La tradición navideña más excéntrica de Santander: Los Matachines
Una vejiga de res templada atada a un palo es el arma más temida por los santandereanos a partir del 1 de diciembre y hasta el día de reyes en el mes de enero. Aquí no importa la edad, si ven cerca a una persona con un traje de trapos coloridos, máscara imponente y una vejiga en su mano, tienen dos opciones: buscar una monedita para darle o correr. Y no hay una sensación más emocionante que la de huir por su vida cuando uno de ellos está tras de ustedes dispuesto a golpearlos. Cariños santandereanos que llaman.
Pero tampoco se tomen el cariñito muy en serio, pues por lo general estos personajes corretean solo a aquellos que con gritos y provocaciones, los invitan a un duelo. Sucede mucho frente a los colegios o en barrios populares, y para algunas comunidades el tema es tan serio que los matachines deben tener credencial y formar parte de alguna agrupación, como la Corporación de Matachines Nueva Generación que se encuentra en el barrio La Cumbre en Floridablanca.
Los Matachines llegaron al área metropolitana de Bucaramanga precisamente por este barrio. Allí 12 hombres adultos se disfrazaron por primera vez el 8 de diciembre de 1967 y desde entonces, esta tradición ha llegado no solo a La Cumbre, sino que se ha extendido con por todo el departamento. Pero a quienes debemos agradecerle realmente por este deporte extremo navideño, es a los malagueños. Fue en Málaga, Santander que las primeras familias comenzaron a hacer de las fiestas decembrinas una oportunidad para vestirse de mil colores y jugar con sus vecinos.
Unos dicen que por la lepra, otros que por las celebraciones de familias italianas que se asentaron en la región, el hecho es que fue allí donde comenzó esta tradición de diseñar el traje y principalmente las máscaras, que por lo general hacen alusión a demonios, animales, personajes y mitos que forman parte del departamento.
Y aunque en el resto de Santander a los matachines logran calmarlos con moneditas que finalmente servirán para una quema de pólvora controlada en sus barrios, en Málaga la cosa es a otro precio. Aquí no hay estímulo que valga, una vez ingresan a la zona delimitada por la Alcaldía del municipio para hacer las batidas, no hay más escapatoria que tener la agilidad suficiente para escabullirse de la fuerza y velocidad que tienen estos matachines de todas las edades. Y créanme, un vejigazo en la espalda es un recuerdo que puede quedar en la piel hasta por una semana, y en la mente sin duda permanecerá por siempre.
Parece un deporte extremo con mucho más contacto del que quisieran, pero es sin duda una tradición que por siempre nos llenará de orgullo. Y así como a muchos no les puede faltar la natilla y el buñuelo en diciembre, Santander sin matachines no tendría el mismo sentido en las navidades. Gracias a todos los que permiten que esta tradición siga viva, y ojalá el paso del tiempo no nos haga olvidar que los matachines y las navidades son una fiesta.
Así se viven los matachines desde el barrio La Cumbre en Floridablanca: