Los Juegos Olímpicos también han mostrado el lado menos amable de Japón
Los Juegos Olímpicos son uno de los eventos más fascinantes y atrapantes que existen, no solo por las increíbles destrezas físicas que muestran los atletas en las competencias, sino por la dimensión política que nunca puede faltar. Las Olimpiadas son un excelente termómetro sociopolítico que nos ayuda a ver cómo se mueve el mundo, cuáles son los conflictos que dividen las naciones y cuáles son las voces que están amplificando los deportistas.
Durante la Guerra Fría, la tensión siempre estuvo enfocada entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pero con el final de esta y el pasar de los años, han aparecido nuevas tensiones, luchas y polémicas alrededor de la Villa Olímpica y este año la cándida imagen japonesa ha sido manchada por varios conflictos sociales, políticos y económicos.
En occidente buena parte de la imagen de Japón se ha construido a partir de la cultura popular de esta nación. El anime, el manga, la música, el cine y arte visual japonés nos han mostrado un país fascinante, que está a la vanguardia, pero que al tiempo mantiene una tradición que lo vuelve una tierra mística donde hay mucho orden, respeto, asepsia y creatividad.
Así mismo, industrias como la automotriz y la tecnológica han contribuido a forjar la imagen de una potencia económica global que tiene la capacidad de organizar de forma casi perfecta grandes eventos como el Mundial de Rugby 2019 y ahora los Juegos Olímpicos.
Japón es sinónimo de trabajo duro, eficiencia y disciplina. Pero en la contracultura de estas islas, hay pistas de un lado oscuro lleno de violencia, perversión y un desdén total por la vida y la dignidad humana.
Buena parte de los animes muestran héroes que combaten unas fuerzas muy oscuras que carecen de piedad y que se regocijan en el sufrimiento. Y esto no es gratuito. Probablemente es una forma que muchas personas de las islas han encontrado para desahogar y enfrentar un pasado muy complejo del que poco se habla en occidente, pero que en oriente dejó una cicatriz muy profunda que todavía no sana del todo. Cicatriz que ha estado muy presente en estos Juegos Olímpicos, sobre todo, en las delegaciones de Corea del Sur y China que durante la primera mitad del Siglo XX sufrieron el yugo y la mano dura japonesa
Muchas veces olvidamos que Japón es un imperio y como todo imperio se construyó a punta de fuego y sangre. Para entender esto hay que regresar al Siglo XIX: el final de la era de los samurais. En los años 1800, la tierra del sol naciente funcionaba como un sistema feudal controlado por las familias nobles cuya cabeza no era un rey, sino un dictador conocido como Shogun, que le arrebató el poder al emperador. En esa época, el clan Tokugawa era el que regía y una de sus políticas era mantener aislado al país.
Todo cambió en 1853 cuando el comodoro norteamericano, Matthew C. Perry, llegó a las puertas de Tokio con una flota de barcos para exigir un tratado que abriera rutas de comercio entre Japón y Occidente. Al ver esto, varios señores feudales se dieron cuenta que no podrían enfrentar una eventual invasión extranjera y si querían evitar ser colonizados, debían modernizarse y abrirse al mundo. Esto generó una alianza entre varios clanes de samuráis que dio paso a una revolución denominada la Restauración Meiji. Este turbulento y violento periodo terminó en 1889 y significó el regreso al poder del emperador, pero también se creó una constitución y comenzó la revolución industrial.
Gracias a esto, el país asiático pudo mantener su independencia al tiempo que forjó una alianza con occidente que le permitió convertirse en la nación más poderosa de la región. Pero también comenzó a forjarse un fuerte sentimiento nacionalista en la población. Con la llegada del Siglo XX, también arrancó un impulso colonial y militarista y en 1910, Japón invadió la península de Corea.
En la Primera Guerra Mundial, la victoria de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, aliados de Japón, le dio el control de varios territorios en Asia y Oceanía que antes eran de Alemania, los cuales significaron un crecimiento económico y potenciaron el sentimiento patriótico del imperio. Pero políticamente empezó a tomar fuerza el ultranacionalismo que fue azuzado en los años 20 con la llegada al trono del famoso emperador Hirohito, anti occidental y anti liberal.
En 1931, se dio la invasión de la provincia de Manchuria en China, lo que fue el primer paso para que durante la Segunda Guerra Mundial, el pujante imperio nipón se uniera a la Alemania Nazi de Hitler y la Italia Fascista de Mussolini.
Esta alianza significó una expansión exponencial del Japón imperial que invadió la Indochina francesa (ahora Vietnam, Laos y Camboya), Tailandia, Birmania, Malasia británica, Borneo, Hong Kong y las Indias Orientales Neerlandesas (ahora Indonesia). También atacaron varios territorios de Oceanía, se enfrentaron a Australia y Nueva Zelanda y se dio el bombardeo de Pearl Harbor en Hawai.
El control colonial japonés terminó en 1945 después del triunfo de Los Aliados y Rusia en Europa, la expansión de la Unión Soviética hacia oriente y las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki.
Al igual que sus aliados en Europa, Japón durante años ejerció un control basado en el horror y la fuerza. Quienes no terminaron torturados y descuartizados, acabaron como esclavos. Los hombres como fuerza laboral, y las mujeres como esclavas sexuales de los soldados, a quienes los militares llamaban “mujeres de consuelo”.
La violación de los derechos humanos sistematizada era una política del Japón Imperial y los soldados iban a la guerra felices, motivados por el ultranacionalismo y por la crencia de que el emperador era un descendiente directo de dios. Muchas personas dieron su vida bajo la idea que estaban peleando una guerra sagrada. Y eso dejó una cicatriz y varios conflictos que todavía no han sido solucionados.
