El impacto que tienen las manifestaciones artísticas en Colombia
La cultura y el arte son el medio perfecto para canalizar las ideas, emociones y sensaciones intelectuales hacia los demás. Son dos herramientas que permiten pensarnos como sujetos y construir una postura crítica frente al contexto en que nos desarrollamos.
Según la profesora Liliana Paredes, integrante de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana, en una nota web, afirma que, “Todas las expresiones culturales representan una forma de manifestación que sirve para comunicar circunstancias de índole personal y comunitaria, de una manera sensible y empática”.
Desde que iniciaron las manifestaciones, en noviembre del año 2019, algunos artistas aprovecharon la oportunidad para apropiarse de las calles, hacer una revolución desde el arte, y resistir desde cada expresión artística.
Hoy, el arte urbano ocupa un lugar central en el desarrollo del país, pues su impacto ha servido no sólo para modificar y visibilizar las dinámicas sociales sino también para superar las heridas del conflicto nacional y reconstruir los vínculos que unen a los territorios.
Las manifestaciones artísticas fomentan la libertad de expresión, el encuentro entre las comunidades, la sensibilidad, la transformación social, y la nueva forma de pensamiento que despliega preguntas, situaciones complejas, respuestas y plantea problemas.
Desde Chévere Pensar en Voz Alta, analizamos el impacto socio cultural que dichas performances conllevan desde la región de Antioquia, Valle del Cauca, Caribe y Nariño.
La pintura en Antioquia
Desde que se crearon las escuelas y los colectivos enfocados en el arte urbano, el graffiti, los murales y la pintura en Antioquia, han rendido homenaje a la memoria, a la construcción social de los diferentes territorios, a las dualidades de la existencia sin embargo, durante los últimos meses, las paredes de nuestras ciudades se han convertido en protagonistas, han servido como lienzo para los que decidieron alzar la voz en el marco del Paro Nacional.
Según Verónica Morales García, artista, docente de dibujo y aprendiz de escritura callejera, “los artistas de la región no le pintan a un tema en específico, pues son piezas que estéticamente responden a unos códigos que se vienen gestando desde hace muchos años; no obstante, en este momento muchas expresiones se están dando alrededor de la protesta social, del desacuerdo, y la denuncia. Ahora, dada la coyuntura, se logró articular un grupo de colectivos que están en pro de visibilizar ese manifiesto. Muchas de las intensiones vienen de la reivindicación, de traer a conocimiento el valor de nuestra cultura indígena, de la lucha feminista, de las minorías, etc.”
Aunque el presupuesto destinado al arte y la cultura de Medellín durante los cuatro años de gobierno es de $411.153 millones, algunos gestores culturales y artistas han mostrado su descontento en el tema, “es un momento de incertidumbre para quienes crean y convocan. Es claro que este no es un Gobierno que priorice el arte y la cultura y los recortes presupuestales no se dejaron esperar. Cada vez hay más personas que se quieren apropiar de los espacios y comunicar su punto de vista frente a algo y eso hace que se muevan de manera más independiente o en colectivos, haciendo que el artista no tenga que depender de las instituciones. Lo que me parece una ganancia”, afirma Vita Osorio, artista, docente y baterista.
Colectivos como Casa Kolacho, 4 Elementos Skuela, Museo Urbano de Memoria, entre otros, han sido parte fundamental en la construcción de memoria del territorio y en la resignificación del concepto que se tiene de la ciudad. Mediante graffitis y murales hechos desde la autogestión se apropian del espacio público y de la voz de la comunidad.
“El arte urbano tiene una connotación positiva o negativa dependiendo mucho de la persona que lo mire. Para muchos el arte urbano tiene esa mirada desde lo vandálico y lo destructivo, ese irrumpir el espacio público sin permiso que hace parte del ADN. Pero para otros tiene esa mirada de color, de la vida, de cómo transforma el espacio, de cómo nos presenta otras narrativas, de cómo puede conversar el espacio público con el artista, la obra y la intensionalidad”, explica David Ocampo, director del Museo Urbano de Memorias.
La situación que se viene presentando en Colombia ha sido un motivo latente para que artistas, grupos, colectivos, levanten su voz a través de experiencias artísticas con alto sentido político y humanista. Frases como “Ni Dios Ni Patria”, “Estado Asesino”, “Lucha Popular”, “S.O.S.”, “La vida es un juego”, entre otras, fueron protagonistas durante varios días en las calles de Medellín, pero, muchos de estos graffitis fueron borrados con pintura gris para demostrar el descontento de algunos en la sociedad.
