La pasión de Peter Gabriel
En medio de una reunión laboral; en el letargo de un trámite notarial; mientras inclinamos la cabeza y estiramos el cuello hacia una de las ventanillas de Transmilenio en busca de aire; en la ducha; en una comida familiar; sentado en el sofá con la mirada perdida un domingo por la tarde… En cualquier momento brotan de manera espontánea, hasta intempestiva, aquellas melodías de misa aferradas en el hipocampo como la ceiba asegura con las raíces su anclaje. Y de repente, sin pensarlo, cantamos para adentro: “Señor, me has mirado a los ojos. Sonriendo, has dicho mi nombre. En la arena he dejado mi barca. Junto a ti, buscaré otro mar”.
Quizá al pensar en música litúrgica se nos vengan a la mente composiciones como esta, escrita por el padre vasco Cesáreo Gabaráin Azurmendi. Una suerte de “Despacito” dentro de la iglesia que hasta se convirtió en una de las favoritas del Papa Juan Pablo II. O de pronto, para otros curiosos, retumben en la cabeza los cantos gregorianos: esa vasta colección de alrededor de tres mil pasajes, derivados del canto judaico, cuyas formas más tempranas se pueden rastrear en Palestina y Siria, y que son capaces de hacer entrar a misa a cualquier ateo.
La historia que une a la música y la religión es inconmensurable. Y dentro de esta, hay una pieza particular, profunda y llena de mística, elaborada por fuera del circuito eclesiástico. Una proveniente del imaginario de un personaje que partió la historia del rock progresivo con la agrupación Genesis y que luego, con el sello Real World Records, logró armar un mundo que unió varios universos musicales. Se trata de Peter Gabriel, un cantante, multiinstrumentista, compositor y productor discográfico que en 1989 publicó Passion, un álbum pensado, en principio, para acompañar la película La última tentación de Cristo (1988), dirigida por Martin Scorsese, pero que terminó siendo una obra en sí misma al trascender el ejercicio de banda sonora.
Scorsese y Gabriel discutieron sobre este proyecto por primera vez en 1983. Al músico le produjo una inmensa curiosidad cómo y por qué el cineasta quería llevar a la pantalla la controversial novela homónima del escritor griego Nikos Kazantzakis: "Él quería presentar la lucha entre la humanidad y la divinidad de Cristo de una manera poderosa y original, y me convenció su compromiso con el contenido espiritual y su mensaje", explica Gabriel en un breve texto que acompaña el disco.
Ese carácter dramático y ambicioso que buscaba el cineasta neoyorquino estaba presente en la carrera del británico. Fue así como el creador de grandes y complejas piezas musicales, de auténticas óperas rock –como The Lamb Lies Down on Broadway (1974)–, de composiciones sofisticadas cargadas de tantos arreglos como de emociones, con cuidados efectos de sonido y giros sorprendentes, recibió la tarea de escribir la música para La última tentación de Cristo.
Peter Gabriel se fue de largo y creó una obra musical que fue mucho más allá de la cinta: "Después de que terminamos de mezclar la película, había algunas ideas sin acabar que necesitaban desarrollarse y me tomé un tiempo extra para completar este disco. Hay varias piezas que no pudieron incluirse en el filme y sentí que el proyecto debería ser capaz de presentarse como un cuerpo de trabajo separado. Elegí el título provisional para la película: 'Passion'", explica el músico en el citado texto que acompaña el álbum.
Como era de esperarse la película de Scorsese resultó polémica. Fue prohibida o censurada durante años en Turquía, México, Chile, Argentina, Filipinas y Singapur. Hubo protestas por su proyección en Estados Unidos y en Francia, donde además un grupo de católicos integristas, un colectivo apegado a la doctrina tradicional que rechaza cualquier tipo de transformación que esta haya tenido en el tiempo, incendió un cine que proyectaba la cinta en el barrio de Saint Michel en París.
Un año después del lanzamiento de la película vio la luz Passion, que se convertiría además en el primer álbum que Peter Gabriel lanzó con Real World Records, un sello discográfico británico especializado en las denominadas músicas del mundo. El proyecto, fundado también en 1989, tuvo como base a los miembros originales de WOMAD, un festival internacional que tiene como objetivo celebrar la música, el arte y la danza de todo el planeta: Thomas Brooman, Bob Hooton, Mark Kidel, Stephen Pritchard, Martin Elbourne y Jonathan Arthur son algunos de los nombres que hacían parte de este encuentro y que dieron vida a esta nueva casa disquera.
En Colombia tendríamos noticias de este sello al poco tiempo, cuando Peter Gabriel decidió contactar a Totó la Momposina, aquella mujer que unos años atrás había cautivado sus oídos, con el retumbar de un bullerengue, en medio de la transmisión de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Tras hacerlo, ordenó a un joven Richard Blair, que fungía como ingeniero de sonido, grabar lo que sería la mítica placa La Candela Viva (1993), que, por lo demás llevaría a Blair a trasladarse a Colombia donde sería co-productor de discos como La Tierra del Olvido (1995) de Carlos Vives o fundaría Sidestepper en 1997.
Para La última tentación de Cristo, Peter Gabriel cuenta que “Scorsese había pedido un nuevo tipo de partitura que no fuera ni antigua ni moderna. Que no se tratara de un pastiche sino que tuviera claras referencias a la región, las tradiciones y las atmósferas, pero que fuera en sí misma algo vivo”. El músico decidió acudir primero a los recursos del Archivo Nacional de Sonido de la Biblioteca Británica y, en particular, a Lucy Durán, una etnomusicóloga, productora discográfica y locutora de radio británica, que en la década de los 80 era la curadora de dicho acervo.
Ahí empezó a recibir sugerencias e imaginar horizontes. Se tomó su tiempo, pues se trataba de su primer trabajo de este estilo, dado que la música de Birdy (1984) la había construido a partir de material reciclado. También era la oportunidad de ir hasta el fondo con las exploraciones musicales que había iniciado en sus trabajos como solista III (Melt) y IV (Security). Prescindió de los instrumentos habituales del rock y el pop y llamó a músicos de Oriente Medio, África, Europa, Norte y Sur América y del sur de Asia para las sesiones de grabación. Si la rigurosidad histórica del sonido no era una obsesión particular, sí lo era la sustancia y el palpitar de una región. Fue así construyendo, canción a canción, un paisaje sonoro que nos lleva de parajes yermos, por momentos quebradizos, a verdes orillas nutridas por los ríos que atraviesan los desiertos de Israel.
En la ingeniería de sonido estuvo David Bottrill, un canadiense que llegó al Reino Unido en 1985 y que posteriormente se uniría al equipo de Real World Records, donde duró once años. Al día de hoy en su catálogo está el haber trabajado con proyectos como Tool, Smashing Pumpkins, Muse, Rush, Stone Sour, King Crimson, Placebo, entre otros.
El disco tiene un total de 21 canciones, que empiezan con el suave murmullo de “The Feeling Begins”. Un murmullo que se transforma en zumbido al que se suma la vibración del duduk, un instrumento de viento de madera tradicional de Armenia. Luego entra la percusión de forma contundente. En esta pieza aparecen nombres como el del compositor y percusionista egipcio Manny Elias o el de David Rhodes, un guitarrista inglés, fiel paladín de los proyectos de Peter Gabriel, que además fue integrante de la agrupación de rock Random Hold. A ellos se suma el mítico músico indio Ravi Shankar, virtuoso del sitar conocido a nivel mundial, que entre otras cosas acompañó a George Harrison, de Los Beatles, en sus exploraciones musicales con la música de oriente.
El mencionado duduk es interpretado por Vatche Artashesi Hovsepyan, un músico armenio que para el momento de este álbum ya había muerto, pero que, junto a Andranik Askarian, había participado en la grabación de una canción titulada "The Wind Subsides". Esta tuvo como destino una colección de música tradicional de su país lanzada por el sello Ocora de Radio France, bajo la dirección del musicólogo, también armenio, Robert Ataian. Lo que hizo Gabriel fue tomar un extracto e incluirla en esta pieza.
Esta acción se repite, por ejemplo, en “Lazarus Raised”, una pieza que transmite cierta fragilidad en la que se incluyen intérpretes desconocidos kurdos de duduk y tenbur –un instrumento de cuerda pulsada y cuello largo de origen mesopotámico– que hacen parte de una colección de la Unesco que cuenta con una antología musical de oriente editada por el musicólogo e indólogo francés Alain Danielou para Musicaphon Records. La melodía se inspira en la historia kurda que narra el mal amorío de una joven mujer por Bave Seyro, un legendario guerrero.
En “Of These, Hope”, una pieza alegre y que fluye de manera ligera, figura Massamba Diop, un maestro del tama, o tambor parlante de Senegal, y cofundador de The Senegal-America Project, que buscó unir artistas, educadores y estudiantes de ambos lugares para intercambiar ideas y conocimiento. Por su parte, en “Of these hope – Reprise”, aparece Baaba Maal, un músico que canta normalmente en idioma pulaar y que ha buscado promover las tradiciones de esta población que viven a ambos lados del río Senegal. Junto a él está también la agrupación Fatala, formada en París en 1981 por el maestro percusionista Yacouba Camara, que se inspira en las raíces de la música de Guinea.
