La ciudadanía colombiana: una obra inconclusa
“Ciudadanos e indígenas se enfrentaron”. Con este titular Noticias Caracol marcó una nota en medio del cubrimiento del Paro Nacional en los primeros días de mayo. Fueron varias las voces las que llamaron la atención al respecto pues, a la luz de la Constitución, quienes integran la minga indígena claramente también son ciudadanos.
En noticias Caracol insisten que “Ciudadanos e indígenas se enfrentaron”, porque al parecer el enfrentamiento es entre la gente de bien, que pertenece al país, y unos vándalos, salvajes, aparecidos. pic.twitter.com/EDRIXJR1Lk
— Gloria S Esquivel G (@gsesquivel) May 10, 2021
En coyunturas como la actual, los medios son aún más proclives a cometer errores o incluso a perderse en sus prejuicios y pasiones a la hora de informar y dar una interpretación de lo que sucede. Es muy probable que el titular en cuestión sea producto de una redacción inconsciente, rápida, lo que no significa que no encierre un profundo interrogante sobre algunas estructuras coloniales heredadas que definen, así sea desde el inconsciente, la manera cómo entendemos esta Nación.
Construir una idea universal de ciudadanía, que respete la diferencia que existe en Colombia, pero que defienda una igualdad frente a los derechos no ha sido fácil. O ni siquiera se ha logrado del todo. Se trata de un trasegar largo, repleto de luchas y confrontaciones, que si bien hoy están en el papel, no están en la mente de varios.
En Radiónica, hablamos con Javier Ortiz Cassiani, historiador de la Universidad de Cartagena, Magister en Historia de la Universidad de los Andes y candidato a Doctor en Historia por El Colegio de México. Ortiz, ha sido profesor de varias universidades, autor de libros sobre el pasado de Cartagena, editor de la revista Historia Crítica de la Universidad de los Andes y colaborador en medios como El Malpensante, Arcadia o Noventa y Nueve.
Con él hicimos un recorrido por ese difícil camino de construir la ciudadanía colombiana.
Herencias coloniales
En la colonia blanquear la raza era sinónimo de progreso. El misionero capuchino Joaquín de Finestrad, al servicio del virreinato de la Nueva Granada, hizo parte de la pacificación de la rebelión de los comuneros en 1781. Fue ahí cuando empezó a escribir El Vasallo instruido. En un pasaje, citado por el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez , explica los avances y retrocesos en dicho proceso de blanqueamiento:
“Los que tienen sangre de negro y blanco se apellidan mulatos; los de mulato y negro, zambo; los de zambo y negro, saltoatrás; los de zambo y zamba, tente en el aire (…); los de mulato y blanca, terceron; los de tercerón y mulata, saltoatrás; los de tercerón y tercerona, tente en el aire; los de terceron y blanca, cuarterón; los de cuarterón y blanca, quinterón; los de quinterón y blanca, español, que ya se reputa fuera de toda raza de negro”.
Con clasificaciones como esta le asignaba un lugar a cada individuo en el orden social, su forma de ir para adelante, su forma de ir para atrás o los condenaba, como sucedía con los “tente en el aire”.
Esas visiones sobre la raza, presentes en la colonia, ¿se heredan a la hora de fundar la república? ¿Cómo afectan la idea de ciudadanía de esos primeros años?
Tenemos una herencia colonial, pues fueron alrededor de cuatro siglos de una lógica fundamentada en la construcción de una diferencia que inferiorizaba a unos grupos con respecto a otros. Por la piel, por el comportamiento, porque así funciona el sistema de castas, había unos encima de la pirámide social y, de acuerdo a las características morales que se les atribuían, había otros que la iban degradando.
¿Cómo se asumen estas estructuras en el proceso de independencia?
En la independencia, la población subyugada lo que está tratando es de aprovechar la agenda en construcción para empezar a exigir sus demandas: una de ellas es el acceso a la ciudadanía y el reconocimiento de la igualdad. La población negra participa en la independencia no necesariamente porque esté plegada al proyecto criollo blanco ilustrado, sino porque le interesa que ese proyecto deje algunos espacios que les posibilite ejercer la ciudadanía. Por otro lado, no se puede hacer la independencia sin la participación de los sectores negros, populares e indígenas.
