Barrio Obrero de Cali: Un siglo de salsa, cultura y crisis
En la mitad de la pista de baldosa, una pareja baila un son cubano con una pasión que es conmovedora. Ambos hace rato llegaron a lo que se llama la tercera edad, tienen los ojos cerrados y en sus caras hay una expresión de amor, serenidad y confianza que calienta el corazón. Afuera el mundo puede estar en llamas, pero dentro de este pequeño local, estos bailarines bañados por neón azul, de alguna forma logran congelar el tiempo y formar una especie de dimensión paralela en donde solo existe la música y el movimiento.
El lugar es rectangular y sobre las paredes cuelgan las sonrientes fotos de varios de los nombres más reconocidos de la salsa. Sentados en las mesas que rodean la pista de baile, algunos de los comensales siguen el ritmo de la música con sus maracas, cencerros o güiros, otros beben ron mientras observan a la pareja que se mueve de forma milimétrica.
Cada paso, cada vuelta, cada cambio de posición se hace con una precisión cercana a la perfección. Es una especie de ritual sublime que termina cuando el son se detiene y la pareja abre los ojos y sonríe. El sitio se enciende en aplausos y en los parlantes empieza a sonar una guaracha, es hora de que todo el mundo se pare a bailar.
Esta es una escena recurrente en La Nellyteka, uno de los lugares de salsa y música antillana más populares del Barrio Obrero de Cali. Si usted ha escuchado con atención la letra de “Oiga, mire, vea”, de la Orquesta Guayacán, seguramente habrá notado la parte que dice: “Si va al Barrio Obrero se vuelve rumbero”, y es que desde hace prácticamente un siglo, en este barrio ubicado entre las calles 21 y 25 y las carreras 8 y 15, se ha arraigado un sentir melómano y bailador que marcó el génesis de la salsa caleña.
Tal vez suene un tanto exagerado, pero se podría decir que casi todas las personas que han puesto un pie en estas calles salen enamoradas de la música. Los locales como La Nellyteka, El Chorrito Antillano o La Matraca son conocidos por los melómanos de todo el país, los coleccionistas del barrio son respetados por la joyas perdidas que atesoran y la estatua de Piper Pimienta que se alza en el parque es un recuerdo del talento que el barrio ha visto nacer y crecer.
Este es un atrapante ambiente, tradicional cultural y bohemio que contrasta agresivamente con una serie de problemáticas relacionadas con el abandono, la delincuencia, la prostitución y la habitabilidad de calle. El Barrio Obrero es uno de esos lugares que mejor definen a la colombianidad, la cual básicamente es bailar en medio del caos y crear algo hermoso en donde solo parece haber oscuridad.
Este sin duda es uno de los barrios más importantes tanto cultural como comercialmente de la historia del Siglo XX del país. Y para entender esto hay que retroceder más de 100 años en el tiempo, cuando Cali era una calurosa villa habitada por unas cuantas decenas de miles de personas, que estaba conformada por unas haciendas gigantescas separadas entre sí por los siete ríos que hoy atraviesan la ciudad y las quebradas que formaban el paisaje.
En 1915, la cara de Cali comenzó a cambiar gracias a que el ferrocarril unió a la ciudad con el puerto de Buenaventura. Los vagones del tren empezaron a llegar llenos de mercancía y materia prima a la estación construída donde hoy se alza el Obrero. Pronto las fábricas comenzaron a aflorar en esa zona y la noción del progreso trajo mano de obra obrera, que llegó de distintas partes del Cauca y el Valle y se instaló en casas de bahareque construidas cerca de las fábricas.Básicamente el Obrero comenzó como una invasión que el 20 de junio de 1919 se convirtió en un barrio.
Durante la década del 20, Ecuador pasaba por una crisis política, económica y social, que arrancó en 1912 cuando el líder liberal Eloy Alfaro fue brutalmente asesinado y descuartizado en las calles de Quito. Esto generó una pugna entre los líderes liberales radicales y los moderados que terminó en más asesinatos y desató una ola migratoria que llevó a decenas de ecuatorianos al Obrero.
Estos migrantes trajeron la marroquinería y la zapatería, que siguen siendo uno de los fuertes comerciales del barrio, y su influencia fue tan importante que en el parque principal del Obrero hay un busto de Eloy Alfaro.
