Festival Centro: el carnaval de una ciudad que grita
Desde los inicios de la humanidad, las personas se han reunido para celebrar al sol por múltiples razones. El inicio del verano, la recolección de la cosecha, la herencia pagana de los pueblos que adoraban a esta estrella como a un dios y en el caso de Bogotá, porque por unos días dejó de llover.
De forma atípica el cielo se puso azul y las millones de almas en pena que se arrastraron por las rotas calles de esta ciudad, después de un largo de año de tormentas, nubes grises y mucho, pero mucho frío, pudieron disfrutar de la luz. Pero aparte de esta bendición, la buena fortuna quiso que bajo esos rayos llenos de calor, vitamina D y radiación se realizará la edición catorce del Festival Centro, la cual, como pocas veces, puso a la gente de la capital a bailar en las calles.
Desde su creación, este festival organizado por la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, ha tenido una energía especial porque sobre el escenario pasan proyectos emergentes bogotanos de todo tipo, algunas rarezas de la región latinoamericana y los viejos maestros y maestras de la música tradicional del país. Este es uno de los pocos festivales que realmente puede decir que tiene de todo un poco para todos los públicos. Y en esta edición eso se sintió como nunca.
A parte, este festival tiene una mística interesante no solo porque es el primer gran evento del año en la capital, sino también porque se realiza en pleno corazón de Bogotá. En ese grotesco y hermoso centro, el único punto geográfico que realmente une a toda la inmensa variedad de personas que viven entre estos edificios. Porque sin importar en cuál barrio esté, en qué burbuja se habite, en algún punto de la vida, todas y todos tenemos que ir al centro.
Y ahí, en ese recobeco de calles lindas y feas, atemorizantes, gentrificadas, abandonadas, a veces bien cuidadas pero a la vez sucias, podemos realmente vernos a los ojos, reconocernos en la diferencia y encontrarnos como seres humanos que día a día batallan por sobrevivir en las entrañas de este monstruo llamado Bogotá.
Este año, el Festival Centro volvió a ser gratuito y tuvo varias presentaciones en exteriores, algo muy necesario para una ciudad que arrancó mal el año: de nuevo incertidumbre respecto al metro, calles cerradas y desbaratadas por todo lado, obras dejadas a medias, tráfico, inflación, las macabras denuncias de los hornos crematorios de los cementerios usados para desaparecer personas durante el Paro Nacional, el vil femicidio de Valentina Trespalacios, entre otras noticias.
Está dura la cosa, pero este festival nos dio cuatro días de tregua.
A diferencia de otras ciudades del país, Bogotá no tiene carnaval, pero este tipo eventos son lo más parecido porque cumplen una función similar: rompen barreras por unos días, llegan a un acuerdo colectivo de festejo, nos ayudan a tomarnos las calles a punta de música y jolgorio y a compartir con personas de círculos distintos al propio y celebrar la vida.
Pero esa unión no solo es fiesta para olvidarse de los problemas, esto también genera un punto de discusión, encuentro, intercambio de ideas, conocer cosas nuevas, explorar, aprender. Además es un momento en el que desde las tarimas se ponen varios temas sobre la mesa y se hacen reflexiones importantes.
Desde la inauguración en el Distrito Bronx, hasta el cierre en el teatro Jorge Eliécer Gaitán en este festival no solo se gozó, sino que se gritó y se gritó duro. También desde los artistas y el público se evidenció que esas voces que desde hace rato llaman por un cambio de paradigmas, de discursos, de formas de relacionarnos y tratarnos están surtiendo efecto, pero no ese cambio que se promulga desde un estrado, sino el real, el de la gente, el de la masa humana unida.
Este año en el Bronx, una de las cicatrices más profundas de la capital, se reunieron decenas de personas que cantaron con los ojos cerrados las coloridas, dulces y melancólicas canciones de Margarita Siempre Viva para luego bailar con ese misticismo único del llano que trajo Cimarrón.
