Menos felicitaciones y más acciones para la selección de fútbol femenina
En una final de fútbol solo hay dos sensaciones, la gloria y la derrota. Pero por la necesidad de seguir vivos, nos hemos convencido de que el camino, el esfuerzo y la entrega son motivos de celebración y orgullo. Siendo sinceros, esos son paliativos que nos damos para mitigar la tristeza que da ver al otro equipo alzar la copa. Y si bien es muy importante ser dignos en la derrota y mantener la frente en alto al final del juego, también hay que sentir la rabia y el desconsuelo que da perder ese último partido.
La cosa es que en Colombia, a pesar de nuestra extensa tradición futbolera, nos hemos acostumbrado a perder y aferrarnos a lo mucho o poco que nuestros atletas puedan dar en la cancha. Pero en el caso de la reciente Copa América Femenina, de verdad hay muchas motivaciones para aplaudir y celebrar. Porque como se ha dicho mucho en el último mes, la selección de fútbol femenina, contra todas las adversidades jugó un torneo impresionante, que para la historia tiene que ser mucho más valioso que cualquier cinco a cero.
Lamentablemente, un penal, un castigo, un mal segundo en el que un pie se fue mal en el área, dejó el premio mayor a unos pocos centímetros. Pero sin duda lo más doloroso de esta derrota es el contexto que la envuelve, porque en la final contra Brasil, las jugadoras no solo estaban buscando un título, estaban luchando por la dignidad y el respeto.
El camino de la selección Colombia comenzó cuesta arriba por dos razones. Una bastante conocida y ampliamente comentada, fue la decisión que los 35 equipos de la Dimayor tomaron en asamblea general de que no hubiera liga femenina durante el segundo semestre del 2022. La otra, ha pasado algo desapercibida y de la cual se habló poco durante las coberturas, la cual fue las quejas de un presunto veto a varias jugadoras que no fueron convocadas por denunciar irregularidades y malos tratos dentro de la federación.
Sorprendió no ver nombres como: Yoreli Rincón (Sampdoria), Vanessa Córdoba (Querétaro), Isabella Echeverri y Natalia Gaitán (Sevilla); y se especula que su ausencia está ligada a las denuncias que se hicieron contra el ex entrenador de la selección, Felipe Taborda, acusado de cobrar a algunas futbolistas por jugar, de cobrar por los uniformes y de no repartir los premios en dinero ganados en las diferentes competencias en las que participó el equipo nacional.
Nelson Abadía, actual técnico de la selección, quien formó parte del equipo técnico de Taborda, negó fervientemente las acusaciones de veto, pero hay que recordar que en 2016, Daniela Montoya, actual capitana, no fue convocada justo después de hacer dichas denuncias contra Taborda, así que es más que válido hacerse la pregunta de si esto sigue pasando. Sobre todo teniendo en cuenta el escándalo de “El pacto de caballeros”, que puso a la Superintendencia de Industria y Comercio a investigar a los presidentes de 16 clubes de la Dimayor por irregularidades en la contratación de jugadores y el manejo de sus derechos imágenes que se consideran como competencia desleal.
Pero no hay que demeritar el trabajo de las convocadas a esta copa que respondieron muy bien durante todos los partidos. Dio mucho gusto ver jugar a Linda Caicedo, que con tan solo 17 años mostró fuerza y tenacidad en la cancha; Leicy Santos sin duda en este momento es la mejor 10 que tiene Colombia en todas sus divisiones y categorías, Catalian Pérez demostró mucha madurez y seguridad en el arco, Daniela Caracas y Jorelyn Carabalí se pararon muy duro en la defensa, Mayra Ramírez y María Usme no solo mostraron ser atacantes muy peligrosas sino muy calidosas. Y en general el plantel respondió con cómodas victorias frente a Paraguay (4-2), Bolivia (3-0) y Chile (4-0); y saliendo con mucha astucia y entrega en partidos complicados como el de Ecuador (2-1) y la dura semifinal ante Argentina (1-0).
