Cómo tener conversaciones difíciles en el contexto del Paro Nacional
Cuando escuchas a tu familia decir sin titubear que lo que Colombia necesita es una dictadura, que todo el que se moviliza es un “maldito” o que la única paz aceptable es la “pas, pas, pas” mientras emulan una pistola con las manos, sientes una orfandad indescriptible. Sin duda lo más duro de la adultez es ver cómo la imagen que creas de tus parientes, a quienes un día viste como especie de superhéroes, un faro moral y un ejemplo a seguir, se destruye un poco cada vez que los escuchas hablar con argumentos llenos de odio que parten de la desinformación, el desprecio y una falta total de empatía.
La polarización del país y el fanatismo hacen que debatir sea cada vez más difícil. Sobre todo cuando uno está en un polo completamente opuesto al de la familia. Y claramente las personas podemos estar en desacuerdo y tener distintas formas de entender el mundo y sus complejas realidades. Pero cuando los argumentos parten desde un punto en el que los derechos humanos no importan y el discurso está atravesado por la violencia es casi imposible entender la posición del otro. Por más que uno intente entender los contextos y las vidas de las personas cercanas a uno, cuando se ve a la gente que te crió aplaudiendo la barbarie es inevitable sentir decepción, vergüenza y miedo.
Pero supongo que lo mismo pasa del otro lado y los mismos sentimientos pasan por la mente de mis familiares al ver que la personita que criaron y por la cual se sacrificaron tanto está junto a los “vándalos” y “saqueadores”. La guerra, el oportunismo político y la desinformación han daño tanto el tejido social en Colombia que millones de familias viven divididas, incluso no se pueden ver, y por más que se eviten los “temas incómodos” para ahorrar discusiones, la tensión siempre está presente y con la coyuntura es casi imposible que las cosas no exploten.
En este momento los diálogos no solo deben darse entre la ciudadanía y el gobierno nacional, sino en todos los aspectos de la sociedad. Desde las amistades más cercanas hasta la mesa familiar. Es vital empezar a compartir y entender distintos puntos de vista para buscar consensos, respuestas y soluciones.
Y si bien estos diálogos a veces parece lejanos y hasta imposibles, hay formas de comenzar a construir y hoy más que nunca es momento de empezar a escucharnos. Por eso hablamos con varias personas que nos contaron sus experiencias a la hora de discutir temas complejos con sus familias y con Diego Junca, miembro fundador de la plataforma Diálogos Improbables, a través de la cual se impulsa el diálogo para la resolución de conflictos y quien nos dio algunos consejos para poder empezar a dar los debates que queremos dar sin que esto signifique una pelea irreconciliable.
El contexto que atravesamos
Lo que estamos viviendo hoy para Junca podría describirse como “una olla que se venía cocinando hace tiempo y es como si con la pandemia, la olla se hubiera empezado a cocinar a presión”.
Esto podría explicarse por el dramático crecimiento de la pobreza, sumado a la desconexión del gobierno colombiano, agrega. Y explica: “en todo el país, la pobreza creció en un 42% con la pandemia. Parte de lo que hace difícil comenzar a hablar es que el gobierno está desconectado de ese sentimiento de la gente. Sobre todo, de los jóvenes. Hay mucha frustración desde el 2019, cuando fue esa gran movilización de la ciudadanía que no terminó en nada. Eso, sumado a la gran cantidad de necesidades por resolver a nivel histórico, el agravamiento social de la pandemia y la respuesta del gobierno tan desconectada del sentimiento popular, hizo que ahora tengamos esta ebullición de emociones, sobre todo de mucha rabia. Está la rabia, por un lado, y la desconexión del gobierno, por el otro. Ese escenario hace que sea difícil conectarnos para conversar”.
Y no solo en ámbitos institucionales es difícil hablar, también lo es en ámbitos familiares. Andrés dice que todo este contexto ha hecho que un tema álgido que se ha puesto sobre la mesa con su familia y amigos, sea el narcotráfico y el discurso del vandalismo. “Yo creo que a las otras generaciones les duele sentir que de alguna manera les han mentido y han defendido algo muy oscuro y es la conversación de cómo el narcotráfico sigue apalancando la política. Y el tema del vandalismo porque es una instrumentalización de una palabra que se usa para poder reprimir.
También está el tema de la defensa de la vida, explica. “Son cosas que uno no tendría porque conversar y cuando quieren ponerlo en discusión hay que tener conversaciones más serias y profundas, porque ya no solo es sobre lo que uno piensa sino sobre lo que uno siente y sobre lo que uno es y no puede permitir que le ensucien el alma y que le quiten la bondad en esta locura mental en la que vivimos”, agrega.