Poco a poco el sector industrial fue creciendo y se fueron formando barrios como Sucre, San Nicolás, Guayaquil y Benalcazar. En ese entonces, por las tardes las fabrican vomitaban cientos de obreros que pasaban su día entre las máquinas, el humo y el calor incesante. Cansados y sudados salían a las calles de tierra en busca de alguna tienda en donde tomarse una cerveza y relajarse un poco.
Hasta antes del 5 de septiembre de 1929, cuando fue inaugurada HJN, hoy Radio Nacional, no existía la radio en Colombia. Pero en algunos locales los dueños tenían radios de onda corta con los que sintonizaron las frecuencias de emisoras de todo el mundo. En esa década, el único país que transmitía programas en español era Cuba, donde las primeras radios aparecieron en el 22.
Como la industria fonográfica todavía no estaba del todo desarrollada, los programas se grababan con orquestas en vivo que tocaban música típica de la isla como el son cubano, boleros, rumbas, guajiras y sobretodo guarachas. La gente del obrero pasaba el día escuchando el constante e insípido golpeteo de las máquinas y por la noche los pegajosos ritmos de las Antillas.
Para los años 30 los sonidos de La Sonora Matancera, El Trío Matamoros y de Benny Moré empezaron a volverse populares en todo el barrio. Y donde suena música sabrosa, las caderas siempre van a empezar a moverse, así que la gente simplemente empezó a bailar como le nacía. En la ciudad no había ni un manual, ni un maestros de baile cubano, por ahí los únicos referentes que existían eran las películas que llegaban, pero la gente solo quería gozar y empezó a bailar de forma empírica siguiendo el redoble del timbal.
En los años 40 comenzó la era de oro de la Sonora Matancera. La inmortal voz de Daniel Santos, mejor conocido como el “El Jefe”, retumbaba en toda la ciudad y el mambo estaba empezando a ponerse de moda gracias al trabajo de Dámaso Pérez Prado. Al rumbero caleño le gustaba la música y bailes rápidos y la fiesta intensa. Benhur Lozada es gestor cultural, empresario musical, locutor de radio, investigador y creció en el Obrero, con sus gruesa voz cuenta que en esa década en el centro de la ciudad estaba la zona de tolerancia, cerca a la casa de un influyente oficial de la policía, que no estaba de acuerdo con el hecho de que al lado de su ilustre hogar existiera un lugar así. El oficial usó su influencia y mandó la zona de tolerancia lejos de “la gente de bien”, directo al barrio Sucre, muy cerca del Obrero.
Para finales de los 50 en todas las esquinas del barrio sonaban estos ritmos. A través del puerto de Buenaventura empezaron a llegar los primeros LPs de las colecciones de los melómanos y donde suena música sabrosa, tarde o temprano alguien empezará a componerla. En Cali una de las primeras agrupaciones que existió fue Los Alegres Del Valle, esta orquesta fue fundada por Emiro Antonio Caicedo, quien era un excelente acordeonista, y a inicios de los 50 en el Obrero se juntó con varios músicos del Pácifico, Este encuentro dio como resultado la “Cumbia Caleña”, una mezcla única que puso a bailar a toda la gente del sector.
En el 52, en el obrero también se formó la Sonora Juventud, liderada por los hermanos Córdoba, que fue de las primeras en interpretar guarachas, guajiras, sones y demás ritmos de la Sonora Matancera. A pesar de que en esta zona industrial la gente bailaba feliz esta música, la alta alcurnia caleña veía esto con malos ojos. Eran música de gente inmoral y degenerada pero para los 60 la cosa iba a empezar a cambiar.
En 1959, Eduardo Davidson, músico y coreógrafo del Cabaret Tropicana de la Habana, creó una mezcla entre el montuno y el merengue a la que bautizó pachanga. A penas ese ritmo llegó a Cali se metió en el ADN de la ciudad. La música de las Antillas cada vez era más popular y la gente quería bailarla. Pero, Benhur cuenta que a las mujeres no las dejaban ir a las fiestas, porque eso no era cosa de damas. Una idea absurda que cambió cuando se inventaron las fiestas de cuota. Estas se hacían en una casa donde se acomodaban los muebles, se preparaba un buen equipo de sonido y se llevaba lo que se iba a beber. La pachanga ya no solo sonaba en la zona de tolerancia de Sucre y en las cantinas del Obrero sino en todas las casas.
