La fábula de James Rodríguez
¿Qué nos deja esta pasión desenfrenada por el jugador colombiano?
Recuerdo cuando a finales de los años ochenta, y después de mucho esperarlo, el máximo símbolo futbolístico del país, Carlos “El Pibe” Valderrama, quien había descollado en aquella copa América del 87 (aún no habían pasado las eliminatorias para el mundial de 1990) se iba a jugar al Montpellier de Francia. Para un país en un momento muy difícil de su historia, ese era uno de los pocos motivos de alegría. Hasta salió una línea de aseo personal llamada “Montpellier” (“La del Pibe” decía el comercial). Era sin duda una gran ilusión en una época en la que era muy poco común ver a nuestros jugadores irse.
Pero al principio las noticias no eran buenas. Sin redes sociales en donde corroborar los hechos no nos quedaba otra que esperar las noticias que dieran al respecto los encargados de la sección deportiva de los noticieros, quienes contaban con tristeza (y sin ninguna imagen en la que apoyarse) que un tal Pierre Moscá era el técnico del equipo y no ponía a jugar al gran Pibe. Obviamente eso generaba una gran indignación, pero al ser casi una leyenda que venía de otro lado, no podíamos sino esperar que todo mejorara mientras aguantábamos lo difícil de la realidad.
He seguido la carrera de James Rodríguez bien de cerca. Su nombre me era conocido desde que debutó en Envigado (su padre quien lleva el mismo nombre le metió un históricamente triste gol a Santa Fe que lo sacó de un octogonal), vi aquella campaña en Banfield de Argentina donde salió campeón siendo muy joven y seguí su proceso de madurez en el Porto y Mónaco. No era James el destinado a ser el gran héroe de la gesta colombiana en el 2014, eso parecía destinado a Falcao, el goleador del equipo antes de su desafortunado accidente en la cancha.
James era un jugador querido y con una calidad insuperable, pero por edad, el 2014 no parecía ser su momento. Sin embargo como cualquier cuento épico o película, el joven que sólo debía apoyar en la batalla terminó volviéndose el hombre que subió al olimpo. Aún recuerdo sus goles contra Uruguay y cómo un país entero cantaba y lloraba de alegría gracias a este joven con cara de niño que parecía encantar todo a su alrededor.
Y entonces todo cambió. De pronto el mundo entero hablaba de este joven maravilla, que una temporada atrás sólo era una gran promesa del Mónaco. Y en las redes no se hablaba de nada ni de nadie más. Y de pronto el mundo entero lo admiraba y toda Colombia lo amaba de manera irracional. James era el símbolo de un país en pleno proceso de cambio. Y llegó el Real Madrid y el Bernabeu se llenó de colombianos y todos reventamos de alegría.
En un país como Colombia donde es difícil reconocernos como nación, los triunfos deportivos son los encargados de eso. Y dentro de ellos especialmente la Selección Colombia. Eso puede ser muy problemático cuando tenemos una selección que, si miramos todo su historial, es mucho más lo que ha perdido que lo que ha ganado. Pero también es problemático cuando al ganar dejamos de tener noción de dónde estamos parados.
Eso pasó con James. Su primer año en el Madrid fue muy bueno y aquella fábula que empezó en el mundial sólo crecía. Pero todo cambió. Y entonces cambió el técnico y ya no lo puso tanto. Y llegó otro técnico, (este una leyenda del club). Y entonces no lo podíamos creer. Y llegaban las fotos, los rumores, que ya no quería jugar, que le gustaba la noche, que se le habían “subido los humos”, que hizo pistola en una foto, que el técnico lo odiaba y entonces nosotros debíamos odiar al técnico. Damos como verdad la información de diarios deportivos españoles llenos de veneno felices de que nosotros los consumamos. Y con las dudas sobre el héroe vienen dudas sobre nosotros mismos: si a él le va mal ¿nos va ir bien a nosotros? La fábula se convertía en un cuento de terror.
Y así estamos. Un país tratando de salir adelante que busca en las caras conocidas una forma de creer en sí mismo. Pero que a diferencia de las etéreas épocas de “El Pibe”, volvemos cada alineación del Real Madrid un asunto de Estado. Tal vez este momento nos sirva para empezar a mirarnos como nación de otra manera. Celebrar los triunfos sí, pero entender que una nación no se arma de triunfos y fracasos. Mirarnos de otra forma. Ver a James y a cada deportista como fruto de una nueva generación que trata de mostrar un nuevo país que está lejos de armarse pero que sigue en la lucha a pesar de nosotros mismos.
Yo personalmente espero que James pueda demostrar todo lo que ha hecho en otro equipo. Pero por lo que hizo tendrá mis gracias eternas, ya que aprendí mucho de Colombia viéndolo a él.