Gojira en Colombia y la celebración de la vida
60 segundos para Gojira y el corazón comienza a acelerarse. Mientras en la pantalla se ve una cuenta regresiva, las luces pintan el escenario en el que sobresale la batería. Curiosamente la imagen de la tarima transmite calma, algo así como el momento de paz antes de que se desate una tormenta, ese pequeño instante en el que se respira profundo para tomar fuerzas y sentir que lo que está pasando es real. Que el presente nos bendice y que en cuestión de segundos el mundo va a arder con la música de esta bestia de metal.
30 segundos para Gojira y Mario Duplantier, sin camiseta, se alza sobre los tambores para saludar al público del Movistar Arena que ruge eufórico. Ya no hay vuelta atrás, la respiración se pone más rápida, los músculos se tensan y el cuerpo se prepara para rendirse ante el sonido.
3 segundos para Gojira y la tensión se puede sentir en el aire, la gente no puede esperar más, los puños se cierran, los ojos brillan, la sangre se calienta. Es la hora. Un redoble de tambores y los primeros riff de “Born For One Thing” envuelven el lugar, es la hora del desenfreno y sobre el escenario un coloso hace temblar la tierra.
Pero volvamos al inicio, a la hora en la que había silencio y por primera vez en la semana Bogotá le regalaba una plácida tarde sin lluvia a la gente. Horas antes del primer concierto de Gojira en Colombia, se vivía un clásico domingo en la capital. Había poco movimiento y un ambiente de calma y bienestar; el aire estaba frío y la energía tranquila; algunas personas hacían deporte o comían helados; la vida mostrando sus colores. Lo único atípico era la fila de metaleros que rodeaba el Movistar Arena.
Desde antes de las cuatro, los fanáticos de esta banda francesa que actualmente presenta uno de los actos más emocionantes y mejor logrados del metal mundial, empezaron a llegar para vivir una noche única, un hito en la historia del rock nacional y una muestra de que Colombia cuenta con una de las escenas metaleras más eufóricas del mundo.
El representante local fue SYRACUSÆ, su estilo entre metal melódico, deathcore y groove metal dio los primeros gritos de la noche. A pesar de que el escenario estaba un poco oscuro, este grupo bogotano se destacó por su virtuosismo y energía que prendió a un público que se movía tímidamente, pero que fue cálido con esta banda que le dio la bienvenida a las “ballenas voladoras”, como el vocalista introdujo a Gojira, que cerró en Bogotá una gira que la llevó por Argentina, Chile y Brasil.
Joe Duplantier, Mario Duplantier, Christian Andreu y Jean-Michel Labadie han creado una nueva forma de entender el metal. Lo primero que llama la atención de estos músicos cuando se paran sobre el escenario es lo simple que hacen ver todo. Cada uno de se sumerge en su instrumento de una forma tan orgánica que parecen extensiones de su cuerpo, las cuales dominan tan bien que logran sonar absurdamente pesado.
Tal vez Gojira es la banda más pesada que actualmente existe en el planeta. Obviamente hay grupos más veloces, más brutales, más distorsionados, más guturales y más técnicos, pero ninguno suena tan robusto y denso. Ver a Gojira es como sentir las pisadas de un ejército de gigantes que vienen a reducir una ciudad a cenizas. Cada golpe de batería, cada ritmo de bajo, cada rasgadura de guitarra se sintió en todo el cuerpo.
Era como estar atrapado entre un puño que aprieta y aprieta mientras que cada hueso se revienta. Y es que Gojira es pura fuerza y furia. En una banda que invita a sentir de forma apasionada. Muchas bandas de metal evocan solo la violencia, pero con su canciones genera todo un espectro emotivo que va desde la tristeza hasta la rabia. El dolor del duelo, la urgencia de salvar al planeta, la contemplación del ser, las ganas de quemarlo todo, se mezclan entre canción y canción, entre el pogo y los saltos, entre los cuerpos que gritan, lloran, se abrazan incrédulos y se rinden ante tanto poder.
