La prietud de Alexis Play
Por Ángel Perea Escobar
*Musicólogo, especialista en historia social de la música y la cultura
Blanco: Libre de infamia, deshonra moral o impureza; destacadamente justo, inocente, no marcado por maligna influencia; notablemente placentero; afortunado; notablemente vehemente; decente; hermoso; de manera correcta; un hombre puro, verdadero, cabal; etcétera.
Negro: Ofensivamente perverso, inicuo; un villano; deshonesto; expresando culpabilidad; relacionado con el demonio; expresando amenaza; malévolo; hostil; no cualificado; comentando violación de las regulaciones públicas; ilícito, ilegal, afectado por alguna indeseable condición; etcétera.
Las anteriores son definiciones de los vocablos “blanco” y “negro”, contenidas de modo más o menos similar en los diccionarios más importantes de los idiomas de las potencias coloniales del siglo 16 que dominaron América y las mismas que sostuvieron el espanto de la trata esclavista transatlántica durante los siguientes tres siglos y medio. Y que forjaron a su vez la sangrienta epopeya de más de cien millones de personas africanas a lo largo y ancho del continente americano. Símbolo de la creación de un espinoso espacio lingüístico que sustenta una poderosa ideología de exclusión y predominio, presente en la totalidad de la cultura occidental y sus órbitas de influencia.
Alexis Play es sin duda uno de los ases de la cultura musical chocoana contemporánea en particular y de la más novedosa Música del Pacífico en general. En “Prietitud”, su nueva presentación discográfica, plantea un desafío a la normalidad de las convenciones que por varios motivos enterrados en lo hondo de la cultura se aplanan y silencian en muchos lugares de la música popular.
El joven músico quibdoseño hace que la conversación sobre la cultura de la etnicidad se instale en la audiencia a través del vehículo popular de la música. Su desafío se proyecta por igual hacia adentro y hacia fuera de la cultura afro.
La trayectoria de Alexis Play se reconoce dentro de las propuestas más progresivas de la música juvenil popular colombiana. Se sitúa en aquella frontera líquida que colinda apenas con el “mainstream” o corriente principal y dominante de los artefactos premeditados para impactar en el más establecido mercado comercial.
Su obra aporta una aproximación fresca plena de ambición artística, que se hunde ya en el origen de las nuevas movidas que han situado a la Música del Pacífico como centro de gravedad de unas nuevas estética y ética en la producción cultural.
El contexto social y cultural de Play emerge del clima histórico pos -Constitución del año 91 que ha perfilado buena parte del rumbo de las regiones del Pacífico, en una atmósfera que ha favorecido el reclamo de poder para traer al frente asuntos como los de etnia, raza, clase y región.
Si históricamente el asunto de “la raza” era implícito en la expresión estética de los artistas afrocolombianos, el clima más novedoso estimula las iniciativas que permiten a artistas y agentes culturales afro abordar sin ambages inquietudes que tal vez causan incomodidad en un medio acostumbrado a la tibieza de las verdades incompletas y los hechos ocultos en la sombra de las conveniencias.
Alexis Play desempeña en esa vía un rol determinante en el movimiento artístico del Pacífico que lidera la búsqueda de sonoridades y poesía lírica que no responden a priori a los cantos de sirena de la industria, sin que su actitud represente intenciones de animosidad con el clima dominante. O de otra parte la fácil arrogancia que no pocas veces impide a tantos artistas alzar la vista para apreciar en términos no sólo prácticos sino también con genuino interés, de qué se compone el paisaje del que de todos modos no están separados ni es conveniente segregarse en términos de comunicación con realidades ineludibles en la atmósfera artística profesional.
Alexis; intérprete, productor, escritor, compositor y maestro de los talentos juveniles, es parte de un movimiento que desde hace buen tiempo ha anunciado el poder de su posibilidad. Justo la escena contemporánea del Chocó no podría identificarse sin la influencia de este artista de la generación que no supera los 30 y tantos años.
Un grupo generacional que creció bajo las influencias de la era de más fluida interacción con los artistas del mundo afro de la diáspora en todo el globo, que ha establecido ricos diálogos, sin importar las asimetrías en recursos, que redefinen la música popular de hoy.
Estos artistas de regiones como el Chocó y el Pacífico emergen desde una triple condición determinada por climas locales, nacionales e internacionales: como habitantes de regiones históricamente echadas hacia el margen, como ciudadanos de un país que transita por difíciles y complejas coyunturas y como voces nuevas que se expresan dentro de potentes instituciones francamente tecnológicas, industriales e ideológicas.
Colombia es ahora un país de ciudades e incluso en vibrantes centros urbanos considerados periféricos como Quibdó, la capital del Chocó, contemplan ahora el surgimiento de núcleos en la joven población que persisten, mientras libran batallas más desiguales en comparación con los privilegios instalados dentro de la cultura hegemónica, en la búsqueda de señales de independencia y en una afanosa intención de hallar un lugar y una manera de ser dentro de la caleidoscópica atmósfera de la aldea planetaria, como única manera de sostener una identidad expresada en propuestas artísticas relevantes, lejos del margen o la estéril práctica derivativa de géneros establecidos en la corriente dominante. Aquello no significa que los géneros establecidos no puedan usarse como textos válidos para ofrecer puntos de partida o de referencia de ciertos valores incluso oscurecidos por la opinión que vive muy lejos de los procesos de producción cultural, en una actitud que contraría a puristas, sermoneadores, pontífices y censores del gusto popular.
Sus artefactos son los únicos que han consolidado géneros con nombre propio donados por la vibra popular y recrean datos acerca de contenidos, formas y tecnologías que son redefinidas de acuerdo a las prioridades culturales, construyendo a su alrededor un imaginario poderoso, dotado de símbolos culturales y nuevos lenguajes que reafirman la profunda musicalidad que hace énfasis en lo local.
Play, tal y como los artistas en los que se representa , ofrece a la vez una especie de “dúctil resistencia”, que como enseña el antiguo proverbio zen, garantice la supervivencia de la propia cultura, asediada por los fantasmas de la absorción y la nada.