Paula, por su parte, dice que nos encontramos de cara a una situación nacional tan compleja y nuestro instinto de bebé nos hace refugiarnos en nuestros padres, como primeros cuidadores y primeros protectores. Esto sumado al hecho de que nunca nos enseñaron a hablar con ellos de temas políticos, desata un montón de conflictos emocionales y psicológicos.
“Mis amigos y yo, en cambio, hace muchos años llevamos cultivando estas familias que uno escoge para poder no tener la misma ideología o pensar igual y poder sentarnos a dialogar y que cada uno exprese lo que piensa sin tener miedo a ser juzgado o vetado. Esto ha sido muy sano en mi grupo de amigos y amigas. He salido a marchar, he hablado con los que no están de acuerdo en algunas cosas. Con otros he aprendido muchísimo porque leen demasiado y gracias a que no comieron cuento, no se informan con los noticieros que muchos de nuestros padres se informan”, agrega.
Cómo se dan las discusiones en nuestras familias
“Como ya lo mencioné, a veces soy muy apasionado y me acaloro mucho en las discusiones. He intentado tener estas conversaciones a pesar de no ser el más controlado ni el más apacible, ni conciliador. Admito que muchas veces pierdo los estribos, pero soy consciente de ello y trato de llegar a consensos. Siento que de todas formas en Colombia, aunque no sé si es algo de este país o de este continente, es difícil la conciliación. Aquí casi siempre hablamos y partimos desde el ‘yo tengo la razón’ y rara vez hay alguien que está dispuesto a ceder. Claro, cuando una de las partes no está dispuesta a ceder se dificulta que la otra lo haga. Muchas veces me pasa que llego con una actitud más conciliadora y luego la voy perdiendo porque siento que la presión de la otra persona, su orgullo y su arrogancia me llevan a no ceder, y tal vez de forma inconsciente, tampoco cedo”.
Esta reflexión que hace Dante, deja ver lo difícil que es entablar un diálogo cuando no partimos de algo básico: la escucha real. De acuerdo a Diego Junca, hablar sobre todo en un contexto como el de ahora es complejo, pero hay cosas que deberían evitarse al máximo. Por ejemplo, no escuchar y deslegitimar la opinión del otro.
“Uno empieza a identificar qué batallas luchar y qué batallas no”, dice Dante. Y agrega: “antes pensaba que ante cualquiera que estuviera en contra de mis ideas, debía enseñarme y quedarme pegado a la discusión. Eso me contrariaba un montón y me daba mucha ansiedad. Estoy tratando de elegir mis batallas”.
De acuerdo al experto hay momentos para todo. “Por ejemplo, lo que estamos viviendo ahorita, en el contexto del paro, es claro que todavía las partes no se pueden sentar a dialogar. Todavía no está listo el espacio. El ejemplo del joven progresista que quiere hablar con su abuela del Centro Democrático tal vez no se resuelve en una sola conversación, sino en varias. Si los ánimos están muy caldeados es mejor esperar y distanciarse y luego buscar un siguiente momento para establecer una base de confianza. El mensaje no es que evitemos el conflicto, pero sí que entendamos que cuando sentimos que las cosas necesitan que bajen un poco la temperatura, podemos esperar a abrir otro espacio o escenario y retomar esa conversación”, afirma.
Para Pablo, la solución muchas veces ha sido dejar pasar un tema difícil y seguir como si nada. “Bien sea porque era la familia de la novia, o un viejo amigo le hace un detalle a uno y lo invita a su casa y por la puta “decencia” de no incomodar, me silencié muchas veces. Si bien eso ya ha cambiado y el picar a la gente hace que los planes de hoy en día sean menos aburridos, ahora estoy pasando una temporada en Montería, donde por mi bienestar, es mejor volver a ese silencio. Pero esta vez, lo hago por prudencia, porque aquí no se sabe con quién se habla, y con aquellas personas con las que uno cree poder hablar, tarde o temprano, lo desorientan a uno con alguna contradicción que indica que es difícil discernir entre el dicho y el hecho”.
Los temas difíciles de conversación
Todos seguramente reconocemos temas más y menos álgidos a la hora de entablar una conversación con nuestros familiares. Por ejemplo, Dante dice que la política, más allá del gobierno actual, es un tema que generalmente divide a su familia. Otro tema que le parece complejo es la religión.