Ahora, hubo varios casos de población indígena, y hasta población negra, que se fueron del lado de los realistas (los españoles), porque consideraban que tenían mejores opciones ahí que con los criollos blancos. Uno tiende a ver eso bajo el prisma de una nación ya formada y prácticamente lo que hace es un juicio de valor a partir de unas condiciones que se van a crear posteriormente. En ese momento lo que hay es una serie de fracciones y de grupos que buscan preservar en esa confrontación cierta posición o luchar por acceder a espacios dentro de los nuevos caminos que se abren. Por ejemplo, algunos grupos indígenas le tenían miedo al proyecto liberal porque podía acabar con los resguardos y a ellos les interesaba mantener sus tierras; por eso varios terminaron yéndose en contra de los criollos.
¿Qué nos dice esto de la ciudadanía en esos inicios de la República?
En ese sentido seguimos viendo una ciudadanía limitada. Los prejuicios sobre la población indígena y negra no se acaban con la independencia, porque la misma élite que está participando de esta, y que funda la nación, es una élite racista y prejuiciada. También sería un análisis muy simple creer que un Bolívar, un Santander, un Nariño o un Caldas, por ser nacidos en América, por ser criollos, necesariamente tengan una visión diferente a la visión racista que tenían los mismos funcionarios españoles y europeos. Están construyendo una nación que se adapte a lo que ellos consideran que debe ser, a determinados modelos.
Un ejemplo muy diciente es un texto que le escribió Francisco José de Caldas en 1808, titulado Del influjo del clima en los seres organizados, como respuesta a Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. Este último afirmaba que los habitantes de estas zonas tropicales, por las condiciones climáticas, no alcanzaban el grado de civilización y modernidad que se necesitaba para la implementación de sistemas políticos modernos o democráticos.
Caldas le responde que si bien tenía razón en que el clima caliente generaba un comportamiento lascivo, entre otras afectaciones, también había acá zonas templadas donde se cría ese sujeto capaz de albergar los sentimientos presentes en otras sociedades como la europea. Lo que está haciendo ahí es condenar a la gente que habita en los litorales, la tierra llana y un largo etcétera. No está defendiendo a toda la sociedad granadina sino una parte de esta.
La búsqueda de un progreso
Luego de la Guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá, sumado a la comparación con Estados Unidos, que se consolidaba como potencia, el tema de la raza tiene un auge dentro de la élite colombiana. En 1920 se hacen una serie de conferencias en el Teatro Municipal en Bogotá que tienen como objetivo re-imaginar la nación. Vuelve y se discute entonces la polémica de la degeneración de las razas en Colombia.
Uno de los ponentes fue el médico conservador Miguel Jiménez López, que desde un par de años antes venía hablando de la necesidad de controlar los excesos y las pasiones enfermizas de la raza nacional para formar ciudadanos útiles. Para él no era solo un tema de políticas sanitarias, educativas y económicas. Estos eran simples paliativos, por lo que proponía traer europeos de Suiza, Bélgica, Holanda o Alemania para que transmitieran sus cualidades y revertir el proceso de degeneración colectiva.
No todos estaban de acuerdo. Para el científico liberal Luis López de Mesa no era degeneración sino depresión y debilidad. Para otros como el médico Jorge Bejarano o el pediatra Calixto Torres Umaña el problema era de alimentación, de falta de higiene y de exceso de chicha. Para el exgeneral liberal de la Guerra de los Mil Días, Lucas Caballero, la raza colombiana estaba bien y la presencia de instituciones democráticas era una prueba irrefutable de ello.
¿Qué papel jugó la idea del mestizaje dentro de la formación de la ciudadanía colombiana?
En el siglo XIX hay un discurso de la nación que abogaba mucho por el mestizaje, pero es un mestizaje que en realidad busca eliminar lo negro y lo indígena de la mano de la idea civilizadora. Obliga al abandono de ciertas costumbres para poder sumarse a la nación. A finales de este siglo es muy fuerte el proyecto de “La Regeneración”, donde es clara esa idea de la libertad y el orden: un orden como proceso civilizatorio donde, si bien hay gente de origen humilde y con determinadas condiciones raciales, pueden convertirse en ciudadanos por medio del buen comportamiento católico y de seguir las instrucciones. Hay otros a quienes se les atribuye un estado salvaje, por lo que nunca les será reconocida esa condición de ciudadanos.
