, cada invitado que se subía a escena, cada canción que se entonó, cada momento que se vivió durante este show se sintió como la visita de un amigo, como un íntimo abrazo fraternal.
Y ese era el ambiente en el camerino antes del inicio del toque. Entre la voces y las risas sonaba el acordeón de Iván Medellín que calentaba sentado en un silla. Briela Ojeda y Lianna en una esquina hablaban y sonreían. En otra esquina, Pablo Watusi saboreaba con calma una mandarina, mientras Edson Velandia preparaba una cucharada de mambe, la cual tras un mal movimiento terminó regada en su chaqueta. “Alguien tenía que cagarla”, dijo mientras esbozaba una carcajada.
Finalmente cuando llegó la hora de salir al escenario, Hardem reunió a todos los artistas que esa noche lo acompañaron, de los cuales varios también estuvieron en Verdor (2021), su más reciente álbum prensado en vinilo por la Roma Records. Una vez que todos hicieron un círculo, Nelson, muy a su estilo, pronunció unas cortas pero certeras palabras, llenas de cariño y agradecimiento. Dijo que todo este trabajo era un sancocho muy sabroso y a pocos segundos de las 7 de la noche solo faltaba el último paso: servirlo a la audiencia.
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“‘Free Play aka Orbe’” fue la primera de las 22 canciones que repasaron la discografía de N. Hardem. Al principio no había mucha gente en el teatro, pero eso no importó porque como dijo el propio Nelsón, “Es de mala educación llegar temprano a un concierto de rap”. Pero a medida que las sillas se fueron ocupando la energía del ambiente fue cambiando.
Algo muy valioso de las canciones de Hardem es que cada una se siente como un universo en sí misma. La versatilidad de su rima, su presencia en el escenario y la honestidad con la que abre su corazón al público logran que a pesar de la enorme cantidad de músicos sobre escena, la buena calidad de los visuales y el aura solemne del Jorge Eliécer, el show se sienta sencillo, cero pretencioso, muy íntimo. Era como si Nelson estuviera cantando para unos pocos, pero eran decenas quienes recibieron sus rimas como abrazos.
United Fruit Co logró darle a estas canciones un nivel conmovedor. Cada arreglo dio una sensación corpórea a la presentación, porque cuando se toca con una orquesta de ese tamaño, el sonido atraviesa todo el cuerpo.
Así como cuando Iván Medellín creó con su acordeón una atmósfera algo oscura pero reconfortante para “Señales de Humo”, o cuando llegó el final “Quest” en el que la vibración de las cuerdas produjo escalofríos en todo el público, o cuando se sintió el amor con el que Watusi cantó “Cantil”.
Buena parte de la presentación fue un homenaje a la familia, a la de sangre y a la de la música. “Me siento como un cuerpo gigante”, dijo Nelson desde el escenario y es que toda su carrera se ha tratado de eso, de tejer energía y formar una comunidad motivada por la pasión de crear belleza, más que por facturar o pavonear su nombre.
Desde el micrófono, Hardem nos recordó que esa honestidad no solo nos permite soñar, sino que también nos motiva a darle fuerza a nuestro niño interior, a escuchar a ese ser que nos conforma, que siempre será parte de nosotros y que quiere salir a jugar, bien sea al ritmo de un beat de hip hop o al ritmo que ponga la vida.
La vida fue otro de los temas más recurrentes de la noche, la celebración de esta y el recuerdo de lo compleja que esta puede ser. “Este es un país en guerra”, dijo varias veces Hardem, y es que bien o mal, en ese refugio musical es fácil olvidar que al otro lado de la puerta, lejos de la luces, el humo y el ambiente cariñoso, el país no para de sangrar.
Ese país de “calles feas a casas grandes”, de sueños rotos, y golpes constantes en el que seguimos vivos y vivas, respirando y estando en el presente, en la lucha y en el goce, sin miedo, porque si algo nos enseñó ese concierto que mientras tengamos a quienes nos dan amor cerca, todo va a estar bien, de alguna u otra forma, lo estará.
Al final del show todo el teatro se paró porque llegaron los que ya se podrían llamar los clásicos de Hardem. “No Fear”, “Perro de ataque”, “Lucro”, “Real a mí manera” y “No Dj No Show”, cerraron esta noche de rap, amistad, gratitud e intercambio.
El encore fue “Otro agosto”, un recuerdo de la lucha del día a día, de la complejidad de la vida, de sus frustraciones, de sus luces, de su crudeza y de esa eterna búsqueda, que cuesta mucho, pero en la que está presente la belleza.