Música alternativa: el lado romantizado de la industria musical
“Mejor artista alternativo”
En la primera toma, unos tenis Converse negros marcan el pulso del ritmo de la guitarra. De ahí, el paneo de la cámara lleva al gimnasio de un colegio donde bailan unas animadoras. Ellas, en lugar de una mascota de algún equipo, tienen pintada en su vestimenta la A en círculo de la anarquía. Luego se ve a la banda completa, a su mítico vocalista de pelo mono, empuñando una guitarra y vestido con una camiseta blanca manga larga debajo de una manga corta de rayas. La música ruge y el público, antes sentado y si acaso moviendo la cabeza, termina destruyendo el lugar.
El video grabado el 17 de agosto de 1991, fue dirigido por Samuel Bayer y se inspiró en la película Over the Edge de Jonathan Kaplan y en el Rock 'n' Roll High School de los Ramones, dos piezas que fascinaban a Kurt Cobain, vocalista de Nirvana. En el año siguiente, el videoclip de “Smells Like Teen Spirit” ganó, en los MTV Video Music Awards, los premios a “Mejor artista nuevo” y “Mejor artista alternativo”, alimentando aún más el éxito con el que el álbum Nevermind (1991), lanzado bajo el sello DGC Records, había metido definitivamente al grunge en el mainstream.
Fue así como el estilo de las mantas escocesas, que abrigaron a los inmigrantes británicos que en el siglo XIX llegaron a EEUU, y que más tarde la compañía Pendleton utilizó para diseñar camisas para leñadores y pescadores, terminó por vestir a los fanáticos del grunge y darle su sello estético como movimiento musical, ante el ojo receloso de los críticos y melómanos rockeros nostálgicos del heavy metal de los 80.
No es del todo fácil marcar de manera absoluta esa ruptura entre el Grunge y el Glam e identificar las raíces de eso que alimentó la denominada música alternativa.
Artistas como Andrew Wood, líder de las agrupaciones Malfunkshun y Mother Love Bone, pese a ser considerado uno de los padres fundadores del movimiento de Seattle, parecía en su estética -y en varias de sus canciones- más cercano a un Axl Rose de Guns N' Roses o a un Bret Michaels de Poison.
Pero también es una realidad que Cobain se oponía en su discurso a este tipo de bandas -incluso se negó a girar con Guns N' Roses- y también que, cuando salió el Nevermind de Nirvana, ese concepto de lo alternativo ya se había construido, haciendo que personajes como Axl Rose dejaran de acaparar tanta atención.
Vamos con algunos ejemplos. En 1986 nació 120 Minutes, un programa de Estados Unidos, transmitido por MTV, que ya decía dedicarse a la música alternativa: The Jesus and Mary Chain, New Order, The Verve, Blur, The Smashing Pumpkins, Dinosaur Jr., fueron algunas de las bandas que allí se mostraron. Incluso el video de "Smells Like Teen Spirit" tuvo su premiere mundial en este programa.
También en MTV, en 1992, vio la luz un show llamado Alternative Nation que, si bien tenía un enfoque más mainstream, le dio eco a agrupaciones como Nirvana, Soundgarden, Alice in Chains, Pearl Jam, Hole, Blind Melon, Weezer, entre otros.
En septiembre de 1988, la emblemática revista Billboard introdujo la palabra "alternativo" en sus cuadros de medición, con el objetivo de reflejar la curaduría e impacto de aquellas emisoras que reproducían artistas más underground o independientes.
O está el caso de Perry Farrell, vocalista de Jane's Addiction quien, en 1991, junto a Ted Gardner, Don Muller y Marc Geiger, crearon el festival Lollapalooza, inspirándose en eventos como el Reading Festival de Gran Bretaña.
Se trató de una gira por Estados Unidos y Canadá desde mediados de julio hasta finales de agosto, tanto con agrupaciones como Siouxsie And The Banshees, Nine Inch Nails o Ice-T, como con presentaciones de Jim Rose Circus y de los monjes Shaolin. Farrell apodó a esta gira como “Nación Alternativa”.
Lo alternativo del mercado
En definitiva se suele considerar a la música alternativa como un concepto que se terminó de fraguar hacia finales de los años 80 y principios de los 90, echando mano de culturas muy marcadas de los años 70 salidas de los sonidos de los Sex Pistols, The Clash, Patti Smith o incluso de proyectos de los 60 como The Stooges. Música que, en algún momento, estuvo por fuera de los grandes sellos discográficos y de sus canales de grabación, producción, distribución y promoción.