A parte de eso, los jóvenes que todo el día escuchaban música y veían a sus mayores gozar, decidieron unirse al desmadre, pero como no los dejaban ir a las fiestas por ser menores de edad, se inventaron los famosos agüélulos, que eran encuentros de baile en donde se tomaba juguito de lulo. Literalmente sana diversión para toda la familia que los domingos se ponía sus mejores galas y se iban a bailar.
Allí se afianzó la tradición y el estilo de baile caleño, lo cual despejó el camino para la gran época dorada de los 70 y 80. A inicios de los 70 en Nueva York, varios músicos cubanos y dominicanos empezaron a mezclar los ritmos tradicionales del Caribe con jazz y soul creando así una nueva cultura que se bautizó como salsa. Benhur Lozada aclara que la salsa no es un ritmo sino un movimiento cultural que abarca muchos géneros y una historia muy rica.
Historia en la cual Cali se metió muy rápido gracias a dos ilustres personajes. Uno es un compositor antioqueño llamado Julio Ernesto Estrada Rincón, mejor conocido como Fruko, y el otro un cantante delgado y alto bautizado como Edulfamid Molina Díaz, quien siempre será recordado como Piper Pimienta.
Piper creció en el Barrio Obrero, allí se empapó de todos estos ritmos y se destacó como bailador. Comenzó su carrera en los 60 en un grupo llamado Los Supremos y en el 71 fue reclutado por Fruko con quien grabó el LP “A la memoria del muerto” (1972) y varios otros temas. Incluso participó en Latin Brothers, otro de los proyectos de Fruko. Peper también cantó en el Combo Candela, la orquesta de Cheché Mendoza y en Colombia All Stars. Su voz quedó inmortalizada en canciones como: “Las caleñas son como las flores", "Buscándote", "A la loma de la Cruz", "Valluna", "Cañaveral" y "La guagua". Sin duda, su legado es uno de los orgullos de las ciudad.
La vida de Piper acabó el 4 de junio de 1998 cuando fue asesinado en el jardín de su casa.
En 1971 en Cali se organizaron los VI Juegos Panamericanos y la ciudad cambió para siempre. El turismo generó que se abrieran discotecas de salsa por toda la ciudad a las cuales llamaron Grilles, porque aparentemente alguien viajó a Estados Unidos y vio que en algunos establecimientos se ofrecía comida hecha a la parrilla o “grill”, y le pareció un gesto de fina coquetería y cosmopolitismo que sin duda iba a llamar la atención de los invitados extranjeros.
La feria de Cali, el mundial de salsa y la aparición de orquestas como Octava Dimensión y Fórmula Ocho masificaron la salsa y lograron que este dejara de ser el sonido de los sectores populares para convertirse en el orgullo de la ciudad y su carta de presentación ante el mundo.
Pero toda moneda tiene dos caras y mientras por un lado la ciudad crecía, se modernizaba y presumía la música que alguna vez desprecio, los barrios más viejos y tradicionales fueron quedando abandonados. Este es un fenómeno común de las urbes, la gente deja los lugares donde se crió, abandona las casas o las venden baratas y estas quedan en desuso o se transforman en comodatos. Poco a poco empieza el deterioro y la zona empieza a enfrentar varias problemáticas sociales.
El expendio y consumo de droga, la prostutición, los habitantes de calle y la reciente crisis migratoria son algunos de los desafíos que el barrio enfrenta desde hace varios años. Esto sumado a un desinterés por parte de los gobiernos y dirigentes de la ciudad ha generado un estigma sobre uno de los lugares que la forjó.
Pero una de las fortalezas del Obrero es que a lo largo de sus 101 años ha logrado mantener la tradición de ser un barrio unido. El espíritu de comunidad es algo muy arraigado en los habitantes del sector y eso ha permitido que se formen proyectos como la Fundación People Swing, dirigida por Marisol Castro Molina, docente, gestora cultural, artista y sobrina de Piper Pimienta.
Ella creó la orquesta en 2016 con el objetivo de mantener el legado musical de su tío, pero pronto se dio cuenta que a través de la música y la cultura podía ayudar a crear tejido social en los jóvenes de la ciudad y de paso enseñarles la tradición musical de Cali. El trabajo empezó en el barrio Santa Bárbara del norte de la ciudad. De ahí se pasaron al barrio San Luis, luego estuvieron un tiempo en la vereda de El Estero y finalmente en 2017 empezaron a trabajar con la junta comunal de el Obrero y hoy son un importante centro cultural de toda la Comuna Nueve.