Las tensiones en los olímpicos
Japón cuenta con dos banderas. La blanca con un círculo rojo en el medio llamada Hinomaru, que se usa de forma oficial desde 1999, y una similar llamada Kyokujitsu-ki, que tiene 16 rayos rojos que es más común ver en parafernalia relacionada con el país. Pero esta segunda es una bandera muy polémica en Asia porque era el símbolo de los militares durante la época del Japón colonial.
Para la gente de Corea y China, esta bandera es un símbolo de represión y violencia que incluso ha sido comparado con la bandera Nazi. Pero la Kyokujitsu-ki se sigue usando como símbolo de la Marina japonesa y en celebraciones y fiestas nacionales. Y también ha sido adoptada por los grupos ultra nacionalistas de la extrema derecha nipona.
Por eso, la delegación olímpica de Corea del Sur pidió al Comité Olímpico Internacional (COI) que no izara esa bandera durante los juegos, lo que dio paso a un pequeño conflicto simbólico en la Villa Olímpica debido a que algunas personas alzaron la Kyokujitsu-ki cerca a los escenarios deportivos.
La respuesta de los coreanos fue colgar varias de sus banderas y una pancarta que tenía escrito en coreano: "Aún contamos con los aplausos y el apoyo de nuestros 50 millones de personas", que hace referencia a una frase histórica que dice, "Todavía tengo 12 buques de guerra", que fue tomada de una batalla naval llevada a cabo en 1597, en la que el almirante coreano Yi Sun-sin de la dinastía Joseon, derrotó a más de 300 barcos japoneses con 12 naves en el Estrecho de Myeongryang.
Pero a parte de las tensiones simbólicas, existe un conflicto diplomático entre ambas naciones por las Rocas de Liancourt, dos islas volcánicas en las que habita una treintena de personas que formalmente conforman parte de Corea del Sur, pero que históricamente han generado conflicto entre las dos naciones. Esta vez el problema se dio porque Japón incluyó a las islas en el mapa del recorrido de la antorcha olímpica, lo cual molestó a Seúl, no solo por un tema de apropiación territorial, sino porque Corea retiró las islas de bandera de las coreas unificadas que se usó durante las Olimpiadas de Invierno de 2018 en Pyeongchang y sienten que no hubo reciprocidad por parte de su vecino.
Los conflictos internos
Si bien las olimpiadas fueron emocionantes y un ejemplo de unidad y tolerancia que ha deslumbrado al mundo, los habitantes de Tokio nunca estuvieron muy felices con la organización de las justas deportivas. Se calcula que dos tercios de la población del país estuvo en contra de los juegos y de hecho, antes de la inauguración se registraron protestas que pedían su cancelación. La razón es que existe el temor de que este evento agrave la crisis del COVID 19. Solamente, este lunes,3 de agosto, se declaró emergencia sanitaria a nivel nacional y se han reportado unos 294 casos relacionados con las olimpiadas.
También hay disgusto por las pérdidas económicas que ha significado la organización de este evento. Japón todavía no está del todo recuperado de la triple catástrofe natural que se vivió en 2011 y se esperaba que los juegos inyectaran una buena cantidad de dinero para el país, pero obviamente la pandemia no estaba en los cálculos.
Varios economistas opinan que en general organizar las olimpiadas genera más pérdidas que ganancias y más en una coyuntura como la que estamos viviendo. No hay un cálculo exacto de cuánto ha perdido Japón, pero se estima que será entre quince y veintidós mil millones de dólares.
Aparte, para mantener la imagen de la ciudad, el gobierno ha desalojado a los habitantes de calle que viven en carpas ubicadas cerca de la Villa Olímpica. Lo que ha causado indignación y protestas.
Una familia real en riesgo de desaparecer
Japón es un país extremadamente machista. Desde las prácticas cuasi pederastas que envuelven a las Idols del Jpop, hasta el corazón de la familia real. Por ley, las mujeres no pueden ser emperatrices y si una de las integrantes de la familia se casa con un plebeyo, debe abandonar su estatus. Esto es un problema grave porque el actual emperador Naruhito, solo tiene una hija, la princesa Aiko. Y para agravar la cosa, solo quedan tres hombres en la familia real. El príncipe Fumihito, hermano del actual emperador y sucesor del trono, su pequeño hijo Hisahito y el tío del emperador, Hitachi, que tiene 85 años.
El trono imperial se ha mantenido en la misma familia desde 1912 y es la monarquía más antigua del mundo, por lo que su sucesión es un tema de debate político tan álgido que ha enfrentado al actual partido conservador que gobierna el país y a la oposición. En un punto se sugirió que se modificara la ley para permitir una emperatriz, lo cual fue imposible. Ahora el debate está en si permitir que las mujeres casadas con plebeyos puedan volver a la familia real y así abrir la posibilidad de que sus hijos ocupen el trono. Pero si algo le llega a pasar al príncipe Hisahito o no llega a tener hijos varones, en unas décadas no existirá una cabeza del imperio japonés.
Al igual que la mayoría de los países del mundo, Japón es una nación en conflicto. Por un lado se aferra a sus tradiciones, su imagen y su deseo de seguir siendo una potencia económica y cultural, pero por otro, se enfrenta a varios cambios estructurales muy profundos. En 2020, el país registró la tasa de suicidios más alta de la última década, 20.919 personas se quitaron la vida y los porcentajes más altos están en las mujeres (hubo un aumento del 70%) y en los jóvenes, lo cual es un claro síntoma de las múltiples fallas estructurales que se viven en el país del sol naciente.