Vita Osorio, dice que “el graffiti en Antioquia seguirá denunciando las injusticias sociales que ocurren en esta nación, sin dejar claramente, su exploración creativa y psicodélica. Siento que hoy hay una guerra en los muros: hay grupos de quienes pintan la historia reciente, y luego llega la contraparte a limpiar el lienzo para que sea nuevamente pintado por los protestantes. Es bello. Es arte efímero. Es político. Es fuerte. es una guerra de pintura, son menos muertos”.
La danza en el Valle del Cauca
En la región pacífica, la danza es clave para la reinterpretación de su diversa identidad. Esta se puede observar a través del paso de conocimientos ancestrales y tradicionales afro e indígenas que se transfieren de generación en generación, como también, a través de la articulación de expresiones corporales urbanas, junto con movimientos que van llegando de otras latitudes.
“La danza clásica, moderna, contemporánea, popular y urbana, mejor dicho, todas las danzas del mundo que han llegado a Cali han generado una reinterpretación. Los bailarines de Cali se apropian muy bien con esta identidad mestiza que hay en la ciudad y los movimientos que llegan a ella”, menciona Andrea Martínez, bailarina de tango con especialización en lenguajes artísticos combinados.
Para Juan Pablo López, director artístico de la Bienal de Danza en Cali, “esta es una ciudad en movimiento (…) los bailarines de la ciudad aman la danza y las tradiciones dancísticas de la región y sobre todo, bailan de una manera sincera, con el corazón. Actualmente con las movilizaciones sociales que han sucedido después del 28 de abril, creo que las temáticas han cambiado y se han gestado movimientos de danzas de resistencia (…) pensando en el respeto por el otro, actualmente hablamos de danzas de reconciliación”.
Durante las movilizaciones sociales entre abril y junio, varios artistas de la danza acompañaron las diferentes manifestaciones, a través de expresiones corporales que invitaron al diálogo (...) respetando el cuerpo como instrumento máximo de expresión. En este caso, la participación de la danza, en varias ocasiones fue en lugares de las manifestaciones, realizando performances insitu. Estas prácticas fueron autogestionadas y partieron de la necesidad de integrar las artes para exaltar descontentos. Sólo se debía prestar atención para ver entre la multitud estas performances. Expresa Jaime Manrique, líder de Casa Fractal, espacio dedicado al arte y la cultura en Cali.
En esta ciudad hay increíbles bailarines capaces de apropiarse de técnicas que no son cercanas. Son capaces de destacarse entre las nuevas danzas contemporáneas que llegan. “Bailar hace parte de la identidad del Valle ya que tramitamos emociones y contamos historias, hacemos declaraciones de cómo está funcionando el mundo y cómo debería de girar”, indica Andrea Martínez.
La historia de la danza en el Valle del Cauca, en especial en Cali, se ha nutrido gracias a esfuerzos invaluables de personajes como Larissa Sanclemente, Antonio María Benavidez, Gloria Castro, Miguel González, entre otros, para lograr espacios de formación como la Escuela Departamental de Danza de Bellas Artes y Proartes que exaltan la expresión dancística gracias a la articulación que se ha generado. Sin embargo, la danza en el Valle también ha sufrido algunos percances para su profundización, producción y visibilidad.
“Se requiere fortalecer las políticas públicas en torno a la danza, garantizar los recursos públicos para las escuelas, compañías y proyectos que apoyen el desarrollo de esta disciplina artística. Si bien la Alcaldía apoya estas iniciativas, creo que ante el potencial que existe en la ciudad se requiere una estrategia que debería ser por lo menos a diez años y que se construya con los actores de la danza en la ciudad”, menciona Juan Pablo López.
“La ciudad y el Valle ha entendido a la danza como un modelo de entretenimiento y negocio, pero también se ha alejado de entender la danza y las artes en su función social, en todo lo que puede aportar en memoria, reconciliación, transformar la relación con el otro. Necesitamos que las políticas públicas favorezcan a la comunidad y el arte”, indica Andrea Martínez.
“En estos momentos complejos en el país, Cali y el Valle, la danza sufrió el abandono de las instituciones. Ha habido gran revuelo por las políticas culturales. Nos hemos sentido desprotegidos. Aún hay falta de comunicación del sector cultural, sobre todo la danza. Hace poco se inauguró un espacio llamado La licorera y aún se desconoce cómo acceder a los espacios. Existe una falta de recursos. No vale de nada la cantidad de instituciones si no recibe el apoyo. Hace falta pues hay una falta total desde la Alcaldía”, afirma Eduardo Castañeda Cifuentes, licenciado de artes escénicas del Instituto Dptal de Bellas Artes.
