El arte como forma de humanizar a las mujeres privadas de la libertad
“Usted me puede ganar en seguridad, pero no en literatura”, le dice de forma, entre juguetona y desafiante, Sucely Ovalle al General Luis Hernández, comandante de la policía de Barranquilla, mientras busca un libro acerca de la historia del carnaval. Ella lleva un elegante vestido azul, que tiene la espalda descubierta. Usa unos altos tacones negros y su pelo esta pintado de rojo. Al escuchar esto, el general ríe algo incómodo pero sorprendido por la sagacidad de esta mujer guatemalteca que orgullosa muestra la biblioteca del Centro de Rehabilitación El Buen Pastor de Barranquilla en donde está recluida desde hace 32 meses.
Esa cálida mañana de marzo, Sucely, quien aparte de ser la bibliotecaria de esta prisión da a sus compañeras clases de alfabetización, se encontraba muy nerviosa. Pero no por la presencia del erguido y robusto general, ni de Jeniffer Villarreal de Hoyos, la secretaria distrital de Gobierno de la ciudad, ni de la comitiva de periodistas e invitados que recorría el panóptico. Sino porque ese martes 22 de marzo, fue la encargada de moderar un conversatorio en el que participaron la escritora Melba Escobar y la periodista Tatiana Escárraga, el cual se realizó en el marco del XVI Carnaval Internacional de las Artes organizado por la Fundación La Cueva.
Según la investigación “Mujeres y prisión en Colombia: desafíos para la política criminal desde un enfoque de género”, publicada en 2021 por la Universidad Javeriana, el Comité Internacional de la Cruz Roja y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de México, “Entre 1991 y 2018 en Colombia, la tasa de mujeres en prisión por 100.000 habitantes mujeres aumentó más de tres veces, pasando de 9.9 en 1991 a 31.5 en junio de 2018”, lo cual significa un incremento del 429%.
La mayoría de estás mujeres fueron encarceladas por tráfico de estupefacientes y muy pocas logran realizar un proceso positivo de rehabilitación que les permita recuperar sus vidas una vez que acaban sus condenas. El estigma sumado a las pésimas condiciones de la mayoría de las cárceles del país, hacen que la vida en prisión sea un infierno. Hacinamiento, violencia, abusos, corrupción y un sistema que no solo deshumaniza a las personas sino que las despoja de su dignidad, son varios de huecos y cuestionamientos del sistema penitenciario del país.
Por eso en el Buen Pastor de Barranquilla, el mantra de su directora Ofelia Díaz, es “el crimen queda afuera y aquí entra la persona”. Este es un centro de rehabilitación distrital y la mayoría de las 123 reclusas detenidas dentro de estas altas paredes blancas están de forma transicional esperando ser sentenciadas para luego cumplir el resto de sus condena en uno de los centros del INPEC. Por eso este espacio es algo distinto, mucho menos violento y deshumanizante.
Mientras muestra los talleres de costura donde se hacen vestidos y mochilas y el salón de belleza del centro, Ofelia hace énfasis en la importancia de la resocialización, en dar herramientas a las internas para que puedan conseguir trabajo al salir del centro y sobre todo en entender que cada persona recluida en ese lugar es una mujer, con una historia, con un cuerpo y con sueños anhelos y esperanzas.
Y ese fue uno de los hilos conductores de la charla entre estas tres mujeres unidas por la pasión por las letras. En la mitad de Buen Pastor hay una cancha de concreto rodeada de varios árboles grandes y robustos que ese día estaban adornados con telas verdes y moradas. A pesar del intenso sol, corría una brisa fresca y sentadas bajo unas carpas, las mujeres del centro escuchaban atentas la charla.
Sucely, al principio algo tímida, comenzó hablando con Tatiana acerca de su carrera como periodista, la anécdota de cuando conoció a Gabriel García Márquez y cómo fue crecer en el Simón Bolívar, un barrio popular de Barranquilla, donde se formó entre casas de lata, árboles de mango y riachuelos que se formaban con las tormentas. Con Melba habló de su obra y la autora contó su vida como la hija menor de una familia encabezada por una elegante mujer española y un importante político del Valle del Cauca que encarnaba todas las características buenas y malas de un gran patriarca. Pero más que los recuerdos de la vida, lo más importante fueron las reflexiones que salieron de la charla.
Estas se centraron en la mujer, su papel en la sociedad, las injusticias que todas las mujeres comparten y las heridas colectivas que se deben sanar. Tatiana hizo énfasis en que a pesar de que vivimos en un país con muy poca autoestima, es vital no perder la capacidad de soñar y asombrarse, para así lograr amarse y sanarse.
Por su lado, Melba habló del duelo como un denominador común de las mujeres. Hizo énfasis en que de alguna forma el género viene con una herida, con un desgarro y con la condena del error. Pero al mismo tiempo el mundo de las mujeres es como el mundo de las palabras, de las conversaciones que precisamente sanan.
Se habló de que se puede cambiar el rumbo. De que las mujeres no están sujetas a cumplir con un moldes impuestos, de que son dueñas de sus propias decisiones y que sin importar si se está privada de la libertad, en un barrio popular o en una cuna de oro, es importante cuestionar y desafiar las imposiciones sociales, porque hay una opresión patriarcal que atraviesa a todas las mujeres del mundo, pero la lucha contra eso es un motivo de unión.
La jornada terminó con un concierto de la banda Karnivale que tocó junto a dos reclusas y en general en el ambiente quedó un dejo de esperanza y la invitación de a través de las letras, la música, la escritora, desfogar el dolor, olvidar el pasado, centrarse en el presente y construir el futuro.