Por esto, como explica Ignacio Mayorga, director editorial de 120dB, este concepto suele asociarse “a todo lo que no sonaba en la radio privada, a lo que sucedió con la radio universitaria para la difusión de proyectos como Hüsker Dü o como REM en los 80: música que se escapaba del label de ‘lo comercial’ [...], sin tener que aceptar unos cánones, unos academicismos, unas fórmulas, unos mecanismos y unas cuadrículas. ‘Tenemos tres acordes y algo que decir y es suficiente para cambiar el mundo’”.
Lo anterior puede aplicar no solo para la décadas de los 80 y 90: “Siempre ha habido una alternativa a lo que se está haciendo. Si estamos hablando de rock en los 60, los Beatles, los Stones, tuvieron una alternativa con Lou Reed, con Iggy Pop y con algunos otros que no querían cantarle a lo que ellos le cantaban”, explica Andrés Durán, historiador del rock, director, productor y locutor de radio en Radiónica.
Y es además algo que se extiende más allá del Rock: la denominada World Music, el New Wave, la música Folk, el Rap eran incluídos dentro de esta bolsa. En ese sentido, por citar un ejemplo, cuando Peter Gabriel, vocalista de la agrupación de rock progresivo Genesis, funda la compañía Real World Records, en 1989, con el fin objetivo de grabar tanto material propio como “músicas del mundo”, buscaba alimentarse de esa “alternativa musical”. Al final fue así como llegó hasta a Toto la Momposina, encuentro que dio como resultado el renombrado álbum La candela viva (1993).
Simona Sánchez, antropóloga, periodista y locutora de Radiónica, afirma que todo el mundo terminó metiendo en la categoría de alternativo lo que no cabía en otro lugar. Y por lo mismo, para el periodista musical Pablito Wilson, el concepto siempre fue ambiguo: “Nunca tuvimos un consenso claro de qué es lo que significa y finalmente lo que hicimos fue meter ahí artistas que no podían catalogarse en un género específico, artistas que no sabemos dónde clasificar [...]. Es un término abierto a la interpretación y a la subjetividad”.
Además de esta ambigüedad, el Nevermind de Nirvana se convirtió en un éxito a finales de 1991 y, en enero de 1992, ya había desbancado al Dangerous (1991) de Michael Jackson del número uno del Billboard. Lifes Rich Pageant (1986) de REM puso dos de sus sencillos, "Fall On Me" y "Superman", en la lista US Mainstream Rock y, con su siguiente álbum, Document (1987), lograron disco de platino y llegaron al número 10 en el Billboard 200. Este gran éxito les valió un contrato con Warner, el más caro de ese tiempo.
“En últimas, toda esa movida alternativa también fue muy comercial, porque lo contracultural también vende. Se le sacó provecho a esta etiqueta alternativa que estaba presente en los lugares donde uno iba a comprar discos, en los mismos sellos discográficos y en las mismas emisoras alternativas que, si no pasaban lo de otras emisoras, estaban jugando con los mismos términos”, dice Simona Sánchez, frente a lo que además se pregunta: “Entonces, en el momento en que me vuelvo masivo, ¿dejo de ser alternativo? ¿Entro en otra categoría?”.
Hay que decir que, más allá de su ambigüedad, o por esta, la categoría de lo alternativo favoreció y abrió una puerta dentro de la industria musical, como también explica Simona: “Esto derivó en festivales de música alternativa donde uno básicamente va a escuchar de todo. Viendo el lado positivo creo que en los 90, en América Latina, muchas agrupaciones pudieron ser populares gracias a esta categoría: un Café Tacvba, un Aterciopelados, que tenían esas capas sonoras”.
Culebra Records fue un subsello mexicano de la disquera BMG Bertelsmann que firmó a Aterciopelados en 1993 para producir Con el Corazón en la Mano y nuevamente en 1995 para El Dorado, uno de los grandes clásicos del rock latinoamericano. O también el Aquí Vamos Otra Vez en 1994 de 1280 Almas. Esta dinámica de los subsellos, bajo el manto de las majors, fue extensible a toda Latinoamérica, Norteamérica, Europa.
Si entendemos el pop, o la música popular, como algo que nace del gusto y las inspiraciones de las clases medias y bajas, encontramos que nada de lo sucedido dentro de esta idea de lo alternativo se sale de la dinámica. Y la industria discográfica, siempre ansiosa de lo nuevo, decidió de igual manera invertir y masificarlo con distintos éxitos al sentir que una propuesta anterior se empezaba a desgastar. Fue en los bares, desde Seattle a Bogotá, o hasta en las trochas de los países llamados tercermundistas, donde encontró una respuesta.