Contra Brasil, la mala suerte y las cosas del fútbol no permitieron otra victoria porque en varias ocasiones las brasileñas estuvieron contra las cuerdas. A pesar de la estatura y fuerza de las campeonas y de que en Brasil sí hay una liga y un apoyo sólido al equipo femenino, las colombianas demostraron no solo el buen nivel que tienen, sino la ambición.
Aún así, a estas jugadoras no se las ve con el respeto que merecen. Por alguna razón los periodistas deportivos las siguen llamada niñas, a pesar de que son mujeres, en incluso Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, dijo que son como sus hijas, y durante la premiación les tocó la cara a todas las convocadas, sin importarle las muestras de incomodidad que claramente mostraron varias de ellas.
Y seguramente Jesurún no se da cuenta que este tipo de declaraciones y acciones aparentemente inocentes y bien intencionadas, son paternalistas y condescendientes, degradan el trabajo de las deportistas y las infantilizan. Como si el futuro y la dignidad del fútbol femenino se tratará de muestras de “cariño” y palabras amables, precisamente como si fueran “niñas” practicando un hobby y no mujeres que están luchando por vivir de su talento y su esfuerzo.
Esto más bien recuerda la imagen del padre ausente que llama una vez al mes y hace mil promesas que no cumple. Lo bueno es que ya Jesurún declaró que en el 2023 habrá liga femenina, lo cual es perfecto, pero la realidad, el presente, es que las futbolistas profesionales colombianas tienen que buscar que un equipo extranjero las fiche o pasar un semestre entero sin competir en el nivel necesario.
Lo complejo de esta situación es que la fuga de talento afecta el desarrollo del fútbol local. Ya se ha visto en la división masculina donde la mayoría de los jugadores talentosos se van del país muy jóvenes dejando un hueco en la competitividad de la liga nacional. Estamos viendo un crecimiento en el nivel individual, que es positivo, pero no necesariamente en lo colectivo, y los torneos los ganan los equipos, no las estrellas.
Además países como Paraguay, Chile, Argentina están comenzando a invertir en sus selecciones femeninas y cada vez el nivel se pondrá más alto y la competencia se hará más fuerte.
Pero, el tener las tres categorías de la selección femenina clasificadas a sus respectivos mundiales, sin duda abre una puerta de esperanza y de oportunidades. La presión mediática y la viralidad que tuvo este torneo puede ayudar para que la empresa privada empiece a invertir en el equipo, si se consolida una liga femenina constante puede formar más jugadoras y sin duda el público va a empezar a apoyar más a los equipos femeninos.
Lo cual de hecho ya está pasando, esto se vio en los estadios en general con buena asistencia del público y distintos colectivos, en su mayoría feministas, se han comenzado a reunir en torno al fútbol, para no solo alentar sino presionar para que se respete el trabajo de las jugadoras. Así se vio en el partido disputado contra Chile en Armenia, donde se alzó un enorme trapo que decía “Liga Femenina Digna”, el cual tanto la policía como la Conmebol intentaron evitar que entrara al estadio.
A lo largo de estas semanas se seguirá hablando de la selección, que empezará a prepararse para el mundial, y lo que se espera es que las cosas no queden en palabras. Se necesita un compromiso real de la Dimayor y la Federación, por más riesgoso económicamente que este pueda ser; se necesita un apoyo real de los pares masculinos, porque mandar saludos por Twitter en verdad no sirve de nada; se necesitan garantías de paga y confianza para el desarrollo de las jugadoras; se necesita compromiso del público y los medios; y se necesita que estas mujeres sigan teniendo el hambre de gloria que vienen mostrando desde hace años.
Es un camino largo pero si algo nos ha enseñado el fútbol es que después de la derrota uno se para y vuelve a la cancha y que a veces la situación parece muy adversa, pero siempre hay esperanza, y el mayor logro de la selección Colombia en esta Copa América fue precisamente devolverle al fútbol nacional la esperanza.