“Al ser Cali una de las principales ciudades en Colombia, cuenta con un sistema de convocatorias bastante robusta; los creadores de Cali han sabido aprovechar esta situación para visibilizar cosas que no obedecen al entretenimiento y esto es realmente importante para preservarlos y fomentar este espíritu de los festivales en la ciudad”, indica Andrea Martínez.
Por esta razón, hay una serie de retos para continuar consolidando la danza como han sido “dignificar las danzas desde los profesionales que la practican, hasta los que las observan, derribando ciertas brechas en el medio artístico, ya que todas las expresiones tienen un gran valor”, indica Jasmín Valero Medina, licenciada en artes, bailarina de Danza Clásica. Directora de escuela Espíritu y arte.
Para Juan Pablo, director artístico de la Bienal los retos son muchos. “Primero detectar talentos jóvenes, poder apoyar y acompañarlos; colaborar con su formación integral consiguiendo becas e intercambios nacionales e internacionales. Segundo apoyar la investigación sobre danza en Colombia y también la creación de bolsas concursables que permitan que haya nuevas creaciones para diversos lenguajes, igualmente, la circulación para garantizar que el talento vallecaucano esté en los mejores escenarios nacionales e internacionales”.
“Este es uno de los momentos más interesantes para la danza en Colombia y en especial para Cali y el Valle del Cauca, no es gratuito que se haya inaugurado el primer Centro Coreográfico de Colombia en nuestra ciudad, en las antiguas bodegas de la Licorera. Hay mucho potencial y talento joven, se requiere un trabajo mancomunado con los sectores económicos para apalancar la imagen de Cali como distrito de la danza, en todos los ejes: creación, producción, investigación, circulación no solo desde la teoría sino también desde la práctica, tenemos todo el potencial para lograrlo”, finaliza López.
El teatro en el Caribe
La libertad de expresión en el teatro simboliza la entrega misma del talento en la puesta en escena de la obra o performance en desarrollo. A partir de la reflexión y la tolerancia se logran expresiones que exponen las problemáticas sociales, como lo sucedido en Barranquilla en el marco del paro nacional.
El colectivo Luneta 50 realizó una manifestación pacífica o más bien, según el director de la corporación cultural, Manuel Sánchez, “hicimos una ‘estación’ o ‘parada’ artística con personajes y música de nuestro trabajo ‘Supuna Jieyuu’ Camino de mujeres (Coro de sueños y a la abuela Wayúú), inspirado en la resistencia femenina. Lo realizamos en una de las esquinas de la carrera 54 con calle 59, junto a la Universidad Simón Bolívar. Lugar por donde pasaría la manifestación de los artistas y hacedores del Carnaval. Nuestra intención fue acompañar a los colegas artistas y a los jóvenes que venían expresando su indignación desde hacía tiempo. Darles un abrazo, una voz, un canto. Que sintieran que no estaban solos.”
El papel de este colectivo teatral en estos momentos tensos por los que atraviesa el país, es ser una voz que acompaña. “Para nosotros fue brindar compañía, hacer resonancia con su sentir, hacer presencia, ayudar a legitimar la voz de los que alzaban su voz. Poner nuestros cuerpos junto a los suyos”, puntualiza Manuel Sánchez.
Por su parte, el actor Ernesto Altamar desde Santa Marta, comenta que “hoy en día el teatro no solo se considera como una disciplina artística, sino que también es un medio de comunicación, incluso se ha llegado a catalogar como ‘una herramienta de transformación social’. Lo que hemos puesto en el escenario al final ha sido la calle, la vida misma, la inconformidad sobre nuestras situaciones sociales, la corrupción, la escasez de cosas tan sencillas como el agua potable en esta ciudad con tantas fuentes hídricas cercanas. Todo eso se vio manifestado en los performances que realizamos en el marco del paro, incluso desde antes, todo este movimiento no es nuevo, nosotros necesitamos expresar lo que la gente normalmente se calla”.