En “La Regeneración” se mandan las famosas misiones católicas, muy ligadas al concordato que firma Rafael Núñez con la Iglesia Católica Apostólica Romana, con el fin de evangelizar y civilizar grupos indígenas. Así es como entramos al siglo XX.
¿Y qué sucede con esa visión en el siglo XX?
En el siglo XX el ejercicio de la ciudadanía sigue siendo muy limitado. No todos tienen derecho al voto, tienes que tener ciertas condiciones, tener casa poblada, ser cabeza de familia, tener cierta renta, lo cual quiere decir que buena parte de la población negra o de la población indígena queda por fuera de ese reconocimiento ciudadano. Al menos hasta 1936, cuando se instaura el voto universal en Colombia. El de las mujeres es incluso posterior, ya en la década del 50, paradójicamente en el período de Gustavo Rojas Pinilla.
Queda así esa herencia, esa tendencia eugenésica de los pobres racializados, de los pobres negros e indígenas que tienen actitudes bárbaras y el mestizaje es la salida porque atempera esa condición. Todos los proyectos van por ahí: López de Mesa fue, nada más y nada menos, que Ministro de Educación, ya te imaginas la invención de este modelo, que es además una visión compartida por muchos y compartida mundialmente.
Y hay otra cosa. Muchos ciudadanos a lo sumo sirven para depositar votos o para usarlos en la guerra, pero nunca son reconocidos como iguales.
¿No se elimina la idea de blanqueamiento como una forma de progreso?
No, sigue siendo un mestizaje que no reconoce la diferencia y el aporte del indígena y del negro. Sigue siendo un cruce para tratar de acabar con una condición. Mezcla hay desde la colonia, de todo tipo, una tan compleja que se le desborda de las manos a las autoridades peninsulares. La idea es el blanqueamiento y por eso se trata de generar una inmigración que venga del extranjero. Nos pasamos todo el siglo XIX abriéndonos al mundo y creando proyectos migratorios para atraer a gente, para traer europeos; pero no vino nadie, como sí sucedió en Argentina masivamente.
A comienzos del siglo XX, cuando se empieza a explotar la zona petrolera del Catatumbo y algunas zonas del Caribe colombiano, se necesitó de mano de obra. Una de las preocupaciones de mucha gente, incluyendo funcionarios del gobierno, y está registrado en la prensa, era que estaban trayendo obreros de Jamaica. Los periódicos bramaban, se quejaban diciendo que cómo era posible que estuviéramos recibiéndolos si nuestra raza ya estaba infectada de tanta gente negra.
¿No hay un momento en el que se habla del mestizaje como una raza que une lo mejor de las razas existentes en el país?
Sí, aparentemente hay un cambio de discurso, pero es aún un mestizaje para salir de una condición y alcanzar un ideal. Habla de lo mejor de cada una de las razas, pero el blanco no tiene ningún problema porque el blanco no está condenado. Referencio el libro de Elisabeth Cunin, Identidades a flor de piel (2003): era imposible ocultar la mezcla, pero una cosa es hablar de este en términos de identidad nacional y otra es la aceptación de ciertas prácticas y de ciertas maneras de comportarse de la población indígena y población afrodescendiente.
Esa diferencia está muy ligada también a la apariencia física, a unos elementos de clase. Se junta el racismo y el clasismo, porque la apariencia de la población más blanca está ligada a mejores condiciones de vida.
Reflexiones sobre la inclusión
En el esfuerzo por consolidar una imagen del campesino colombiano, puntualmente que sea reconocida en el exterior y en el interior del país, nació en 1959 la figura de Juan Valdéz. Creada por la agencia Doyle Dane Bernbach (DDB), hoy una red mundial de comunicaciones de marketing, por encargo de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), se convirtió en un hito publicitario.
Como señaló el académico David Bushnell, nadie se preguntó por las condiciones de vida de la familia Valdéz y libros como El Andariego (2018) de Carlos Ospina complejiza con sus crónicas estos imaginarios en la actualidad. En términos generales, el campesinado ha sido una parte de la población muy golpeada e invisibilizada.
El movimiento campesino surgió agrupando campesinos, indígenas y afrocolombianos que tenían algo en común: trabajaban el campo y luchaban por la tierra, como explica la académica María José Hernández Castaño. Y si los indígenas y afrocolombianos, como movimientos sociales con una diferenciación étnica lograron un espacio en la Constitución del 91 y una protección especial -debido a la discriminación histórica que han sufrido-, los campesinos que no se identifican étnicamente no han corrido con la misma suerte. Incluso iniciativas como la de las Zonas de Reserva Campesinas, claves dentro del Acuerdo de Paz, han sido fuertemente estigmatizadas a lo largo de los años.
