Expectativa vs. realidad de los festivales musicales en Antioquia
En los 20 años recientes se han consolidado diferentes experiencias de festivales de rock y sonidos alternativos (donde suena reggae, rap, electrónica, ska, punk, metal, indie y otros) en el departamento de Antioquia y realizados en diversos municipios por fuera del área metropolitana como, entre otros, Jericó, Santa Rosa de Osos, El Carmen de Viboral, Pueblorrico, Guarne, Entrerríos, Guatapé, Marinilla, Amagá, Santo Domingo, El Retiro y Rionegro; y como aporte adicional, están los celebrados en corregimientos de Medellín (zona rural de la capital) como San Antonio de Prado, Santa Elena o San Cristóbal.
Esa celebración de festivales se traduce en impactos, planteados a continuación como logros y dificultades. Un logro clave: ha significado la ampliación de una agenda departamental que era irrisoria a finales del siglo XX, logrando con ello cruzar las fronteras de la centralidad. Y una falencia: pasada cada edición de los festivales realizados en estos municipios, la agenda de conciertos de sonidos alternativos y afines en esas regiones es ínfima.
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Como quien come mango viche que le destempla los dientes, echémosle más sal y limón a la cuestión: si existen en Antioquia festivales departamentales con 10, 15 o más años de trayectoria, ¿por qué estos no han jugado un papel decisivo para trascender la oferta de su recital y que a partir de su movilización se cultive una agenda de conciertos periódicos en sus municipios? De hecho, conciertos que no dependan de los festivales ni de sus organizadores (porque no es su responsabilidad), sino del impulso y la gestión de otros.
Valga decir que se realizan algunos de música propia y no de covers o tributos (porque ese es otro tema), pero son pocos y en municipios (a modo de ejemplo) como Andes (suroeste), El Carmen de Viboral y Rionegro, (oriente) y Apartadó (Urabá). Eso sí, lo que es notable y para no fallar por descuido, es innegable que la oferta de recitales se concentra en municipios del Área Metropolitana como Bello, Caldas, Envigado, Itagüí, Sabaneta y Copacabana; en definitiva, los centros urbanos más cercanos a Medellín.
Las razones para esa débil agenda departamental de conciertos pueden ser múltiples y una de las principales es la falta financiación; es muy claro: si es difícil conseguir recursos económicos para los festivales, pues cuesta mucho más organizar y gestionarlos para toques medianos o pequeños que terminan siendo de carácter privado, producidos en su mayoría por gestores independientes, que al parecer le hicieron caso a Elkin Ramírez y, a modo de metáfora, tomaron su escudo y espada.
Pero no basta con eso, pues aunque el empeño y la determinación de las personas funcionan cual gasolina para encender un motor, luego es necesario llenar el tanque con gasolina para avanzar en el recorrido. Igual pasa con los equipos humanos, ya que además de la motivación, las buenas ideas y las ganas, hay gastos fijos que demandan flujo monetario. ¡Así que la armadura no es suficiente para ir al campo de batalla! ¡También hay que saber manejar ese escudo y esa espada!
Sobre ese bache de los conciertos en los municipios, más allá de los festivales, el músico César Tadeo propone una reflexión que aporta a este análisis: “tal vez nos hicimos a la idea de que los circuitos (de ciudad, de región o de país) dependen de los festivales. Y no. Los festivales son una vitrina más, pero no pueden ser lo único. A punta de festivales solamente, no creo que sea como se crea escena. Aclaro, están geniales los festivales, pero no pueden ser lo único”. Lo dicho, se celebran los festivales, pero luego la oferta de conciertos fundados en el sonido alternativo, se invisibiliza en las regiones.
Retomando la idea de la falta de recursos, tan necesarios no solo para organizar conciertos o festivales, sino también para grabar un disco, un videoclip, girar u otra acción de proyección de un proyecto musical, es preciso dimensionar la sostenibilidad a partir de un mercado musical propio. Sobre ese aspecto, el músico Harold Herrera comenta: “hay que fortalecer el mercado, darle calidad a la oferta, generar demanda, todo se debe ver desde la perspectiva del negocio, el comercio, la parte cultural está ya bien dada, pero, ¿hay un mercado serio detrás de eso? Otra cosa es que los géneros musicales hoy son más universales, estamos un poco quedados en ese aspecto”. Este aporte es clave, aunque urge no perder el equilibrio entre la búsqueda de sostenibilidad económica y la creación artística.
