Lumbalú: ritos mortuorios de música y cantos en Palenque
El pueblo de Palenque de San Basilio, está situado en los contrafuertes de los Montes de María, al sureste de la capital de Bolívar, Cartagena. Como casi todas las poblaciones del Caribe lo cobija el sol abrasador que, a veces, se esconde tras las elevaciones montañosas que le rodean.
A este corregimiento de Mahates, se llega a través de caminos de asfalto y de arena terrosa que nos va acercando, no sólo a su sensación térmica, sino a la calidez de sus gentes. Los saludos de una orilla de la calle a otra, niños y niñas corriendo por las terrazas, mujeres con cabellos afros trenzados o exhibidos en su mayor esplendor y la sonrisa amplia de sus pobladores son algunos de los rasgos característicos de este sector del país, que se resiste, eso sí, a perder sus tradiciones, que conservan de sus ancestros africanos.
Palenque de San Basilio era una de las comunidades fortificadas llamadas “palenques”, que fueron fundadas por los esclavos fugitivos como refugio en el siglo XVII. Las rutas de escape para llegar a estos palenques, estaban marcadas en los cabellos de las mujeres que trenzaban en sus rizos los caminos hacia la libertad. Palenque es sinónimo de libertad, pues toda persona que llegaba a formar parte de uno de estos territorios era automáticamente libre. De los muchos palenques que existían en otras épocas, sólo el de San Basilio ha sobrevivido hasta hoy, convirtiéndose en un espacio cultural único.
Su comunidad conserva rasgos propios que han sido transmitidos a través de la tradición oral y el cuidado profundo de su cultura. Entre ellos, la lengua criolla que fusiona léxico español con vocablos africanos de la familia bantú, particularmente de lenguas como el kikongo o el kimbundu, según indicaba la antropóloga Nina Friedemann, en su investigación El habla en el palenque de San Basilio.
Se destacan otros rasgos únicos de esta diáspora africana, como la estructura solidaria de la población basada en los grupos de edad: kuagros y sus rituales ante los nacimientos, celebraciones y funerales. En todos ellos, mezclan sus sistemas de comunicación musical, a través del lenguaje verbal y corporal en el que se conectan lo espiritual y terrenal.
La ceremonia mortuoria
El culto a los muertos de las comunidades Caribes en la antigüedad tenía múltiples similitudes con el culto a los ancestros africanos. Ambos concebían los vínculos entre vivos y muertos; compartían la creencia de un pacto entre ellos que continuaba más allá de la muerte y la actividad social de los vivos estaba primordialmente influida por los antepasados. Toda esa herencia ancestral ha sido recibida por el pueblo de Palenque.
El Lumbalú es un ritual fúnebre se remonta al territorio bantú en el continente africano. En él se reúne lo colectivo con la melancolía, los recuerdos y reflexiones en un solo rito de nueve días y nueve noches que se efectúa cuando una persona fallece. En medio de llantos, rezos, cantos y bailes se reconstruye la vida de la persona fallecida. “Conectamos a nuestros antepasados fallecidos, con el miembro de la comunidad que hace la transición hacia otro mundo, es la vida comunicándose con la muerte”, comenta Ereilis Navarro Cáceres, una etnoeducadora y líder afro del Palenque de San Basilio, que habita en Barranquilla.
Cuando fallece una persona lo anuncia el tamborero jefe del cabildo. El lumbalú o baile’ é mueto es el centro de la ceremonia funebre, pues en él surge un encuentro que evoca la memoria en todas las instancias rituales en español y palenquero.
Cada momento del ritual sobre la muerte lleva unos pasos que no se deben quebrantar: el velorio, la novena, el cumplemés, el cabo de año, estos se deben observar con sumo cuidado si no se quiere poner en peligro el debido tránsito al más allá del alma, que puede aparecer en sueños para cobrar lo que no se le ha dispuesto, según se narra en el libro Se acabó el baile de la editorial La Iguana Ciega.
Por su parte, el escritor, médico y antropólogo Manuel Zapata Olivella, mencionaba que la música como el bullerengue se deriva de cantos primitivos de África, de carácter funerario: “Sabemos que para los africanos: palabra, música y danza constituyen formas expresivas y simbólicas de su religiosidad. Las prácticas funerales africanas, perseguidas o rechazadas, persistieron en las ceremonias desacralizadas permitidas a los esclavos. Los negros llevaban los mismos tambores utilizados en sus funerales a las fiestas religiosas católicas y a los convites de desahogo tolerados por los amos, en tal forma que, aunque cumplían una función desacralizada, no podían desnudarse del todo de sus contenidos rituales. El puente de la muerte a la vida quedó establecido”. Desde entonces hasta nuestros días, la música africana ha ido paganizándose hasta transformar su propia esencia: comercialización.
Ante esto, la comunidad al notar que sus rondas fúnebres estaban siendo utilizadas por músicos como el Joe Arroyo, en un marco festivo como el carnaval y que su propósito fúnebre estaba cambiando, “la comunidad palenquera a través de la academia y las prácticas musicales propias decidió dar a conocer un poco más de su cultura, para que l gente entendiera los motivos de nuestras músicas, porque la transmisión de nuestros rituales estaba saliéndose de contexto, estaba siendo mal utilizado, ante lo que nosotros cantábamos en duelo, se bailaba y cantaba para celebrar otras fiestas, lo que queríamos era que se respetaran nuestras tradiciones”, agrega Ereilis Navarro.
