Reseña y lo que debes saber antes de ver 'La sustancia'
Grotescamente bella, visceralmente reflexiva, alucinantemente conmovedora y extravagantemente impactante, así, de manera rimbombante, se puede calificar la más reciente película de Coralie Fargeat, La sustancia.
El filme de la directora y guionista francesa es una crítica visualmente demencial que nos lleva a rastras por lugares incómodos, queramos o no, para mostrarnos una sociedad desigual y cruel.
Aquí conocemos a Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una estrella de cine, cuyos tiempos de gloria han pasado hace mucho, y con quien la vida y la industria han sido muy ingratos.
Con más de 50 años, la artista es desechada, sin más, de su trabajo, pues ya no es la jovencita que cautivó al mundo con su belleza y, a pesar de haber sacrificado la vida por su carrera, no recibe más que unas rosas y un libro de cocina en retribución.
Es a partir de aquí que empieza una cadena de decisiones que, más que revelar la psicología de una mujer desesperada, denotan la desilusión profunda de nunca ser suficiente y la frustración de ser un mero producto completamente reemplazable.
Para esta reflexión, Fargeat (Reality+, Revenge) pudo haber hecho una película de época o un drama tradicional, al estilo de La favorita de Yorgos Lanthimos o María Antonieta de Sofia Coppola, pero toma la astuta decisión de usar el body horror para construir una diatriba cruda que lleva el drama, la tragedia y el terror psicológico a otro nivel.
La directora lanza dardos sobre temas como el edadismo —la discriminación por edad—, el cual, muchas veces, afecta en mayor proporción a las mujeres, a quienes la sociedad les exige mantenerse bellas y jóvenes solo para que puedan seguir siendo un objeto más de deseo a la mirada masculina (male gaze).
Esto es abordado desde el filtro del género, pues es evidente que el status quo castiga, reprende y cancela a las mujeres cuando cumplen cierta edad, obligándolas a “comportarse” y engavetándolas como si fueran algo que esconder o de lo que sentirse avergonzado, como si la vejez —un proceso natural— fuera la antítesis de la estética, mientras que a los hombres se les indulta, se les exonera por mucho más tiempo de esta sanción social, permitiéndoles seguir siendo exitosos e incluso llevándoles al nivel de íconos y modelos a seguir.
Ya el epítome de la industria musical, Madonna, lo había dicho en 2016 al recibir el premio como Mujer del Año de Billboard: “No hay reglas, es cierto, pero solo si eres un hombre. Si eres una mujer, tienes que jugar al juego. ¿Qué juego? El que dicta que puedes ser bella, adorable y sexy, pero no te comportes como si fueras muy inteligente… No te hagas mayor. Cumplir años es un pecado. Serás criticada, serás vilipendiada y, definitivamente, no te pondrán en la radio”.
Un crudo cuestionamiento a la industria y a la sociedad
Por otro lado, la película no se queda en esta crítica y nos muestra cómo el mundo actual de las redes sociales y los medios de comunicación nos venden modelos hegemónicos de belleza imposibles de alcanzar, que nos llevan a tomar malas decisiones para intentarlo; igualmente, retrata cómo estos ideales nos afectan psicológicamente y nos hacen sentir no merecedores, sin valía o frustrados ante la imposibilidad de cambiar lo incambiable.
La industria del entretenimiento es el leitmotiv de la película, pues se cuestiona cómo para ésta todos somos tan solo objetos prescindibles, con “fecha de caducidad”, instrumentos de distracción o simplemente huesos y carne.
Todo lo anterior se presenta a través de la mirada de Elisabeth Sparkle, quien encuentra la felicidad y el amor propio en la validación externa, pues toda su vida ha creído que su valor radica en su “finita belleza”; por eso, ante la realidad inalterable de su declive, la completa soledad y la depresión, cae en un espiral de autodestrucción del cual no podrá salir.
Pero La sustancia, protagonizada también por Margaret Qualley y Dennis Quaid, no se queda en una simple reflexión, pues su ejecución es la que realmente nos atrapa a través de una salvajada de imágenes que nos ponen de frente y en el papel de Sparkle para cuestionarnos sobre lo que hemos hecho y permitido como sociedad.
Sin piedad, Fargeat nos apresa por 2 horas y 20 minutos —tiempo que para muchos parecerá inacabable—, y nos obliga, como si fuéramos Alex DeLarge de La naranja mecánica, a ver una secuencia mordaz y cáustica, in crescendo, de cuerpos, piel, violencia, sangre, gore y erotismo que menoscaba nuestros límites y nuestra capacidad para procesar cualquier adjetivo.
La directora usa recursos como el slow motion, la hipérbole y los planos detalle para intensificar aún más la emoción y la acción, de la mano de un diseño sonoro que puede resultar a veces magistralmente repulsivo, y una fotografía minimalista que sublima la sensación de soledad, tristeza y desesperanza.
De esta manera, nos escupe a borbotones no solo un sinnúmero de cuestionamientos, sino una ráfaga de escenas crudas, bizarras y difíciles de ver que, por momentos, nos recordarán a Suspiria de Dario Argento, a El resplandor de Stanley Kubrick, al body horror de Cronenberg, a Pieles de Eduardo Casanova, a la asqueante Thanatomorphose de Éric Falardeau o incluso a El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde.
Sin duda, La sustancia es, de lejos, el momento cinematográfico del 2024, para muchos la mejor película del año; una sorpresa, una joya y un clásico instantáneo, de esos que debes mirar al menos una vez en la vida. ¡No importa qué hayas visto antes, esta película te asediará la psique, aun después de salir del cine!