“Rompan Todo” no rompe nada
La enseñanza más grande que me ha dejado el rock es cuestionarlo absolutamente todo, incluso las cosas que más me emocionan como la nueva serie de Netflix “Rompan Todo” (2020).
Durante seis capítulos esta producción junta múltiples voces históricas del rock latino, que relatan el desarrollo de esta música en varios países de la región. Por un lado la serie ha sido aclamada porque de forma muy juiciosa pretende hacer una cartografía del rock latino desde los años 60 hasta más o menos la primera década del siglo XXI. Pero por otro lado, las críticas parten principalmente de las ausencias que tiene el contenido.
“Rompan Todo” es un proyecto ambicioso y produce alegría ver una serie como “Seven Ages of Rock” (2007) pero sobre la movida de este rincón del planeta. Además es una excelente guía que funciona en muchos niveles: Para los rockeros más devotos es un repaso y hasta una fuente de nuevas anécdotas; para quienes nunca le prestaron mucha atención a todo esto es una buena forma de entender el rock en español; y para quienes están empezando es una excelente introducción. Pero detrás del esplendoroso formato de la serie y su impecable producción hay muchos vacíos y cosas a las que vale mucho la pena dar una mirada profunda y crítica, esencial para no solo entender el pasado del rock latino, sino lo que está pasando hoy con este.
Más allá de caer en el maniqueísmo de decir si la serie es buena o mala o de seguir ventilando el insulso y anacrónico debate que pretende definir qué es el rock o que bandas son merecedoras de llevar este título; es interesante ver el entre líneas de la producción, analizarla y generar preguntas y debates.
Lo primero que llama la atención de la serie es el nombre, “Rompan Todo: La historia del rock en América Latina”. Sin duda es un nombre llamativo, vendedor, que atrae al público pero que a la luz del contenido final resulta pretencioso y falso. Si bien los grandes íconos del rock latino son referenciados, el enfoque está principalmente en las dos grandes industrias musicales de la región, México y Argentina. Chile y Colombia aparecen constantemente, Perú es brevemente mencionado, pero Ecuador, Bolivia, Paraguay, Venezuela y Brasil quedaron por fuera y el único representante de Centroamérica es la corta mención a Calle 13.
Es entendible que es imposible abarcar la extensa historia del rock iberoamericano en seis capítulos de 40 minutos, y por eso mismo hubiera sido mejor buscar un nombre más democrático y que sea más veraz. Y tal vez puede parecer quisquilloso, pero el lenguaje y la forma en la que se presentan los productos jamás deben ser tomados a la ligera. Sobre todo en un caso como el de “Rompan Todo”, que no solo es una serie chévere para ver el fin de semana, porque también genera un ejercicio de memoria y representación.
Lo curioso es que, en donde más acierta la producción, está su falla principal. Una de las conclusiones que dejan estos seis capítulos es que son un intento por unificar la región a través de la música, por eso el reguero de acentos, dichos y palabras tan variadas. Y es bello ver tanta diversidad, pero ¿cómo se puede hablar de representar a una región si la mitad de esta queda por fuera?
Esto sucede porque en verdad “Rompan Todo” es la historia del rock comercial latinoamericano. Y esto no es malo, ni es un pecado imperdonable, ni demerita el trabajo de todos estos artistas y de la serie. En lo absoluto, sin las lógicas del mercado los músicos no comen y no se desarrolla nada. Pero sí faltó dejar claro que el criterio de selección se hizo con base al mercado. El mismo mercado que en los 90 tomó el discurso de la rebeldía para vender discos y para construir artistas taquilleros. La industria y sus dinámicas también forman parte de esta historia y es importante entender cómo funciona y a qué intereses responde o de lo contrario estamos tragando entero un producto que alguien nos quiere vender.
Por eso me atrevo a decir que “Rompan Todo” no rompe nada, porque a la larga juega muy seguro. Y si bien es muy crítica con los complejos contextos sociopolíticos que han azotado a nuestra región, le faltó ser crítica con la hsitoria que cuenta.
El otro gran problema que tiene la serie, es el mismo que tiene el rock global y es el de seguir atrapados en la prisión de la nostalgia. Esa idea de que antes era todo mejor ha generado una barrera que le ha hecho mucho daño al rock. Así que vale la pena preguntar: ¿Por qué no se habla con profundidad de los últimos 15 de historia de la música? o ¿Por qué no habla nadie menor de 30 años? Algo paradójico, puesto que todos los artistas entrevistados empezaron a construir este movimiento cuando estaban en sus tempranos veintes. Y es completamente entendible que detrás de todo haya una decisión editorial enfocada en documentar esta historia, pero ¿Acaso las voces de esta generación no tienen validez? o acaso ¿el rock cayó en lo que siempre combatió, menospreciar a la juventud?
Después del desplome de la industria de la música a nivel mundial, en todo el planeta empezaron a aparecer nuevas formas de encarar a la propia industria. Sellos pequeños, autogestión, circuitos de circulación alternativos, desde diversos sectores culturales se comenzaron a forjar nuevos sonidos y un nuevo momento histórico igual de fascinante que el de hace treinta años, pero tal vez no muy lucrativo para las grandes disqueras. Omitir esa parte de la historia es dejar un vacío enorme y es importante empezar a contar y a analizar las dinámicas de este siglo de cara al futuro de la música latina. O de lo contrario ¿cómo podemos construir el futuro si no podemos dejar de añorar el pasado?
Aún así, vale la pena ver la serie y a la larga esta deja una esperanza: que las personas que la ven se animen a coger sus instrumentos y crear. Que se tome nota y se fortalezcan los aciertos y que se corrijan los errores. Que las discusiones no solo se queden en el mundo digital. Y sobre todo, que esta historia se siga construyendo y creciendo.