Al final, se puede afirmar que el concepto de lo alternativo nació de los mismos sellos: “Ellos se daban cuenta cuando un movimiento estaba en declive y cuando tenían que ingresar otro [...]. Fue lo que ocurrió en los años 90 cuando se hizo famoso el sonido del rock alternativo que abarcaba diferente subgéneros como el Étnico, donde estaban los Aterciopelados; el Grunge donde estaba Pearl Jam o Alice in Chains; el Rap and Roll donde estaban Rage Against the Machine o los Beastie Boys. Después el alternativo de los 90 fue reemplazado por el electrónico, después el electrónico por el indie y así”, explica Andrés Durán.
Eblis Álvarez, cerebro detrás de la agrupación bogotana Meridian Brothers, argumenta al respecto: “En todo caso [lo alternativo] es una etiqueta publicitaria para un tipo de tribu de gente y para un sector específico de consumo. Es también una herramienta de 'disidencia controlada'' [...]. Todo tiene un discurso ideológico detrás al que la gente/artistas rezan. Esos discursos se van inventando poco a poco, siempre con el marketing para la juventud con el que la entretuvieron desde los 60”.
Hay además otro matiz que agregar a estas interpretaciones. Para Carlos Solano, periodista musical, director de la Escuela de Periodismo Multimedia de el periódico El Tiempo y director del podcast El primer café, se trata de un concepto complejo en la medida que cambia con respecto a cada país, a cada mercado de la música: “Probablemente en Bogotá en los años 80 tener un disco de Pink Floyd significaba acudir a la música alternativa en el mercado colombiano, pero realmente el aparataje que existía detrás de Pink Floyd era gigante. Es simplemente un concepto que nos metieron para decirnos que hay una música que nos llega por un lado y que hay una música que nos llega por otro”, explica.
La alternativa en el presente
Si la idea de lo alternativo sugiere esta incertidumbre desde su nacimiento, es aún más problemático cuando se trae al presente. Por eso decidimos reflexionar alrededor de este concepto por medio de diferentes voces que se sumarán a una interpretación de cara a la eficacia o validez actual de su uso hoy en día.
Ana González, más conocida como Brina Quoya en su proyecto solista, lo sigue leyendo como una manera de catalogar una parte de la industria musical: “más que nombrar o categorizar ciertas estéticas disidentes con sus particularidades [...]. Hoy se refiere a un nicho más de un mercado y a estilos que pretenden en algún punto volverse imperantes y, por ende, más homogéneos, como justamente ha venido sucediendo”.
A propósito de esta última idea de volverse imperante, Mayorga argumenta que, además de esta debilidad conceptual, eso que llamamos alternativo es muy fácilmente cooptado por el discurso mainstream o regente hasta convertirse en tendencia: “Es el caso de Billie Eilish, es el caso de Grimes, que se volvió aún más millonaria vendiendo obras de arte digitales, pero eso no implica que el lugar de donde proviniera en principio sus canciones no sea un lugar honesto. Es simplemente un juego muy sucio de las dinámicas del capitalismo y del liberalismo cultural el cooptar formas honestas de discurso para terminar de invisibilizar la diferencia en un gran océano de lo normativo”, argumenta.
Otra es la lectura de Ricardo Durán, director editorial de la revista Rolling Stone Colombia: “Siento que hoy el término es tan vago que se usa muchas veces como para decir ‘yo no soy mainstream, yo soy alternativo’, pero todos sabemos que en el fondo ese artista lo que quiere es llegar a ser mainstream. Termina siendo entonces como una falacia, ‘yo no soy comercial pero quiero ser comercial’ o ‘Yo no soy masivo pero quiero ser masivo’. Uso una definición con el propósito de dejar de caber en esa definición”.
Pero para Ricardo Durán, además de esta falacia, el problema radica en la utilidad de ese concepto: “Hoy en día no entiendo qué quiere decir el término música alternativa [...]. Tantos artistas o tantos jefes de prensa la usan y al final no define nada. Se le pone a LosPetitFellas, a Edson Velandia, a Tequendama [...]. Es un término que ha servido, sin mucho éxito, para tratar de definir lo que no es urbano, lo que no es pop de Miami y lo que no es la electrónica de rumba, pero no es sinónimo de un espacio, de una estética, de un sonido”.