“A mi familia la siento un poco sesgada con lo que está pasando, porque evidentemente viven en una burbuja que no solo noto yo desde la perspectiva ideológica de decir: “ustedes no están viendo lo que yo estoy viendo”. Ellos no se dan cuenta de que piensan que si en su barrio no pasa nada, entonces no pasa nada en el resto del mundo. Eso genera muchas discusiones. Otra cosa que de otro modo termina involucrada en todo esto es la religión. Ellos son sumamente religiosos, incluso tengo familiares que hacen parte de organizaciones religiosas y yo fui el primero en declararse no creyente. Esto es difícil hasta el punto de que hay negación en mi familia y creen que lo mío es una etapa o que estoy confundido. Entonces siempre que no estoy pensando igual que ellos dicen que hay una confusión o que alguien me lavó el cerebro”, cuenta.
Pablo dice que en su grupo de amigos, los temas de política se dan naturalmente cuando alguien pone el tema, comparte una noticia, un tweet o una reflexión. “Los que tienen tiempo o algo que decir, aportan argumentos, ideas, dudas y se crean hilos de conversación con referencias para consultar o profundizar en el tema. Así mismo funciona cuando estamos reunidos presencialmente, pero siempre con la convicción que sí hay que hablar de política. Sin embargo, en los grupos familiares o de amigos, donde hay mucha más diversidad política e ideológica, el tema se trata con silencio. Si alguien comparte algo, es apoyado por otro par de personas, pero absolutamente nada genera debates”.
Pablo también cree que hoy en día hasta opinar del mindfulness es álgido y peligroso. “Más ahora que estamos todo el tiempo encerrados esperando el momento de salir y decirle a todo el mundo lo que pensamos a partir del contenido que consumimos en el silencio de la cotidianidad. Pero los temas que más generan molestia en mis círculos son el tema de los venezolanos en Colombia, el paramilitarismo, la discusión Uribe - Petro, los crímenes de estado en general, el ‘resentimiento de las clases bajas’ (hágame el favor) y los temas relacionados con drogas como el consumo recreativo, medicinal, el narcotráfico, la legalización, entre otros”.
Hablando del contexto que vivimos hoy, para Junca, hay muchos temas difíciles, pero particularmente hay uno muy crítico que tiene que ver con el uso de la fuerza y el derecho a la protesta. “Hay una gran pregunta que emerge en todo esto: ¿qué rol juega la policía en la transformación de un conflicto?. Lo que hoy pasa en las calles surge de la idea de que hay un enemigo interno y a ese enemigo hay que aplacarlo con la fuerza. La conversación que creo que hay que tener, así sea difícil, es justamente esa: ¿qué papel puede jugar la policía en un conflicto? ¿Podemos como sociedad tener un diálogo con la policía?”.
Lo que sí funciona a la hora de hablar
De acuerdo a Juana Osorio, algo que le ha funcionado al hablar con su papá con quien no comparte todas sus opiniones, “es ponerle mi caso de ejemplo. Eso me ha funcionado porque soy poco más vulnerable en el núcleo familiar por mi oficio, porque siempre he tenido contrato por prestación de servicios, porque a mi me queda difícil ahorrar, tener una casa propia, pensionarme. Entonces eso lo ha sensibilizado. Mi esperanza es atravesar muchas más puertas porque ahora sí está siendo muy difícil hablar”.
“Si vas a hablar con un familiar que piensa distinto a ti”, dice Junca, “tu objetivo no necesariamente debe ser convencerlo de tener tu opinión, sino poder cohabitar con él y poder expresar sus puntos de vista. Puede que vean de pronto un punto donde coinciden y otro donde no. Puede que en otro momento, vean hasta una tercera orilla. El objetivo no es hacer cambiar de opinión al otro, sino sentarse a dialogar a pesar de las diferencias”.
Según el experto, cuando uno está en ese tipo de situaciones no necesariamente está teniendo una conversación. Puede que mientras el otro está hablando, a veces ya estemos pensando qué responder, explica. “Puede que sintamos rabia y no escuchemos. Por eso, lo primero y más importante es intentar realmente escuchar. El ejercicio de tratar de entender el otro lado necesariamente pasa por estar dispuestos a escuchar, hacer preguntas en vez de imponer nuestra posición. Y sobre todo, tratar de entender por qué esta persona siente lo que siente sobre un tema. Es probable que tenga una historia que la marcó”.
Andrés habla de la cualidad de la bondad para poder tener este tipo de conversaciones. “Las conversaciones difíciles me han obligado a llenarme de argumentos y eso significa estudiar, entender y ver con bondad la situación. Cuando siento que tengo argumentos, puedo conversar y hasta yo mismo busco los espacios y las formas para que se hablen las cosas porque creo que hay que hacerlo, pero en esa conciencia de la bondad”.