¿Se puede decir que a ese problema racial en la concepción de ciudadanía solo se le viene a buscar solución con la Constitución del 91?
Sí, se puede decir que este concepto se abre con la Constitución del 91, aunque hay algunos cambios que se dan en las reformas constitucionales que se hicieron en la mitad del siglo XX.
Es bien interesante en la Constitución del 91, esa defensa de lo que llaman algunos discriminación positiva: aceptar la diferencia, la idea de la multiculturalidad, de la pluriculturalidad, pero en la aplicación de eso en un país que no ha superado las lógicas racistas a veces se convierte en un problema porque termina por abrir más la brecha.
¿De qué manera?
Nos parece muy bonito para el catálogo hablar de lo indígena y ponerlos en la foto para promocionar el país, pero por otro lado en la práctica cotidiana la gente no ha perdido los prejuicios de vieja data. Sucede entonces que, si bien la diferencia se fortalece como una identidad, que se usa políticamente por los grupos étnicos y es parte de su plataforma política, termina siendo otro elemento más para la discriminación. En lugar de construir elementos para indicar que somos diferentes pero somos iguales en derechos, termina convirtiéndose en una diferencia que fortalece la interiorización de que no lo somos. Recordemos que una senadora se atrevió a decir que teníamos que dividir el Cauca entre indígenas y mestizos.
Hay académicos que señalan que al privilegiar, con razón, los derechos culturales de las comunidades étnicas históricamente marginadas, se dejó de lado al campesino que no se identifica con estas, siendo una gran ausencia de la constitución, ¿como interpreta esto?
El discurso de lo étnico, de la construcción de la diferencia, le conviene muchas veces a los sectores hegemónicos. Lo que sucedió es que en el boom de la antropología en los 60 y 70 se fortalecieron mucho estas diferencias. Y si bien uno de los movimientos más fuerte que ha habido en Colombia fue el movimiento campesino en los 60 y 70, recuerda todo el proceso por la tierra de La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC), en el reconocimiento de las minorías étnicas la gente que se identificaba como campesino no sólo tenía que ser campesino sino también indígena o afro para ser tenido en cuenta. Quedaron sin representación dentro de esta lógica y en ese sentido creo que sí hay un desconocimiento.
¿Esto que nos dice en términos de entender la ciudadanía colombiana?
Esto nos lleva a que no se puede perder de vista unas condiciones de ciudadanía que son mucho más amplias: la dignidad, el buen vivir, el buen trato, la no marginación… Son principios que van más allá de la condición racial o étnica, son elementos fundamentales de la construcción universal de ciudadanía. Por mucho reconocimiento que hagas a la diferencia, que puede ser una base en términos políticos, no puedes construir ese avance y generar mayor pauperización de los que históricamente siempre han estado excluidos, independientemente de que se identifiquen como un grupo étnico o como campesino mestizo o mulato o cualquier combinación donde quizás no se haya tenido conciencia étnica como elemento para participar de un diálogo.
¿Cómo lograr sincronizar entonces estos esfuerzos desde las diferentes luchas que se dan?
Habría que pensar en luchas que no pasen por alto las diferencias, pero donde haya puntos en común de los excluidos en los territorios. Por dar algunos ejemplo cualquiera: la lucha de las mujeres no puede ir en contra de los campesinos, ni de los negros, ni los indígenas. Y si vamos a hilar más delgado, dentro de la idea la ciudadanía los sujetos negros no tiene que dejar de lado el reconocimiento de los negros gays, por ejemplo. Si no lo que vamos a hacer es un popurrí donde cada quien presiona por su lado y le queda más fácil al poder hegemónico centrarse en cosas específicas, pero no resolver unos problemas estructurales como el de la construcción de la nación.
Ciudadanía en construcción
Alfonso Múnera, quizás uno de los historiadores que más ha investigado estos temas, explica que los mitos fundacionales surgidos con la independencia, narrados en libros como los de José Manuel Restrepo cuando la República nacía, no son más que eso: “Mitos colocados en la conciencia de los colombianos”. Para él, esa “construcción de la nación fracasó porque la Nueva Granada como unidad política nunca existió”.