Y esta precisamente, ha sido la lucha que han llevado a cuestas desde tiempos de la colonia. El lumbalú se ha conservado en la memoria colectiva de esta población a través de los años, pues si bien el sincretismo religioso es evidente en esta conmemoración, la tradición ancestral es conservada en su propósito mismo. Así, por ejemplo, se afirma que cuando se canta delante del muerto, se le está ayudando a que el alma llegue nuevamente a la madre África, a liberarse. Por eso en el cántico se mencionan lugares como el Congo y Angola, y se reencuentran con los ancestros allá, para finalmente liberarse.
“A mi sí me gustaría saber de dónde vienen mis ancestros, de qué comunidad africana esclavizada vengo, muchos dirán que me conforme con mi madre y mi padre en este continente, pero así como algunos sienten esa gallardía de decir que son europeos, yo también tengo la gallardía de decir soy africana”, puntualiza Ereilis con una amplia sonrisa.
Tambor y canto
El velorio dura nueve días, como una manifestación del sincretismo religioso. Según la tradición, el tamborero coloca su tambor frente a la cabeza del difunto en todo el centro de la sala. Entre la cabeza del fallecido y el tamborero se colocan las mujeres mayores del cabildo, una de las cuales baila, pues la idea es que todos los familiares y amigos bailen. En la procesión, el cortejo recorre los lugares que el difunto visitaba y es guiada por algún allegado que porta una cruz tallada en madera, no puede mirar hacia atrás en ningún momento, ni entrar a la casa del difunto y al terminar el recorrido regresa la cruz a la iglesia. Mientras tanto, una cantadora inicia los cantos que corean las otras mujeres que le acompañan. Así se dirige el ánima del difunto hacia el más allá. La noche final del ritual es la más importante. A la medianoche, el cuagro dirige una marcha al son del canto “A pilá el arroz”, recogiendo sus pasos.
Durante estos días de ceremonia mortuoria, las mujeres mayores entre lamentos, llevan a cabo el lumbalú, al pasar los días se canta y se toca el bullerengue, se cantan las rondas y los juegos de velorio y en la última noche el golpe profundo del tambor pechiche (que solo se toca durante el lumbalú) anuncia que el alma del muerto se fue de este mundo.
Cantos y juegos de velorio
Los tambores y los cantos, siempre han estado siempre en los rituales de velorio palenquero. De hecho, el hilo conductor de las costumbres y creencias que se mantienen vigentes, bien sea la celebración de la vida y de la muerte, es la música. Esta expresión cultural en Palenque de San Basilio está presente en todas las actividades cotidianas, desde eventos recreativos hasta eventos fúnebres. Escuchar un bullerengue sentado, una chalupa, un son palenquero o una terapia criolla es sinónimo de festividad y unión entre los miembros de esta comunidad, que no esperan ni un segundo para bailar, con el ímpetu de su tradición, ante el repique de un tambor.
Durante un tiempo, fueron Batata y su mujer, Luz Valdés. Después fueron el Sexteto Tabalá y la familia Salgado, con las integrantes de Las Alegres Ambulancias, grupo musical que parte precisamente de las tradiciones del lumbalú.
Los ritos de velorio, con su lúdica, se extienden por el norte del departamento de Bolívar, desde Palenque hasta Malagana, Mahates y Sincerín, y cumplen la función de distraer a la gente mientras pasan las nueve noches reunidos alrededor de un círculo.
Velorio de angelito
Dentro de la tradición ceremonial funerario, surgen algunas variables, de acuerdo con la edad y género de la persona fallecida. El velorio de angelito es una muestra de la fusión de varias tradiciones culturales, en cuya ceremonia el punto de partida es la religión católica, pues, al morir, los niños pequeños se convierten en ángeles; por ello, la herencia ancestral indica que no se necesita llorar a un alma pura y, por el contrario, hay que expresar alegría por conseguir este aliado en el ámbito divino.
Las rondas y los cantos de velorio, eran diferentes para los niños, había un juego propio para los niños fallecidos. “Recuerdo que se sentaba a los niños en un piso un poco alto o en taburetes en el que estuviéramos todos y se jugaba con una piedra o un anillo simbólico, mientras cantábamos ‘esconde, esconde la sortija’, al igual que los peinados, habían códigos especiales que indican que para las fechas funerales, los niños no pueden usar los peinados de los adultos: a los niños no se les podía hacer la abertura en la parte frontal, porque los conduce al mal de ojo y posteriormente a la muerte”, comenta Ereilis.
En el velorio se trata de agradar al angelito para que mire con buenos ojos a las personas y las proteja. El angelito es invocado como intermediario entre quienes piden sus favores y las divinidades que lo acompañan, lo cual se logra con una especial preparación en un altar con flores.
El Palenque urbano
En Barranquilla, la segunda ciudad, después de Cartagena, donde existe la mayor concentración del pueblo palenquero, la comunidad se ha asentado en localidades en las que conservan su estructura solidaria de cuagros. Esto permite la conservación de su tradición, lenguaje y manifestaciones culturales.
En la capital del Atlántico, barrios como La Manga, el Valle y Nueva Colombia, hacen parte de esta comunidad y en ellas las tradiciones del lumbalú persisten. A pesar de que el rito mortuorio no se realiza al pie de la letra como en Palenque, la ceremonia se mantiene. La costumbre de los juegos ha cambiado, pues en el palenque urbano, se juega de manera reservada y no abierta, como en Palenque. “Nosotros viajamos con nuestro baúl ancestral, los rasgos identitarios y nuestros saberes a cada uno de los palenques urbanos, si es verdad que algunos de estos pasos en el ritual se pierden, pero tratamos de conservar lo posible en nuestras comunidades” puntualiza Ereilis.
Palenque de San Basilio ejerce una fuerte influencia en toda la región Caribe colombiana y simboliza la lucha de las comunidades afrocolombianas por la abolición de la esclavitud, la reivindicación étnica, la convivencia y el reconocimiento de la diversidad cultural de Colombia.