Pero a parte se movieron al ritmo de una orquesta llamada Los Cumbia Stars que tocó frente a una audiencia muy atípica, pero que representa el vasto ecosistema de la industria musical y prendió la fiesta con mucha finura y carisma. Para rematar, Mestizo mostró un encuentro que no solo viaja entre Colombia y Reino Unido, sino entre dimensiones que unen costas, montañas, ríos, sentires y luchas de una forma muy impactante y conmovedora, y al final del día, el venezolano Lil Supa demostró porqué es uno de los raperos más influyentes de Latinoamérica.
En medio de este desmadre estaba la gente unida, sin problema, en parches muy distintos, pero juntos en el mismo baile. De hecho llegó tanta gente que el escenario se quedó chiquito. Por un lado esto es positivo porque habla bien de la convocatoria que tuvo el evento, pero por otro no fue tan bueno porque hubo momentos tensos. Lastimosamente muchas personas se desmayaron o vomitaron a causa del sofoco de tantos cuerpos acumulados en un espacio tan estrecho como lo es esa calle.
Incluso hubo quienes irresponsablemente se subieron a los andamios que soportan la estructura de los edificios abandonado. Pero desde la tarima y desde el público se les pidió que se bajaran. Por suerte la gente hizo caso sin problemas, excepto por uno que otro que no se quería bajar, pero igual al final el sentido de cuidado colectivo perduró.
Y esto es una buena lección para todos y todas porque fue un momento puntual que no opacó del todo el gran panorama del festival, pero sí es importante que genere reflexiones. Tanto para el festival que afortunadamente ha crecido tanto que a futuro podría expandir las presentaciones a la plaza de la Iglesia del Voto Nacional, bien sea con una tarima o con pantallas y más torres de sonido; como para el público, los colectivos, los parches y los artistas, ya que es importante que podamos construir como ciudadanía unida espacios seguros de convivencia y al parecer estamos más cerca de lo que parece. Todo depende de que las cosas no se queden solo en la fiesta sino que muevan todo el ecosistema cultural de la ciudad.
El Festival Centro fue un momento de mucho movimiento, de cuerpos danzantes, pies caminando la urbe, bocas cantando, lenguas besando y también, barreras cayendo. En esta edición se vivieron momentos muy importantes para el presente de la ciudad como Radamel tocando en el Teatro Colón, lo cual fue llevar el blasfemo ruido de esta mordaz propuestas encabezada por Daniela Maldonado y Catalina Ángel, dos de las lideresas de la Casa Comunitaria Trans del Barrio Santa Fé, a este solemne teatro e incendiarlo a punta de punk. O cuando desde el Catatumbo las raperas Motilonas demostraron que el hip hop no es exclusivo de las urbes y que en cada rincón del país hay voces jóvenes diciendo cosas importantes.
Esas mismas voces también se juntaron para hacer un ritual de sanación y clamar por los amores viejos y los nuevos como hizo Pilar Cabrera en el City U, por los ancestros y sus legados como hizo Yaison Landero con su acordeón y por quienes nos han sido arrebatadas como los hicieron Las Mijas, quienes crearon un ritual de flores y música muy conmovedor.
Este dúo compuesto por La Muchacha y Briela Ojeda gritó sin miedo basta de femicidios y violencia contra las mujeres. Basta de abuso, es hora de entender la importancia del consenso y de dejar de minimizar la violencia. Ese momento fue un rito de amor y rabia al que se unió Lido Pimienta quien también llenó con la magia de su voz el Teatro Jorge Eliécer Gaitán.
En este escenario de cierre también se juntaron María Cristina Plata y se hizo un homenaje a Alfredo Gutiérrez, maestro del acordeón cuya herencia de la música tropical colombiana está en buenas manos, como por ejemplo las de Lido Pimienta.
Sin duda arrancar el año de esta manera es muy positivo para la ciudad, para la gente, y para los artistas porque es soltar un poco el caos que nos rodea todos los días, algo muy bueno porque demuestra que el Festival Centro se ha ganado el cariño de la gente. Es grato ver esta propuesta crecer y expandirse de esa forma tan democrática. Esto es importante tenerlo en cuenta ya que el próximo año llegará una nueva administración a la ciudad, pero las ganas de juntarnos seguirán ahí y espacios como estos son cada vez más necesarios porque esta ciudad no se puede quedar jamás quieta ni en silencio.