Pero a parte del hipnótico sonido, la puesta en el escenario también fue muy atrapante, pero sin necesitar de mucho para lograrlo. Tal vez lo que mejor sobresale de Gojira es su capacidad para hacer las cosas de forma justa, sin exagerar y siendo honestos. En vivo solo necesitaban ser muy sutiles para complementar muy bien la presentación.
Unas llamas saliendo del suelo de vez en cuando, unas serpentinas que vuelan por los aires, algo de humo, un poco de confeti por aquí, unas chispitas centelleantes acompañando un coro cantado por miles de gargantas por allá y nada más. A veces era tan sutil la puesta en escena que solo con pintar el recinto de rojo bastaba para dejar a todos los asistentes con la boca abierta.
Este fue un show poco pretencioso pero muy cálido. La banda habló poco pero siempre se mostró emotiva, muy buena onda y llena de alegría. No es como otros grupos que llegan tocan, cobran y se van, estos cuatro artistas lo dieron todo en el escenario, sobre todo Mario que mientras tocaba unos solos, sacó unos letreros que decían: “No los escucho pirobos” y “Que chimba”.
Por su parte Joe siempre sonriente, comandaba a esa bestia con su furiosa garganta y su imponente presencia complementada con Christian y Jean-Michel que se movían de lado a lado, como jugando con el público que se entregó por completo al show.
Durante “Flying Whales” hubo un pequeño wall of death y se alzaron varios flotadores de orcas y delfines que volaron durante todo el concierto, al principio fue divertido pero empezó a volverse molesto. Era lo de menos porque durante todo el concierto la energía estuvo arriba, como si una fuerza se apodera de tu cuerpo y te mantuviera en un movimiento constante.
El repertorio estuvo principalmente compuesto por canciones de Magma (2016) y Fortitude (2021), pero también se colaron canciones de From Mars To Sirius (2005) y Terra Incognita (2001), lo cual mostró a una banda que está en el mejor punto de su carrera. Tal vez eso fue una de las mejores cosas de la noche, que Gojira no llegó a Colombia 20 años después de su pico y para solo tocar los clásicos. Llegó con el impulso de tener dos de los mejores discos de metal publicados en la última década, con el deseo de conocer y compartir al público de la región, con una muestra del presente y el futuro de la música pesada y con la promesa de volver.
Pero también llegó con un mensaje muy claro y muy importante: la necesidad de cambiar. El cual además cae de forma muy oportuna en estos momentos en los que la palabra cambio hace eco en todo el planeta y se está viviendo cada día en cada cosa que hacemos. Estamos viviendo un momento en el que una parte de la sociedad se rehúsa a ver que las cosas son distintas, evolucionan, se mueven, exigen ser diferentes para sobrevivir, porque el cambio es natural y este o es bueno y permite la evolución hacia ojalá algo nuevo y tal vez mejor, o se estanca en su núcleo más estático y se autodestruye.
Y cuando en sus letras Gojira habla de cambiar, no solo es en defensa del medio ambiente, es en defensa de la misma esencia humana. Tal vez por eso es que estos cuatro músicos son tan cálidos en la tarima, son humanos mostrándose de forma sincera, sin disfraces, sin poses, eso sí tocando a todo volumen, pero sin perder la honestidad ni la pasión.
Darlo todo por la felicidad de compartir el presente, cuando se terminen las canciones el mundo puede explotar, pero mientras suenan los acordes se está en comunión, se está respirando al tiempo y se está disfrutando el gozo de la vida.
Por eso es que al final del concierto el público quedó estupefacto, algo aturdido y aún incrédulo, incluso la banda no se bajaba del escenario desde donde lanzaba todo lo que tuviera a la mano, se notaba la alegría de tocar por primera vez en este país y al otro lado del escenario lo único que existía era felicidad pura.
Qué mejor forma de pasar un domingo, qué mejor forma de celebrar la existencia, qué mejor forma de romper prejuicios y entregarse en cuerpo y alma a la música. Gojira nos regaló una noche para volar alto y les devolvimos la pasión de nuestros emocionados corazones anónimos para que sigan creando.
Qué gran momento para estar vivos.