Las mujeres en Qatar: una perspectiva a propósito del Mundial
Hace unos meses una denuncia cruzó el océano. De Qatar viajó hasta México. Su remitente: la joven mexicana Paola Schietekat. Cómo en una historia carente de sentido común, Paola pasó de ser víctima a ser acusada, en un país donde los derechos de las mujeres son vulnerados cotidianamente.
Paola fue condenada a 100 latigazos y siete años de cárcel por denunciar un abuso sexual que vivió en Qatar en julio de 2021, cuando se desempeñaba como economista conductual en el Comité Organizador del Mundial 2022, un trabajo que, para ella, era un sueño realizado. Sin esperarlo el sueño se convirtió en pesadilla.
Un compañero de trabajo irrumpió en su habitación, abusó de ella y luego, cuando Paola realizó la denuncia, su agresor alegó que ella era su pareja, razón por la cual se consideró a la mexicana como una infractora de la ley, ya que mantenía una relación extramarital con un hombre que no era su esposo, algo que es considerado un delito en Qatar.
El caso de Paola —quien, tras una ardua batalla logró cerrar el proceso penal— es un ejemplo de la grave violación de derechos humanos que sufren las mujeres qataríes y quienes viven ahí: condenadas a restricciones discriminatorias, sometidas frente a los hombres y despojadas de su dignidad en una cultura muy arraigada a la tradición.
En este caso, denunciar una violación solo expuso a la víctima a una absoluta desprotección legal y social, las agresiones de género son parte de un extenso club de temas sobre los que no se habla en el país.
Nuestra lucha es la misma #NiUnaMenos #NiUnaMas #8M pic.twitter.com/STavZrBhWD
— Paola Schietekat ????? (@paola7kat) March 8, 2022
En Qatar, el estatus legal de las mujeres no es igual al de los hombres: ser ciudadano masculino es un requisito para acceder a derechos y libertades , esto, según el informe “Todo lo que tengo que hacer está ligado a un hombre: Las mujeres y las normas de tutela masculina en Qatar”, realizado por Human Rights Watch.
El estudio analizó leyes estatales y las confrontó con testimonios de mujeres afectadas por este sistema político y cultural, que evidenció la crítica situación de las mujeres que viven en Qatar, el país de moda en 2022, sobre el que conocemos más debido a un balón.
“Una vez, un médico de emergencias me derivó al hospital de la mujer para que me hicieran una ecografía (…) me dolía tanto que creí que los ovarios me habían estallado. Pero no me hicieron una ecografía vaginal porque no contaba con una licencia de matrimonio. Se negaron siquiera a hacerme un examen físico porque no estaba casada”, relata Dana, una mujer qatarí de 20 años.
Cuando Dana tenía 18 tuvo que inventarse un matrimonio para obtener atención médica, paradójicamente. Aunque era su consulta, esta solo podía ser autorizada por su esposo ya que se trataba de un servicio médico relacionado con la salud reproductiva.
Imagina esto: ¿Te quieres casar?, debes pedirle permiso a tu hermano. ¿Quieres estudiar?, si no hay autorización de tu papá no podrás hacerlo. ¿Quieres trabajar?, si tu esposo no lo ve bien no lo harás...Sí, así son las cosas para las mujeres en este país de medio oriente, en donde ellas no tienen el derecho a tomar decisiones clave sobre sus vidas.
Aunque las mujeres del país pueden acceder al trabajo, a la educación, asumir cargos de poder y cargos públicos, generar y dirigir empresas, poseer propiedades y tierras, celebrar contratos comerciales y controlar sus propios ingresos y activos y, el derecho a votar desde 1999, la realidad es que la balanza se desliza más hacia el lado de las restricciones que al de las oportunidades, ya que es necesario contar con un visto bueno para hacer todo lo anterior.
Según las denuncias de Human Rights Watch y Amnistía internacional las mujeres permanecen atadas a su tutor masculino, a quien deben solicitarle su permiso para casi todo en la vida. Este tutor es, generalmente, su padre, hermano, abuelo o tío, o para las mujeres casadas, su marido. Esta es una de las tradiciones que genera mayor controversia en el mundo.
Casarse, viajar al extranjero hasta ciertas edades, trabajar en empleos del gobierno, estudiar en otro país con becas públicas, ir a la universidad, recibir cierto servicios de atención en salud reproductiva, controles ginecológicos básicos, ir en taxi o registrarse en hoteles, son actividades que no pueden hacer de manera independiente. Si lo hacen, serán consideradas como “desobedientes” y podrán ser sometidas a penas de numerosos latigazos y hasta cárcel, tal como en la historia de Paola.
Además, existe una larga lista de limitaciones en las leyes de familia: como dificultades para acceder al divorcio, recibir herencias en partes equitativas o solicitar la custodia de hijos e hijas. En esta última la regla marca que el padre será el único responsable de los hijos, si el niño o niña tiene un pariente varón él entrará a ser su tutor, si no existe, el gobierno asume el rol. Jamás la madre podrá asumir esta responsabilidad.
Esta tutela masculina refuerza el control que ejercen los hombres sobre las vidas y elecciones de las mujeres, fortaleciendo la idea de poder y dominio. En un país donde no hay leyes sobre la violencia doméstica, ni rutas de atención o protección esto se convierte en un escenario idóneo para las agresiones y el silencio.
Esta tutela masculina va en contravía de la Constitución de Qatar, en la que se establece el fin de la misma al cumplir la mujer 18 años, y a su vez, incumple las obligaciones que este país a asumido con el respecto de las normas internacionales de derechos humanos.
En medio de este contexto reconocer las conquistas que poco a poco las mujeres van logrando es digno de celebrar, como la primera delegación femenina que participó en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 o el trabajo mediático de la joven Noof al-Maadeed, feminista qatarí y defensora de los derechos humanos, quien ha posibilitado que más mujeres de Qatar se manifiesten más sobre sus derechos a través de las redes sociales.
Finalmente, mucho se ha hablado a lo largo de los meses anteriores sobre la vestimenta de las mujeres en el país anfitrión, tanto para propias como para visitantes, preguntándose si se usará burka, hijab, nikab o shador o si por el contrario utilizarían jeans y blusas sin escote.
Se promocionan vídeos sobre los protocolos de vestuario en diferentes lugares, sobre las demostraciones de afecto en público y demás, pero la realidad es que poco importa la prenda que vistan, la etiqueta y las reglas cuándo el problema más grave de Qatar no es de forma, sino de fondo: la manera en la que cultural y políticamente la mujer sigue siendo considerada como el segundo sexo.