Los espectadores hacen parte fundamental de toda esta amalgama artística, pues son ellos quienes ven reflejadas sus intenciones en cada trabajo artístico sobre el escenario. Sin embargo, muchas personas no acceden a este tipo de actividades, bien sea por falta de interés, difusión o simplemente porque el enfoque cultural de las ciudades se dirige a otros sectores, como sucede en Barranquilla, según expresa Amalfi Delgado en Barranquilla: “yo nunca había visto una obra de teatro o uno de esos actos como los que han estado presentes en las marchas con estos muchachos. Aquí a uno siempre le ponen el carnaval, nada más. Pero al ver el talento de los muchachos, ver lo que ellos hacen desde el maquillaje, sus vestuarios y hablan nuestro mismo idioma, el de la libre expresión, me deja con muchas ganas de seguirles el paso, de ver sus obras. Me sentí muy identificada con ellos y con todo lo que dicen sobre nuestra realidad”.
La participación de colectivos artísticos y culturales dentro de la región es muy importante teniendo en cuenta que, por ejemplo, desde la academia existen dos facultades públicas de formación en teatro en Barranquilla, lo cual se ve reflejado en presentación de proyectos a nivel local, la organización de eventos regionales que contienen altos componentes de teatro nacional e internacional y por supuesto la participación ciudadana de manera activa.
De hecho, en Barranquilla se hace más teatro de lo que pareciera. Un numeroso grupo de colectivos de teatro y de títeres organizan los distintos escenarios de teatro al aire libre, que incluso han ido retomando actividades, después de las cuarentenas establecidas en el marco de la pandemia. El panorama esperanzador, si se quiere, lleva a pensar en un universo teatral más organizado que se potencializa a través de los estímulos económicos que estos colectivos reciben a través de portafolios distritales, departamentales y nacionales para el desarrollo de las actividades.
Así las cosas, el teatro viene a ser un método amplio de transformación no solo a nivel artístico, sino que pretende dar a conocer los puntos de vista de una población sobre las experiencias desde la ciudad y de esta manera interactuar con las experiencias sociales de la comunidad.
La música en Nariño
En la música se ven reflejados símbolos y valores, historias, costumbres y legados, pero también inconformidad del presente y anhelos del futuro. Como vehículo para la libertad de expresión, tiene un potente valor frente a su capacidad para impactar en otros, para cambiar pensamientos o reafirmarlos. Por eso Jorge Drexler le da tanta importancia: la música enseña, sueña, duele, cura.
Para entender lo que sucedió en Pasto hay que resaltar la capacidad de cohesión que genera la música en la colectividad. “El hecho musical tiene un importante valor que se deriva de su carácter de lenguaje y, con ello, de su capacidad para permitir la comunicación (...) La música constituye un hecho social innegable, presenta mil engranajes de carácter social, se inserta profundamente en la colectividad humana, (...) y crea, a su vez, nuevas relaciones entre los hombres”, así lo afirma el docente español Jaime Hormigos, en su análisis de cómo los sonidos crean identidades culturales, reivindicando su valor en las sociedades.
Ahora sí, una explosión artística se tomó las calles de Pasto, recorrió las avenidas, plazas y andenes. Se impregnó en las paredes, convocó en los parques y llenó el aire de ondas sonoras con música que evocaba la resistencia. Los acordes, armonías y notas fueron las encargadas de congregar en medio de la agitada situación social por la que atraviesa el país desde el mes de abril; Para hablar del sur, la música y el paro hay que regresarnos al 2019 cuando se gestó el movimiento Un Canto Por Nariño.
Esta fue una respuesta regional a la iniciativa acontecida en el recordado #8D, una jornada de movilizaciones que contó, además, con las presentaciones en vivo de varios artistas en un escenario móvil, en lo que sería #UnCantoXColombia. La propuesta local realizó actividades virtuales durante el año pasado y para el 2021, regresaron a las calles con la intención de aportar desde sus quehaceres y conocimientos a la movilización social.
De todas sus actividades hay que hablar ineludiblemente del Gran Ensamble Colectivo, un acto sin precedentes en la ciudad, que se realizó por iniciativa de Un Canto por Nariño y bajo la dirección de la músico y docente Adriana Benavides. Alrededor de 200 instrumentistas, entre cuerdas, vientos, metales, maderas y percusión, se encontraron para interpretar durante la mañana del 8 de mayo varios himnos del repertorio musical de este paro, acompañados por decenas de cantantes y una multitud de público espectador.