Actualmente la fundación trabaja con 22 niños del sector que forman parte del proceso de formación musical y maneja un comedor comunitario que todos los días ayuda con alimentos a las personas que más lo necesitan.
Marisol opina que el problema del Obrero es que impera la mentalidad de la lástima, de sentirse pordebajeados y de esperar una solución regalada. Esto unido a una administración deficiente tras que dan mercados pero no generan soluciones a largo plazo, crea un círculo vicioso de dependencia y politiquería.
Ella cree que la solución es: “no darle el pescado a las personas sino enseñarles a pescar”. Por eso busca que sus proyectos sean comunitarios y se manejan a modo de trueque, como por ejemplo un plato de comida a cambio de ayudar a prepararla, o ayudar a limpiar el espacio, o ayudar a un vecino a reparar algo y así fortalecer la comunidad, eliminar prejuicios y de paso como ella expresa: “usar la cultura como una herramienta para generar progreso y despertar corazones alegres y solidarios”.
Y por supuesto la otra gran tradición del barrio es su legado musical. A pesar de cualquier adversidad los viejos melómanos y bailadores se quedaron en sus calles, con sus familias y amigos, viviendo la vida que más les gusta. Hace unos 15 años empezó a coger fuerza el fenómeno de las viejotecas, que son lugares en donde la gente de la tercera edad va a bailar y divertirse como en los tiempos de las agüélulos.
Tal vez sin proponérselo, estos encuentros guardaron una memoria sonora y cultural invaluable. La verdadera esencia del baile caleño vive en estos espacios llenos de discos raros que giran todo el día y que nunca han dejado de atraer a los oídos curiosos que buscan escuchar, observar y aprender.
En vista de esto Ramsay Arboleda de la Secretaría de Turismo de Cali, ha trabajo para que la salsa caleña sea declarada como patrimonio cultural inmaterial de la nación. Además ha encabezado el proyecto de la ruta de la salsa que empieza en el Barrio Obrero y que busca fortalecer el turismo de la zona. Esto ha generado que se remodele e ilumine el parque, se pavimenten las calles, se cambie el alumbrado, se haga un trabajo con la población migrante y con los establecimientos y negocios del Obrero.
Actualmente la pandemia complicó algunos procesos pero no los detuvo, solo obligó a que se cambiaran algunas dinámicas. Marisol Castro cuenta que el trabajo de la fundación continúa gracias a que La Cruz Roja los ayudó con un lavamanos móvil y una fumigadora, con esto han podido continuar las clases que se hacen de forma virtual para trabajar la parte teórica, y presencial para lo práctico. Estos encuentros físicos se hacen bajo un estricto proceso de bioseguridad y en distintos horarios que unen grupos de cinco niños. A parte la fundación formó parte de la olla comunitaria que comenzó con la cuarentena, y hoy es el comedor comunitario que se armó con la ayuda de la Arquidiócesis de Cali.
Los establecimientos nocturnos se han ido por dos lados. Unos cambiaron el modelo de negocios para vender elementos de bioseguridad y otros se volcaron al contenido digital. La Matraca existe desde hace más de 50 años en el barrio y se especializa en tango, la otra pasión musical del Obrero, y en música antillana, desde que comenzó la pandemia todos los domingos realiza una programación musical en sus redes con la que ha mantenido unida a su clientela, la cual ha apoyado el lugar comprando unos bonos consumibles que serán redimidos cuando La Matraca pueda volver abrir.
Lo mismo están haciendo otros negocios con el afán de mantener viva esa escencia melómana. Ramsay Arboleda cuenta que desde el distrito también se han hecho iniciativas digitales como dar clases de baile en línea dictadas por la vieja escuela del barrio, lo cual significa un apoyo económico para los maestros.
En sus 101 años de historia el Barrio Obrero ha visto de todo. Creció de la nada, ayudó a construir una ciudad, marcó la cultura de un país, tuvo una era dorada y una compleja y hoy sigue siendo un referente que no solo guarda la memoria cultural de Cali, sino que sigue construyendo su futuro.