"Yo, una víctima de las boybands"
Hola, bienvenidos a este tour por el pasado. Pueden desempolvar su discman, sus cds de los Backstreet boys y/o de ‘Nsync y volver a la adolescencia. Adelante.
Quedarse sentada frente al televisor, esperar que el VJ de MTV anunciara el videoclip, tener un casete nuevo para no borrar ninguno de los videos cuidadosamente grabados con anterioridad, darle “REC” al VHS, saltar del asiento, gritar la canción, repasar la coreografía y rogar porque al final el presentador diera una noticia de los Backstreet Boys, la que fuera. Hacerse la de las compras en los supermercados mientras devoraba toda la revista Tú buscando encontrar una imagen de ellos y sentir celos de sus nuevas novias, ver los noticieros para aumentar la envidia que producía ver a las mujeres aplastadas entre la multitud, en los conciertos, en las firmas de autógrafos, llorando y cantando, desesperadas pero felices de tener a sus ídolos de carne y hueso en frente.
Eso era ser fan de las boybands en el 2000, asumir el rol de una stalker artesanal, muy lejos de las redes sociales y con un internet que todavía requería tener el teléfono libre y una fortuna para poderse conectar por más de 10 minutos, lo que se demoraba en descargar una foto. Así se cultivaba un amor platónico pegado a la pared. O bueno, esta vez cinco amores. Cinco que después se multiplicaron por la fuerza de la industria pop. Así fue que me convertí, por voluntad propia y luego alimentada por la industria musical, en una víctima de las boybands.
Todo fue culpa en un principio de Nick Carter, sus ojos azules, su corte honguito, su insoportable perfecto cabello rubio y su voz chillona. Todo fue culpa de las gotas de agua que le escurrían durante la falsa lluvia en el video de Quit playing games de los Backstreet Boys.
Allí empezó lo que definiría como una tragicomedia. Una tragedia por aquella época entre finales de los noventa y principios de los 2000 y una comedia al de traer de paseo aquellos recuerdos adolescentes.
Para ese entonces, esos sonidos e imágenes lograban despertar un apego casi que enfermizo por la música pop. Tal vez no esté hablando de las mejores letras, las mejores canciones y mucho menos de las mejores voces, pero para algo muy específico estaban (y están) diseñadas las bandas pop masculinas; para hacer felices a niñas (principalmente) y conmigo lo lograron.
La industria musical sabía y sabe perfectamente que la estrategia de poner a 5 rostros bonitos que canten y bailen bien, asegura el éxito en un mercado del que aprovechar el alboroto de las hormonas adolescentes sumados a unos cuantos ceros a la derecha.
Trágico por la necesidad que uno sentía de tener su último disco, abrirlo y contemplar las imágenes de los cuadernillos, necesidad que hacía que uno se convirtiera en un ser intenso con los papás y a quienes se les rogaba para poder tener el CD en las manos, no el pirata, el original, el de las fotos a full color.
Trágico porque era imposible, y lo es todavía, verlos en vivo en Colombia. (Sí, Nick Carter vino el año pasado, pero no es lo mismo). Al fin y al cabo fue una tragedia que definió mis más grandes sueños de la época: ir a un concierto de los Backstreet Boys.
Mi historia con las boybands viene de Nick, Brian, Kevin (¡Ay!, Kevin), AJ y Howie, pero la efervescencia rentable del pop del comienzo de milenio trajo consigo más nombres, pues replicar la exitosa fórmula usando diferentes voces era un acierto seguro.
Es entonces cuando conocemos a NSYNC que fue creado también por Lou Pearlman; un nombre que se volvió importante en ese momento de la industria musical.
Pearlman fue el hombre al que se le ocurrió seguir la receta de los Boyz II Men con otra piel y con más pop que R&B. Fue quien reclutó a 5 chicos de la Florida (E.E.U.U) que tenían entre 11 y 20 años para ponerlos a entrenar coreografías y voces a capella. Los llamó Backstreet Boys y los hizo girar por escuelas de Estados Unidos hasta llevarlos a acaparar los tops en las listas de las estaciones de radio europeas hasta hacerlos estallar en su país en 1996. El mismo mánager que al tiempo creó NSYNC, tomando otros 5 jóvenes para mercadear sus rostros y sus voces.
Pearlman al final resultó todo un fraude, al menos en lo que monetariamente se refiere, se hizo millonario con la disquera TransContinental Records, con la que las dos bandas hicieron sus primeros discos, y en el 2006 fue condenado por estafa por más de 300 millones de dólares.
Pero volvamos al tema original. Fue tanto el apego que le tuve a los Backstreet Boys que incluir a NSYNC en las coreografías que me sabía de memoria era casi una traición. Ambas bandas tenían la misma forma y el mismo fondo, de hecho eran competencia de frente y descarada. Sin embargo, los sonidos algo más evolucionados y pegajosos sumado al bombardeo mediático hicieron que cayera en sus encantos.
