Lina Meruane presenta 'Avidez', su nuevo libro
Detengámonos en la «avidez», la nuestra y la de otros. La de todos. El deseo, la ansiedad, la ambición, la codicia. Lina Meruane nos expone a los sentidos materiales y metafóricos de esta palabra a través de una multitud de madres e hijas insaciables, de hermanas incisivas, de amigas y amantes afiladas así como de hombres salvajes y animales cuya hambre alimenta el amor y el odio, la miseria y el castigo, el resentimiento, el perdón.
Un universo obsesivo por el que discurren objetos que cobran vida, cuerpos que la pierden, que se mutilan y se desgajan. Leer estos cuentos punzantes de Lina Meruane detona, como en cada uno de sus libros, una inolvidable avidez lectora.
En Radiónica hablamos con ella:
El término avidez es deseo; avidez es codicia; avidez es ambición; avidez es aceleración. Avidez también puede ser precipitación, búsqueda, pérdida, o desahogo, ansiedad, afán y un hambre desesperada. Para Lina Meruane, avidez es…
… un profundo estado de insaciabilidad.
Un primer acercamiento a Avidez hace muy palpable la vocación de coherencia interna del libro, de sutilidad en su estructura; los cuentos entrelazados en una caja de resonancia. ¿Cuál ha sido su labor en este sentido formal, de orden, de espejar cada cuento entre sí hasta hallar el concepto que los sobrevuela?
Para mi sorpresa, estos cuentos escritos de manera autónoma a lo largo de casi treinta años tenían la avidez en común, una avidez que como señalas aparece en sus múltiples sentidos y formas. Por más que hay algo de variación estilística, estos relatos conforman un universo. Entonces, lo que hice fue ordenarlos siguiendo la edad de sus protagonistas (no el orden cronológico de su escritura), desde las más niñas a las más adultas, y los retoqué para reforzar esa unidad que ya existía.
Avidez es una cartografía de mujeres en sus personajes, en ocasiones perfiladas en soledad, a veces dibujadas dentro de un linaje. ¿Qué se podría concluir de esta mirada colectiva de todas ellas?
Quien lea estos cuentos llegará a sus propias conclusiones, pero yo, como lectora algo distanciada de mis propios relatos, me quedo con la impresión de que el libro está habitado por mujeres de subjetividades extremas a la vez que distintas, que multiplican a la vez que desafían ideas convencionales de lo femenino.
Animismo de los objetos o el arte de dotar a los objetos de cierta representatividad que los hace vivos a nuestros ojos. Es una constante en el libro que seduce e hipnotiza a partes iguales. Algo que refuerza y vehicula su solidez. Háblanos de pelos, agujas y bolsas para empezar. Acabe donde quiera.
Esta es una pregunta dificilísima: hasta que no pasó por los ojos de mi editor, Juan Casamayor, no me daba cuenta de que yo estaba tan obsesionada con estos objetos ni de cuán dotados de vida están las bolsas, las botellas, o el pelo corporal y los dientes, las uñas afiladas y objetos cortopunzantes, y los huevos de las tortugas, por mencionar algunos. Por qué regresan a mi escritura dichos objetos es un misterio que deberé llevar al diván del psicoanalista.
¿Háblanos de la violencia en sí o de la evidencia de la violencia y el papel que juega en tu libro? En este contexto el libro dialoga con otras voces latinoamericanas. ¿Qué vínculos podría decirse que mantiene Avidez en la geografía literaria actual donde el concepto violencia es parte de análisis, reflexión y también denuncia?
Este es un tema muy vivo en nuestras sociedades, la violencia contra las mujeres y las niñas y contra la gente más vulnerable, pero algo que se explora menos es la violencia de la que son capaces precisamente las personas más vulneradas. Alguna vez se me ha criticado por poner en página la violencia que las propias mujeres ejercen sobre otras, pero la violencia, asociada a la masculinidad tóxica, no es solo ejercida por los hombres. Y no solo es ejercida por adultos. La violencia nos atraviesa y aparece incluso en relación con el deseo y el placer y el amor. Entonces, este es un libro que explora una multiplicidad de escenas de violencia y vulnerabilidad pero no es un libro de denuncia ni un manual de buena convivencia sino una intensa exploración de la violencia en su íntima relación con la avidez.