Explica el investigador que lo que hubo fue varias élites regionales con proyectos diferentes. Y fue un proceso donde las clases subordinadas fueron decisivas en el resultado en medio de su búsqueda por lo propio. Al final fueron muchas las naciones imaginadas desde un comienzo.
Tenemos así, concluye Múnera, un Estado-Nación construido con fuerza e imposición. Y por lo mismo es una ciudadanía inconclusa, atravesada por toda clase de conflictos culturales, políticos y económicos. Quizás el presente vuelve a poner esa nación que imaginamos sobre la mesa para encontrar consensos y configurar una idea incluyente que se despoje de esos vestigios obsoletos de marginalización.
Según lo conversado, ¿a qué nos enfrentamos hoy?
A una idea de nación muy débil, inacabada, cuyos discursos nacionales son bastante endebles. Son un campo de batalla porque no terminan de aglutinar a lo complejo de la población. Segundo, creo que tenemos una idea de ciudadanía muy ligada al clasismo y al arribismo, aunque por supuesto que el clasismo genera arribismo. Y tercero, es una idea de ciudadanía también muy miope que busca ciertos reconocimientos y ciertos privilegios sin preocuparse por esta idea abstracta de la ciudadanía en términos generales, en términos universales.
¿Y qué podemos hacer para subsanar estas falencias?
Casi que hay que volver a la condición humana. En el fondo, lo que hay detrás, es que la señora que sale vestida de blanco diciendo “estos indios” tiene un desconocimiento del otro como un igual. Se supone que cuando hay reconocimiento de ciudadanía el origen no importa, tampoco el colegio donde estudias, ni la marca de ropa, ni el barrio donde vives.
Nosotros somos de los países donde el estrato cumple un papel supremamente importante no solamente en términos administrativos, sino que es muy importante en la construcción de la sociedad. Hemos construido una ciudadanía que termina siendo una pugna por alcanzar ciertos privilegios y hay unas élites que reforzaron esa diferencia, pues les sirve y es operativa para mantener los beneficios que históricamente han tenido.
¿Cómo se transforma eso?
El reconocimiento de las minorías étnicas no es el problema de la construcción de la ciudadanía en la nación. Es en realidad, un problema de vieja data que tiene que ver con una estructura de poder, con unas élites, con unas cuantas familias que históricamente se han identificado como los que tienen el derecho a gobernar. Es casi la naturalización del poder y el control de la hegemonía: nacieron para eso, como si la Providencia los hubiera puesto ahí.
En el siglo XIX, los artesanos, que se convirtieron en una fuerza política muy importante y que los partidos usaron mucho, empezaron a ocupar ciertos puestos de poder. Había gente que decía que cómo era posible que la política, que era una cosa de mentes lúcidas y brillantes, de gente con cierta preparación y con cierta condición social, se estuviese llenando de esta gente de baja ralea que estaba contaminando el ejercicio de la política.
¿Cómo alimentamos ese ideal de ciudadanía?
El cambio en la ciudadanía implica un proceso de democratización en las dinámicas de acceso a ciertos espacios de poder, la posibilidad de que la gente no considere al funcionario como un sujeto que está por encima de él, sino que se parezca mucho, que sea un par con el que pueda mirarse a los ojos y establecer un diálogo porque por ahí pasa una distribución más equitativa de los recursos, el fortalecimiento del aparato fiscal, el control del Estado.
Estamos en un momento crítico. Para fortalecer la ciudadanía es también necesario que el Ejecutivo no se monte por encima de la institucionalidad y que el ciudadano sepa que tiene un aparato fiscalizador que puede controlar sus abusos. Y estamos presenciando todo lo contrario: un Fiscal no tiene que estar al servicio ejecutivo, un Procurador tampoco, un Contralor tampoco y muchísimo menos un Defensor del Pueblo. La Constitución del 91 en su buena fe creó muchas de estas instituciones, el problema es que el mismo modelo tradicional las está corrompiendo.
Se necesitan otros ejercicios de ciudadanía mucho más allá de las elecciones. Hay que hacer pedagogía de lo que es ser ciudadano, crear las condiciones, mejorar la vida de la gente para garantizar este ejercicio. Mirarnos como pares, reconocer al otro y no convertirlo en una lucha por nuestros privilegios.