Entendí que era un tiempo en el que el mundo giraba en una misma dirección y cuando me di cuenta a mis oídos, mis paredes y cuadernos del colegio también se les sumaron Westlife, Five y Savage Garden. Y claro, las divas nacientes del pop también tenían espacios en los ladrillos y en las hojas; las fotografías y canciones de las Spice Girls, Britney Spears y Christina Aguilera, aunque en menor medida, hicieron parte de mi adolescencia. Todo estaba inundado de caras bonitas y de cuerpos perfectos, ¿o no se les quedó grabada en la cabeza la imagen del abdomen plano de Britney en jeans descaderados?
Sé que pueden criticar mucho a las boybands, (y claro es que han existido tantas, que francamente unas que cruzan descaradamente las barreras de lo artificial que ni vale la pena nombrarlas) y pueden criticar más aún ser fanática de ellas, pues no intento defenderme de eso. Pero no se debe subestimar al pop ni al poder de las boybands, cosa que pasa frecuentemente en el universo musical.
Si hablamos de cifras, los Backstreet Boys han vendido más de 140 millones de copias en el mundo desde 1993, hicieron una gira de 100 horas por Suecia, Japón, Australia, Sudáfrica, Brasil (lo más cerca que han estado de Colombia), y Estados Unidos durante el 2000. NSYNC, por su parte, vendió más de 55 millones de copias en la Tierra, un planeta donde se vendían muchos discos.
Pero más allá de los números, vamos a mirar qué nos ha quedado de todo ese torrencial de mercantilización de hormonas que logró que unos peladitos de 17 años se hicieran multimillonarios. Algunos de estos supieron sacarle provecho a ese estrellato instantáneo y demostrar su talento por aparte.
De las boybands permanece Robbie Williams, quien estuvo en la sombra en el grupo británico Take That a mediados de los noventa, gracias a NSYNC tenemos hoy por hoy a uno de los artistas de pop más completos y consagrados de nuestros tiempos; Justin Timberlake. Y qué decir de los Jackson Five, la que probablemente fue una de las primeras boybands de la historia, pues nos regaló nada más y nada menos que al rey del pop, Michael Jackson.
Del lado hispano salieron cosas como Salserín (esta orquesta infantil es arena de otro costal, por eso no ahondaré en ella, pero sí sabía a qué horas transmitían su novela Entre tú y yo) y aún más importante, Menudo, de donde saltó a la fama Ricky Martin y sonó por primera vez un nombre fundamental para el rock en español: Robi Draco Rosa.
Así que de toda esa tragedia también se decantaron algunas cosas buenas y eso no se puede negar.
El declive de las boybands
No me acuerdo exactamente en qué momento me alejé del pop de principios del milenio, seguramente ocurrió cuando la burbuja se hizo tan grande que explotó y los sonidos perdieron fuerza, o simplemente pasó de moda, como suele pasar. Tal vez crecí y mi gusto musical buscó otros géneros, otras voces con las que me fui identificando para la vida.
Tal vez, empecé a notar cómo los cantantes se iban convirtiendo en artistas de plástico gracias a la presión de las disqueras que les exigían canciones y discos como si se tratara de "soplar y hacer botellas". Los vestían de determinada forma, los hacían sonreír hasta cuando ya no les nacía, los obligaron a ocultar o agudizar sus tragedias personales, hasta convertirlos también en víctimas de las boybands.
Hoy los Backstreet Boys se dedicaron a hacerle honor a la nostalgia y a vivir de ella, eso sí, sin tener encima la presión (y la ayuda) de la industria. Luego de varios trabajos como solistas, arrestos, adicciones y rehabilitaciones, siguen atrayendo la luz de los reflectores. Les he seguido la pista, pero no con tanto fervor, pues ya no tengo mi cuarto empapelado con sus rostros, ahora me daría pánico ver la cara de un desconocido en la pared. Sé que tienen una residencia en Las Vegas, con fechas hasta el 2018, lo que quiere decir que las coreografías de hace más de 20 años les siguen resultando bastante rentables. Claro, tienen un público que han cultivado tan bien que hoy en día paga una entrada de 400 dólares sin el drama de tener que depender del bolsillo de un adulto mayor (porque ya lo son) para satisfacer los caprichos musicales.
Encontrarse con su música hoy en día en medio de una playlist de mis canciones favoritas, hace que me detenga impulsivamente para sonreír (y cantar). Ver hoy el video de Quit Playing Games y sus “marcados” abdominales en primer plano me parecen toda una comedia, pero no, no es algo por lo que sienta pena, no puedo lamentarme de lo que me ha llenado de alegría. Reprocharme por algo que me hizo feliz en un momento de la vida sí sería vergonzoso, prefiero aceptar que fui víctima de las boybands.
PD: Aquí entre nos, yo no quise armar polémica pero si lo analizamos bien, ¿no vendrían siendo los Beatles la primera boyband de la historia? Porque de esa sí nos enorgullece ser fanáticos… ¡Adiós!