Esta obsolescencia la comparte, desde su oficio como periodista musical, Simona Sánchez quien argumenta que terminan siendo categorías que no podemos explicar y con las que no podemos jugar. A esto, además adhiere que se convierte en “un juego entre lo que se considera ‘puro’ y lo que no, cuando con la música popular se trata de capas sonoras que se están entrecruzando. Ninguna música es pura”, sentencia.
En este sentido, para el músico Eblis Álvarez, incluso lo alternativo es un término que sigue apelando a las mismas lógicas de mercado que dieron lugar a su origen: “Con ese discurso disidente se han creado mil tendencias y etiquetas ahora muy sofisticadamente encubiertas, pero siempre con la idea de ‘escapar’ de ‘luchar’ de ‘pensar distinto’ o ‘independiente’. Pero en resumen es la clásica disidencia controlada para todo el que tenga algún espíritu activista, libre o prefiera cosas distintas al sistema: se le tiene su sopita de esos ingredientes para que luche, sea independiente o haga activismo dentro del engranaje publicitario”.
Esta mercantilización de la música, inevitable, porque todo artista debe poder vivir de su trabajo, no sugiere necesariamente un problema para Carlos Solano. Lo que si siente es que hay un problema en la distribución y promoción: “Las discográficas promocionan un porcentaje minúsculo o reducido de sus catálogos y al final nos enseñaron a consumir mediante una dinámica de sencillos”. Solano explica que son estos sencillos los que las emisoras programan bajo la imposición de una música llamada comercial, obligando a muchos a acudir a una música que terminamos llamando alternativa. “En resumen a lo que estamos expuestos es una lógica de mercado, y no debería ser una lógica de mercado sino de gustos y de aproximaciones distintas al arte”, afirma.
José Gandour, creador y director de zonagirante.com, se adhiere a esta lectura del funcionamiento del mercado musical: “Creo que ahora la gran diferencia está entre lo que se promociona a nivel mundial por tener detrás un músculo financiero importante y una forma de distribución internacional y relevante y están los productos que independientemente de su calidad tienen sus limitaciones para sonar en el mercado porque no tienen ese dinero que les permita figurar en los grandes playlist y etc etc. No es ni siquiera una cuestión de sonido, de géneros”, explica.
La creatividad como alternativa
En definitiva José Gandour opina que el concepto de lo alternativo queda vetusto, precisamente, por el transcurrir de los años: “Todas las etiquetas, tienen un tiempo de validez y sirven para señalar o describir de manera fácil, pero no siempre de la manera más correcta, un fenómeno de lo que está ocurriendo con la música”. Para él, esa supuesta línea entre lo que se llamaba alternativo y lo comercial se ha diluido bastante, llevando a que “propuestas que en una época se hubieran salido de lo común y ahora funcionen a nivel masivo”.
A este último punto se suma Andrés Durán, quien argumenta que esto tiene que ver con que hoy en día los sellos no están dictaminando modas para que haya una alternativa a esa moda, lo que hace que el campo esté abierto: “Yo diría que la alternativa, ahora, sería el pop. Porque de resto todos los subgéneros están funcionando paralelamente. No se puede poner al punk como música alternativa en el 2021 porque está funcionando muy bien. No sé puede colocar como alternativa al rock progresivo o al blues porque están funcionando muy bien”, señala.
Explica además que siempre habrá inconformes que quieran hacer algo diferente a lo que se sigue como borregos. Algo que también destaca Gandour: “Eso no quiere decir que no haya música por fuera de los circuitos comerciales o de los movimientos de vanguardia que quieran buscar y desarrollar otro tipo de instancias a parte de las que el mercado está imponiendo”.
Precisamente este impulso es lo que para Ana González ha permitido pensar que “hay muchas maneras de hacer música, y que hay un público (así sea más pequeño) ávido de esa variedad”. Quizás nadie nazca diciendo que quiere ser “músico alternativo”, pero si desde lo creativo esto significa que se va a seguir un camino que no es el comercial tradicional, “es valioso ese esfuerzo por sacudir el mercado”, afirma Gandour.
La lectura de este tipo de términos quizás, al final, no son tanto una herramienta para entender la música como fenómeno creativo pues, como señalaron varios, son ambiguos y difícilmente funcionarán como un lente para entender una forma estética musical particular o un movimiento cultural derivada de esta.
Lo que sí permite es aproximarse a entender la manera como se mueve la industria musical, las fricciones, transformaciones e innovaciones que ahí se generan y de cómo fluctúan dentro de ese mercado. En últimas, todo artista quiere que su trabajo sea apreciado y vivir de él, sin que esto signifique que todo tenga que sonar igual.