'Avatar: el camino del agua', una película emocionante y conmovedora
Tras casi 14 años desde el lanzamiento de la película más taquillera de la historia del cine, James Cameron por fin estrena Avatar: el camino del agua, un filme que nos zambulle en las olas recias del mar de Pandora, nos lleva a domar los cielos junto a los “Banshee”, y nos acerca a los complejos problemas de los Na'vi, al punto que los llegamos a sentir como nuestros.
La película de 3 horas y 12 minutos de duración es, como fue prometido, un show visual alucinante que deja a los espectadores sumergidos en los detalles de cada animal, cada planta, cada cultura e idiosincrasia que se muestra.
Aunque la primera entrega, de la ahora saga, ha envejecido excelente, este nuevo filme no decepciona en el apartado gráfico; el CGI es llevado a tal nivel que los personajes nunca se sienten como artificios hechos a computadora, por el contrario se mezclan con las texturas humanas tan orgánicamente que pareciera que siempre hubiesen existido en nuestra realidad.
De esta manera, Cameron logra expandir el mundo que ya había creado y nos deleita con imágenes bellísimas de animales sintientes que nos conmueven; de especies espirituales resplandecientes; de una naturaleza viva e inteligente a la que llaman Eywa; y nos narra visualmente la complejidad de los pobladores de aquel planeta.
Así es como volvemos a ver a los dos personajes principales, Jake y Neytiri, quienes más de una década después de los acontecimientos de la primera película deben enfrentar, junto a sus hijos, los nuevos problemas que los persiguen, librando batallas personales y familiares para mantenerse a salvo y unidos.
El sentimiento de no encajar; de no ser suficiente; la incesante lucha paternal por guiar y unir a la familia; además de un dolor profundo de pérdida, son algunas de las emociones que transmiten cada uno de los personajes, cuyas historias se van desarrollando a lo largo de la cinta haciéndonos sentir identificados con sus vidas y contrariedades.
Esta secuela tiene la misma columna vertebral de la primera: una población que invade a una comunidad foránea, destruyendo todo a su paso; sin embargo, el quid que le da un giro a la trama es la invitación tácita a repensar el paradigma especista en el que nos hemos empeñado en vivir, a pesar del sufrimiento animal.
Aquí los animales y los pobladores son hermanos, son uno. Las preocupaciones, anhelos y dolores de todas los animales tienen la misma importancia y protagonismo que las de los bípedos.
La película entonces, nos sacude fuerte emocionalmente para inocularnos las preguntas: ¿por qué la insistencia mezquina de los seres humanos en creerse superiores frente a otros animales? ¿No deberíamos cohabitar este plano buscando el bienestar mutuo, mitigando en mayor medida el dolor de todos?
Avatar: el camino del agua, será sin duda la película del año, no solo por su innovadora tecnología y técnica, ni porque resulta refrescante ver algo diferente entre tanto de lo mismo, sino porque nos hace reflexionar sobre asuntos que se han dejado a un lado.
¡Valió la pena la larga espera!