MOTOMAMI, el fuego del odio y la pasión
“Yo soy la niña de fuego”, canta Rosalía que en su nuevo álbum, MOTOMAMI se transformó en una llamarada que quema todo lo que toca. Pero el fuego de esta cantante española arde de varias formas. Por un lado representa las llamas de la ira, expresadas en los miles de comentarios de indignación que ha generado este disco. Para muchas personas la palabra Motomami despierta un odio incontrolable. Es cuestión de repasar las secciones de comentarios de cualquier medio que haya dado la noticia del concierto que la cantante española dará en Colombia, para ver un nivel de desprecio completamente irracional, solo comparable con los comentarios que generan los políticos del país.
Es como si cada canción despertara una bestia alimentada por las ínfulas de superioridad moral, el conservadurismo y el odio por el odio, que solo anhela la destrucción, y que descarga todo su vómito en este álbum.
Pero por otro lado, este fuego también representa la pasión, el deseo y el placer. Para miles, este álbum en cambio es como dos cuerpos entregados a la lujuria. Estas canciones son como las gotas de sudor que caen por la punta de la nariz de los amantes sobre un cuerpo jadeante, extasiado, abierto de par en par que se pierde entre el orgasmo y agradece a los dioses por la ambrosía de los fluidos del clímax.
MOTOMAMI es la unión de fuerzas antagónicas, es un experimento que desafía la lógica, es algo así como la criatura que creó Víctor Frankenstein, que era un ser brillante y a la vez aberrante que entre su fuerza bruta y fetidez, existía una reflexión sobre la propia vida. Algo repulsivo y fascinante, una dualidad hermosa que vale la pena escuchar con mucha atención.
Buena parte de la crítica ha calificado a este álbum como una genialidad, pero creo que ese tipo de adjetivos tan rimbombantes y faltos de fondo se quedan cortos para calificar lo que Rosalia hizo en este trabajo. Tres años tardó la producción de MOTOMAMI y con esto, esta cantante desarmó por completo lo que venía haciendo.
Hay un cambio muy radical entre El Mal Querer (2018), el álbum que la lanzó a la fama, donde la mezcla entre la música flamenca, el reggaetón y algunas cosas raras la consagraron como una de las artistas pop más reconocidas de esta generación.
Y si bien en este nuevo trabajo mantiene la base de su carrera, Rosalía se unió con los productores Noah Goldstein, Michael Uzowuru, Dylan Wiggins, Pharrell Williams y El Guincho, para lograr una ejecución que explora sonidos nuevos y sobre todo se mete mucho en la psiquis colectiva digital. Más que hacer una música del futuro, ella se está metiendo de lleno en el presente, su conexión con el metaverso, su hedonismo y su ruptura radical del pasado expresada desde la construcción de la identidad a través de la globalización, la posmodernidad y la hiperconectividad.
Las lógicas de Tik Tok y de los reel de Instagram y sus extraños mundos de filtros, voces artificiales, coreografías y la curiosa noción de una “individualidad” marcada por la repetición de tendencias, se hacen sonido en cortes como “Chicken Teriyaki” y “Bizcochito”.
Además, todo lo que se llama Kawaii, que es lo relacionado con la cultura japonesa, el anime, el manga y lo otaku, tienen una fuerte presencia, lo cual es un guiño a las generaciones más jóvenes. Pero Rosalia no solo está apelando a este mercado: hay algo para cada oyente. Ella no solo se limita al estridente mundo pastel de la web, MOTOMAMI es un retrato de la artista, una biografía sonora que repasa su vida, sentimientos e influencias. Es crítica con ella misma, incluso en la campaña de expectativa se burló de su propio trabajo. Este álbum lleva el aquí y el ahora a su máxima expresión y es un desafío porque como bien dice, “El mal de ojo que me manden me lo quito”.
Muchos dicen que Rosalia no sabe cantar e incluso están los prepotentes que dicen que no hace música, pero ella los desafía con tres cortes sorprendentes. “Bulerías”, que como su nombre lo dice, es una bulería gitana, pero con un beat extraño, una persecución del inframundo o tal vez del espacio, que se junta con la voz flamenca de Rosalía y le da un tono entre angustiante e hipnotizante, con un aura muy gitana, callejera y descarada.
“La Fama”, una bachata en la que canta junto con The Weeknd, cuyo estilo es más cercano al de Romeo Santos que al de Juan Luís Guerra, pero con esa producción futurista, digital pero orgánica que tiene todo el álbum. “Delirio de grandeza”, un bolero al puro estilo clásico, lo-fi, romántico y dramático que tiene varias capas. Una, la más lejana protagonizada por la percusión y el piano típico de este ritmo, que suena como sampleado de algún vinilo muy viejo; la del medio es un sintetizador muy agudo probablemente hecho con las trompetas del Arcangel Gabriel, que le da un textura muy extraña a la pieza y la capa que sobresale, la voz de Rosalía que muestra toda su capacidad, sin filtros ni arreglos y para completar un scratch rapero que le da el toque de lo raro, que también tiene todo el disco.
A parte tiene varias canciones hechas para quienes les gustan los sonidos raros, el ruido y los experimentos avant garde. “Cuuuuuuuuuute” que suena como la onda de sonido de una samba de carnaval brasileño atravesada por una teja de zinc, un golpeteo metálico ecléctico, estridente y medio insoportable; “Motomami” un juego de voces y percusiones que no sigue una ritmo definido y está más cercano a la música concreta que al pop comercial; y “Abcdefg” que básicamente es Rosalía diciendo cualquier cosa.
Y por supuesto están los hits reggaetoneros, diseñados para prender las pistas pero a diferencia de otros exponentes del género que siguen fórmulas muy definidas, experimentan poco y se va a la fija, Rosalía llevó el reggaetón a un nivel que nadie hubiera imaginado hace 20 años. La base de “Saoco” es de jazz y el bajo es agresivo, pesado y muy oscuro, y esto unido a la percusión reggaetonera genera un tema absurdo, casi imposible pero que de alguna forma, para disgusto de muchos, funciona muy bien.
“Diablo”, una de las joyas de esta corona, tiene el toque del neo perreo de MS Nina o de Tomasa del Real, unido al flamenco y cortes de sonidos agresivos y disonantes, que cierra con un canto melódico épico complementado con voces filtradas y otros juegos de la producción. “Candy” es un pop contemporáneo que sirve para bailar pegado y suavecito; y “La Combi Versace” cantada junto con Tokischa, que en típico tema pop contemporáneo muy cercano a artistas como Doja Cat.
Y finalmente “Hentai” un poema dedicado al placer, el deseo y el amor, en el que una mujer le canta a su amante todo lo caliente que la pone de una forma hermosa, esta canción expresa las ganas del sexo intenso y entregado, de la piel que se eriza, pero cantada de una forma muy ruda, varios dirían vulgar y guarra, pero a la vez tremendamente poética. Y “Sakura” un triste canto lleno de nostalgia en el que Rosalía se canta a sí misma. A modo de crítica y desafío, hace una reflexión sobre la fama y la gloria, una confesión de que en un momento lo puede perder todo, que sus experimentos pueden terminar solo en odio o en el olvido, pero la chica de fuego no teme a caer porque “el fuego es bonito porque todo lo rompe”.
Con MOTOMAMI Rosalía lo rompió todo. Rompió egos, paradigmas, tímpanos y las tablas de las camas. Rompió las redes sociales, las concepciones del reggaetón y el pop y su propia imagen. Rompió lo que se esperaba de un álbum comercial y se arriesgó a crear una pieza que pasará a la historia, nos guste o no.