El aporte del cine al posconflicto
Gracias al cine podemos vivir mil vidas y distintas realidades. La pantalla tiene la capacidad de transportarnos a todo tipo de mundos, muchos fantásticos y maravillosos, pero también puede darnos una perspectiva más compleja, más humana y ligada a la realidad de miles de personas que muchas veces son dejadas a un lado, silenciadas y hasta estigmatizadas por la sociedad.
Por eso es vital entender al cine, y al arte, como una llave a la empatía que nos ayude a reflexionar y a entender al otro. Esa es la invitación del ciclo de cine Que haiga paz, una muestra liderada por la Comisión de la Verdad y la Cinemateca de Bogotá que se presentará en del 12 al 22 de mayo.
Más de 30 películas de Colombia y otros países que han vivido situaciones de posconflicto se proyectarán durante estos días y se harán varios conversatorios. Entre ellos el de la inauguración, donde conversarán la periodista, María Jimena Duzán; el Mayor Soto Bracamonte, ex comandante del Gaula Casanare; Jorge Iván Laverde (El Iguano), ex comandante de la AUC y será moderado por María Camila Moreno, directora del Centro Internacional para la Justicia Transicional.
Para profundizar más en el cine como herramienta de reconciliación y desarrollo del anhelado posconflicto, hablamos con el curador de la muestra Andrés Eduardo Pedraza Tabares, quien también nos contó un poco de lo que veremos durante este ciclo.
¿Por qué el cine puede ser una vía para llegar a la reconciliación, el perdón y la sanación?
El cine, en su acepción más amplia, actúa como un dispositivo mágico y vital, que articula voces y miradas, despierta una multiplicidad de interpretaciones, permite situarnos desde diversas perspectivas, encontrarnos, disentir, dudar, ampliar la mirada, comprender, fisgonear, intuir, predecir y recordar. Enriquece el repertorio de memoria, evidencia lo menos evidente, visibiliza tantas historias invisibles, construye sociedad. El cine y todas las expresiones artísticas y culturales son ventanas para liberarnos, espejos para reconocernos, trocha para atravesar la maraña del olvido.
¿Qué podemos encontrar en la selección de estas películas?
Es una amplia selección audiovisual que incluye documentales y argumentales, bien sean cine de autor, cine comercial, pasando por obras de creación comunitaria, alternativa, o en el marco de procesos de intervención social desde la institucionalidad, en formatos y duraciones variadas. La muestra propone diversos trayectos que a manera de trochas permiten al espectador elegir diferentes posibilidades de recorridos y experiencias en torno a la verdad, la resistencia y la reconciliación de un país que se haya en un momento crucial de (pos)conflicto. También invita al público e invitados a encontrarnos, a conversar, a disentir en torno a las voces y miradas cinematográficas
¿Cómo la mirada desde otros contextos de postconflicto pueden contribuir al de Colombia?
Cuán humano es interesarse en los problemas de otras latitudes, comprender las complejidades de otras sociedades, reconocerse en las diferencias y en las similitudes culturales. Compartir las penas y las glorias de otras luchas sociales, e incluso dignificar a los vencidos, permite que crezca la solidaridad y la ternura entre los pueblos. El cine, y sus relatos de otras regiones, facilita este tipo de experiencias, más como una conexión afectiva desde las imágenes que desde perspectivas geopolíticas y de globalización. Evidentemente se puede aprender mucho de las experiencias foráneas, de los errores y aciertos de otros procesos, de los balances del pasado. Pero más allá de una estrategia provechosa, la mirada de otros contextos de posconflictos permite reconocernos como humanidad que, a pesar de imperfecta, busca la justicia y el bienestar.
¿Cómo se ha narrado el conflicto hasta ahora desde el cine y en el futuro va a cambiar esa narrativa?
Una de las bases estructurales del cine es el conflicto. A mi parecer, por extensión, esto privilegia al lenguaje cinematográfico para narrar el conflicto armado. En el caso específico de Colombia, muchas películas, abordaron y abordan el tema desde los principios de la violencia. Esto en sintonía con el resto de manifestaciones artísticas y culturales. El cine de (y sobre) el conflicto armado, ese gran acervo de violentología en imágenes en movimiento, tiene como reto no permitirse la espectacularización y banalización del dolor, la muerte y la injusticia. El cine sobre la reconciliación tiene el reto de no caer en la cursilería y la superficialidad del perdón incondicional, de la memoria anestesiada, del olvido y la indiferencia.
¿Cómo lograr que este tipo de producciones lleguen a más públicos y generen un impacto mayor en nuestra sociedad?
Se hace necesario fortalecer el sector creativo. Esto, en un país como Colombia, volcado al militarismo, es casi una utopía. Es urgente apoyar todo tipo de obras y producciones, de contenidos, estilos y formatos creativos en todos los momentos de producción, que incluyen la distribución y exhibición. También, hacer un seguimiento, focalización y apoyo especial a los sectores de producción y comunidades creativas más vulnerables, para que se procure cierta justicia y equilibrio.
También considero que se puede fortalecer el diálogo entre los creadores y el público. No ese lugar común denominado la “formación de públicos”, aleccionador y vertical. Más bien se podría facilitar los espacios de mediación e intercambio horizontal de gustos y posibilidades.
Hay un asunto más problemático. Poder gestar y acceder al arte y la cultura es un derecho básico y fundamental: “no solo de pan vive el hombre”. Pero con hambre y con sed se hace difícil cualquier tipo de contemplación o disfrute. El acceso a los servicios básicos, el goce efectivo de derechos y las posibilidades dignas de intercambio de bienes y servicios culturales en muchas regiones de Colombia es casi inexistente. No en vano se insiste en llamar a estas regiones, con cierta distancia, como la “Colombia profunda”. La garantía universal de los derechos es necesaria para una vida plena de está Colombia que emerge.