Recordemos que, como sugirió Umberto Eco, algunas veces devolverse también es avanzar. Siguiendo en sintonía con esa brega económica, dominante en este mundo actual por la presión por producir, Jhon Alzate, director del festival Más Que Sonidos, explica que “sostener un festival es un acto de resistencia, las convocatorias son año a año un salvavidas, pero que no alcanza para todos. Creo, faltan muchos actores que no han conectado con estos festivales, como por ejemplo la empresa privada, entre otros”. Y si las marcas o aliados —como sugiere Alzate— no conectan con eventos de mediana o masiva convocatoria, sin duda lo hacen menos con recitales de pequeño formato.
Frente a esas interpretaciones, ¿cómo lograr un mercado independiente y sostenible que potencie la agenda de conciertos departamentales? Y esa pregunta no solo aplica para Antioquia, sino también para los movimientos musicales de otros lugares como el Caribe, el Eje Cafetero, el Valle del Cauca, la región Andina y en cada rincón de Colombia. Al respecto, Simón Hoyos, del sello Del Carajo y quien con frecuencia organiza conciertos, concluye que “muy pocas personas nos podemos dedicar de lleno a la música y a la creación cultural. La gran mayoría de la gente tiene que trabajar para vivir, entonces no se pueden dedicar de lleno a su proyecto y este no alcanza un gran impacto… no genera dinero como para poder dedicarse de lleno, entonces la gente tiene que trabajar en otras cosas para tener ingresos y ese es el ciclo eterno... Muchos de los festivales se activan unos meses antes de la fecha del concierto y el resto del año no pasa mayor cosa, la gente que trabaja en los festivales no recibe un sueldo todo el año, entonces no se pueden dedicar de lleno a eso, o sea que los mismos festivales no logran tener un proceso continuo. Si los festivales no pueden dedicarse a la creación cultural, mucho menos lo pueden hacer las bandas independientes. ¿Cómo romper ese ciclo? La respuesta no la hemos logrado encontrar”.
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Y es que quizás no haya una sola respuesta, sino varias, o al menos, cavilaciones que como un bumerán retornan y se transforman en preguntas. ¿Hay un nuevo público para el rock y los sonidos alternativos o no hay relevo generacional? ¿Los festivales de entrada libre crearon una cultura del no pago? ¿Por qué las personas pagan entradas para conciertos de artistas internacionales, pero dudan hacerlo para bandas locales? Justo sobre estas cuestiones, Fabio Arboleda, fundador del Negro Fest, sentencia: “el público rockero es una minoría”. Es una conclusión que invita a una larga conversación, pero que no es el propósito de este texto.
Otro aspecto relevante es la falta de espacios como cafés o bares en muchos municipios para que los grupos desarrollen sus conciertos; en algunos casos hay casas de la cultura, pero no es fácil acceder a estos espacios. La gestora y programadora Viviana Rodríguez, analiza: “La ausencia de espacios pequeños y medianos en los que las bandas puedan tocar de manera constante, junto con la renuencia de los pocos existentes a asumir el riesgo económico de pagarles, son cuestiones fundamentales que inciden en la falta de circulación continua dentro de la escena musical y esto es un factor que impide su consolidación. Este temor a la pérdida de dinero, aunque legítimo desde una perspectiva comercial para los establecimientos, revela una de las principales barreras para la consolidación de los movimientos musicales emergentes. Estos movimientos, lejos de consolidarse a través de la exposición ocasional en festivales, se nutren principalmente de la cotidianidad, de la circulación continua y la interacción regular entre bandas y público”.
En el marco de nuestro especial de Chévere pensar en voz alta llamado Expectativa vs. realidad de los sonidos independientes en Colombia, este análisis de hoy termina evidenciando el vigor de una escena departamental en Antioquia que guerrea, sueña y se pregunta por hallar formas de crecer, fomentar la creación y madurar sus procesos. ¿Hay una fórmula para lograrlo? No, no existe, pero quizás sí es una prioridad encontrar la forma de abrir otras puertas, reinventarse, desaprender.
Como lo dijo el gestor y DJ Diego Serrato, quien fue protagonista de la entrada de las llamadas mezclas discotequeras a Medellín a finales de los años 80, hoy transformada en una fuerte escena de música electrónica, hay que “retomar y modernizar la causa… las siglas del rock están devaluadas culturalmente”. ¿Es así? La respuesta a manera de título de una canción: “Toma jabón pa’ que laves”. En fin, el llamado, más que un lamento, es una explícita invitación a mutar.
¿Está preparado y dispuesto el ecosistema musical alternativo de Medellín y Antioquia para que trascienda su eco?