
'Alegría' de Margarita García Robayo llega a la FILBo 2025
La selva que rodea y que acecha. Carreteras secundarias y arroyos de lluvia. Una finca llamada Alegría. Vidas de quienes rara vez consiguen lo que quieren, vidas de ida y vuelta, vidas acomodadas a la violencia o que desaparecen de un zarpazo.
La imprescindible escritura de la colombiana Margarita García Robayo combina existencias, espacios y tiempos porque «uno puede llenar el hueco de historias, y las historias de más huecos y esos huecos de más historias».
Las ilustraciones de la ecuatoriana Powerpaola son la otra mirada que enriquece este río que nos atrapa y nos alegra al mismo tiempo.
Conversamos con Margarita, sobre este libro que será protagonista en la FILBo 2025:

Lo primero que nos gustaría que abordara es la compleja distancia en la que se mueve Alegría, esa tierra de nadie que hay entre el cuento largo y la novela corta, con todas las exigencias de la elipsis de lo breve y la profundidad y el desarrollo de la escritura de largo aliento. ¿Comparte con nosotros algunas experiencias creativas en este sentido?
En general, me interesan mucho esas “tierras de nadie”. Todo material que se aloja en la fisura, que escapa a las categorías más evidentes ya sea por una elección consciente de su autor, o por un accidente, a mí me parece atractivo. Lo cierto es que en el caso de Alegría se trataba de un cuento que se fue alargando, aunque siempre empezó y terminó exactamente igual. Lo que me pasaba era que cuando llegaba al medio, me atacaban una cantidad de aristas y complejidades sobre el tema de fondo (que es la violencia en Colombia), que necesité intervenirlo.
Creció entonces en profundidad, pero no en la extensión del argumento. La extensión de Alegría es la misma que la de mi primera novela Hasta que pase un huracán, y sin embargo, me niego a llamarla novela. Pero bueno, supongo que no es obligatorio asignarle un género.
Alegría destila la exuberancia y lo desbordante de la selva y su atmósfera como un ejercicio de personificación y de animismo, creando así un personaje más. ¿Hasta que punto este espacio convertido también en personaje actúa y determina la narración?
La selva, (que en el Caribe le llamamos “el monte”), es definitivamente un personaje en el texto. Una especie de criatura grandiosa por su tamaño y por su poder. Está presente prácticamente en todas las escenas, porque es un modo de decir que, hagas lo que hagas, no te puedes escapar de ella. Siempre me ha deslumbrado, y un poco también “oprimido”, la presencia permanente de elementos de la naturaleza en la ciudades o pueblos. Es el caso de la cordillera en buena parte de la zona andina latinoamericana, del mar en el Caribe, de la selva en el trópico, de la pampa en Argentina.
Habitar estos lugares tan rotundamente atravesados por la naturaleza te hace sentir ante la presencia de algo medio monstruoso, sobrenatural, mucho más poderoso que tú. Pienso en esas películas gringas en las que aterriza una nave y se asienta en el pueblo y todos, afectados por lo que sea que emane ese elemento, empiezan a comportarse diferente. Yo recuerdo que, de chica, pensaba que el monte era algo vivo, que respiraba ese aire caliente que nos envolvía todo el tiempo, y que se tragaba cosas, animales, personas. Una especie de bestia hambrienta.
Nos ha seducido la capacidad de conciliar un estilo limpio y directo con una estructura textual compleja en la que destaca un exquisito uso temporal de la historia y lo coral de sus personajes. ¿Cómo combina esta forma y este fondo que en sí es todo un reto?
Ese tipo de estructura narrativa: acotada pero profunda, es algo que me he propuesto hacer desde que empecé a escribir. Me gustan mucho las historias cortas pero complejas, gordas en el medio, como en cierto tipo de pinturas que presentan un elemento simple en primer plano y muchos otros, más desdibujados, en el fondo. O como esos cuadros en 3D, en los que haces foco en una imagen con mucha concentración, hasta que el resto del paisaje emerge con nitidez. Me resulta siempre desafiante esa estructura porque no es que los textos nazcan así, en general nacen largos y desbordados, y el trabajo es comprimirlos, extraerles la esencia, desechar lo que sobra que es casi todo.
No podemos dejar de pasar por alto ese rumor, esa latencia de la violencia y sus vínculos que remiten a episodios muy concretos de la historia reciente colombiana. ¿Cómo articula este plano en su escritura y qué supone su presencia?
Lo cierto es que tengo muy poco material escrito que aluda directamente a la historia reciente de Colombia, aunque la violencia funciona como telón de fondo en muchos en mis textos, nunca ha sido el centro. Me resulta muy forzado tratar de hacer algo con este tema que, en mi criterio, resulte medianamente virtuoso. No encuentro tampoco mucha literatura actual que aborde ese tema con la soltura que me gusta encontrar en la narrativa, salvo un par de excepciones brillantes.
Pero esta historia la tenía en mente hace bastante porque, para la época del proceso de paz me pasó encontrarme frente a un documental (varios) de una ex combatiente, y pensé en lo poco familiarizados que estamos, desde la clase media, con las historias personales de los actores de la guerra; como cualquier persona, ellos tuvieron, alguna vez, aunque fuese fugaz, el deseo de salir del atolladero en el que nacieron, de hacer otra cosa, de que se les dejara entrar a alguna parte de donde fueron históricamente excluidos… No pretendía explicar ni justificar nada, porque eso es redundar, lo que sí quería, de algún modo, era retratar a dos personajes en paralelo que pusieran en escena la injusticia de nacer en un país en el que la historia de quienes lo habitan está determinada, casi irrevocablemente, por el lugar dentro de la jerarquía social en el que te tocó nacer.
Y por último no podemos soslayar la parte ilustrada de Powerpaola. ¿Nos profundiza en la experiencia de compartir el cauce de una escritura con otra orilla, con otro discurso creativo y por tanto con otras opciones expresivas?
Trabajar con Powerpaola, para mí, es un sueño cumplido. La admiro desde hace muchos años. Juan Casamayor me contactó en diciembre para este proyecto y en algún momento me preguntó si tenía alguna sugerencia para ilustrar Alegría. Yo le dije, muy tímidamente, Powerpaola. Y de paso lo escribí en mi carta de Navidad, ja. Los intercambios con ella han sido estimulantes, sus dibujos no ilustran el texto, sino que lo complementan, suman muchísimo en atmósfera y sentido. Ella habitó esa misma selva, sabe de lo que hablo. Yo no la conocía personalmente y nuestro encuentro, en un viaje fugaz que hizo a Buenos Aires (ella vive en Alemania) se sintió como si fuésemos amigas de toda la vida. Estoy agradecida y emocionada. Ojalá les guste.
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