“La toma empezó con una idea de unirnos en una sola voz de protesta y de apoyo al paro nacional. Lancé la idea de hacer unas adaptaciones para que todo el mundo pudiera descargar unas partituras y que todo el que quisiera pudiera unirse a esta manifestación. Se hicieron de forma muy sencilla y se montaron en un Drive”, recuerda Adriana sobre esta actividad en la que contó con la ayuda y el conocimiento de varios artistas como Pablo Muñoz.
Este ensamble involucró grandes retos. Por una parte, las condiciones económicas para su realización pues aunque la actividad contó con el decidido apoyo de diferentes gremios y sindicatos, seguía siendo autogestionado; y por otra, relacionada a la seguridad y tranquilidad de los músicos que estuvieron en escena, así lo menciona Adriana: “previamente procuramos dar algún tipo de seguridad, en esos días todo se empezó a poner difícil con los militares y lo que hicimos fue tener una reunión con la institucionalidad buscando garantías para la toma cultural.”
“El Pueblo Unido de Quilapayún”, la interpretación colombiana de “Bella ciao” de la Resistencia partisana italiana, “El Aguante” de Calle 13, y dos canciones locales: una adaptación de “La Guaneña” realizada por Hernán Coral de Raíces Andinas y “Pueblo” Arriba de Bambarabanda, fueron los temas escogidos para hacer vibrar el Parque de Rumipamba, apodado ahora como el Parque de la resistencia.
Sobre ese día, Juan Pablo Luna, músico de la ciudad, comenta que: “me sentí esperanzado, porque cuando uno siente esa masa sonora, el corazón se le sincroniza a uno con el beat de lo que sea que estábamos tocando, eso provoca esperanza, da la sensación de unión (…) de comunidad.” Juan asistió con su guitarra, y aunque sabía que el sonido de su instrumento se iba a perder en lo que él llamó la masa sonora, fue simbólico asistir debido al impacto que generó la actividad: una congregación ciudadana en torno a la música.
Héctor Guevara es laboratorista clínico, quien estuvo entre la multitud de espectadores, recuerda el ensamble como una manifestación que hace “ruido” para que la población sea escuchada: “a través de la cultura, el arte y la música, se están filtrando muchas ideas de liberación y eso es lo que definitivamente molesta a la clase gobernante, porque está mandando un mensaje a toda la gente, a la masa. La verdad ha sido un eje fundamental para que la mayoría de artistas, con sus expresiones, se manifiesten. Así fue el 8 de mayo en el parque de Rumipamba:música, instrumentos, pintura, teatreros ¡Eso fue algo mágico! Fue algo de fluir y de filtrar ideas, nuevas ideas de la gente”.
De este día quedarán los recuerdos, relatos y memorias de cómo la música, inherente en la identidad de los nariñenses, fue el lenguaje para manifestar no sólo la inconformidad, sino las nuevas propuestas de vida que se iban tejiendo entre canción y canción.
Para la ciudad estos espacios en torno a la música son de gran impacto, ya que posibilitan escenarios donde todos se sienten incluidos: con sus posturas y pensamientos, con conocimiento o no de los acordes y armonías, son escenarios de convergencia tal como ocurrió con el Gran Ensamble Colectivo, las personas se reunieron entorno a un bien común que sería expresado por medio de los instrumentos que sonaban al unísono.
Su capacidad para acoger a todos los que miran hacia un objetivo común y que coinciden en un mecanismo de manifestación es el gran valor de la música en momentos como estos, así lo confirma Adriana: “son acciones que a la gente le gustan, que dicen ‘esto si es bonito, esta manera de protestar si me gusta’, encontramos muy buenos comentarios alrededor de lo que hicimos, fue una respuesta positiva”.
En los últimos años el sector musical se ha fortalecido, no solo en términos de producción y calidad sino también en organización y representación, pero el trabajo para el sector aún es arduo, tras la pandemia la reactivación en términos económicos ha sido lenta, con escaso apoyo por parte de la institucionalidad y con muchas restricciones debido a la emergencia sanitaria.
Sobre el futuro del sector, Adriana concluye que: “no hay reactivación real hasta el momento, menos de manera económica, digamos que gracias a las tomas culturales se reactivó la gente para tocar, proponer, crear canciones nuevas a propósito del acontecer social, pero todo esto sin ningún apoyo económico, simplemente por convicción. La creatividad no ha parado, incluso se ha fortalecido porque han nacido nuevas propuestas que surgieron en la pandemia o en el paro, realmente lo que no se ha reactivado es el apoyo económico al arte y a la cultura, esa parte está realmente aislada.”