A esta lista se suma la voz del cantante, compositor, empresario y político senegalés Youssou N'Dour, presente por ejemplo en la composición “Different Drum”. A él quizá algunos lo tengan referenciado por su canción "7 Seconds" junto a Neneh Cherry. N’Dour ha sido ficha clave en el desarrollo del mbalax, una música popular de su país que además canta en wólof, una lengua nativa hablada en Senegal y Gambia. Aparece aquí también la voz de David Sancious, un músico estadounidense que hizo parte de la E Street Band, el grupo de respaldo de Bruce Springsteen, y Doudou Ndiaye Rose que durante su carrera se especializó en el sabar, un tambor tradicional de Senegal.
En “Zaar”, una de las piezas más conocidas de este álbum, que pasa de la tensión a una cadencia alegre y esperanzadora, y que fue compuesta con base en un ritmo tradicional egipcio para defenderse de los espíritus malignos, están el bajista y productor estadunidense Nathan East, que en los 90 armó el supergrupo de Jazz y smooth jazz Fourplay, y Mahmoud Tabrizi-Zadeh un músico iraní, intérprete de santur y kamanché: el primero es un instrumento de cuerda percutida que pertenece a la familia de la cítara y el segundo uno de cuerda frotada originario de Persia, antecesor del violín.
La composición central de todo el disco es “Passion”, además de ser la más extensa: una pieza cambiante, pero que siempre carga cierto dolor. Figuran aquí músicos como el contrabajista y percusionista brasilero Djalma Novaes Corrêa o Jon Hassell, trompetista y musicólogo nortamericano que participó en el grupo musical de vanguardia Theatre of Eternal Music y que junto a Brian Eno persiguió la utopía sonora a través de la construcción del “Cuarto Mundo”. A ellos se suma el director de orquesta, organista y pianista Julian Wilkins, que con su otrora voz de niño aporta en los cantos. Y Nusrat Fateh Ali Khan, un afamado vocalista pakistaní intérprete de qawwali, un tipo de música religiosa tradicional sudasiática originaria de la India islámica, donde confluyen ritmos arábigos e indostaníes. Nusrat también participaría en las bandas sonoras de las películas Natural Born Killers (1994) y Dead Man Walking (1995).
La lista es enorme. Se puede sumar la aparición del baterista panameño-estadounidense William C. Cobham, conocido como Billy Cobham, que fundó la Mahavishnu Orchestra, un grupo instrumental pionero en la fusión entre el rock y el jazz. O el turco Kudsi Erguner, maestro en las tradiciones mevlevíes y sufíes, y uno de los intérpretes más famosos de la flauta ney turca. Y el oboe de Robin Canter, uno de los músicos más eruditos en este instrumento.
La portada que acompaña al álbum muestra una pintura de Julian Grater. Un trabajo que llamó “Estudio para la autoimagen”, pero en el que, teniendo en cuenta el contexto del proyecto, se puede ver un retrato abstracto de Jesús con la corona de espinas hecho con carbón vegetal, cera de abejas, paja y otros materiales, que nos dan una paleta de colores como la del territorio que buscó captar el disco. En la contraportada hay una foto con mucho zoom de cristales de resorcinol como sugerencia de los valles y colinas, pigmentados con un color rojo oscuro como la sangre que se derramó en esta historia.
Junto con el lanzamiento de este álbum, Peter Gabriel compiló un disco titulado Passion Sources, donde muestra una selección de las fuentes de inspiración, las grabaciones y lugares que dieron paso a la obra.
Passión se convirtió en un hito y ganó un premio Grammy al Mejor Álbum New Age en 1990. Es un disco en el que se siente la arena, las heridas, la finura de esta historia y la belleza del paisaje con su silencio, su luto, violencia y esperanza. Si bien es clara la línea estética que sigue, nunca es monótono, y pese a las tensiones manifiestas y a los tramos de mayor oscuridad, termina por ser conmovedor y hasta relajante. Es además un trabajo en el que Gabriel pone sobre la mesa su espíritu: “este fue uno de los discos más importantes para mí”, ha dicho. En él se siente esa oscilación entre el tema religioso y la distancia del músico con la iglesia como institución, pero sobre todo la necesidad de hacer música y de hacer algo bello dentro de las virtudes y las tragedias de todo este relato.