"Geografía de la oscuridad", el nuevo libro de la escritora peruana Katya Adaui
Salvados por sus hijos, náufragos de sus padres, los protagonistas de estos cuentos se zambullen en las profundidades de los vínculos esenciales. Las casas, el mar, el campo son encierro y escape; el espacio donde las generaciones se alimentan, sueñan, procrean.
Con trazo lírico, despojado e irónico, la escritora peruana Katya Adaui ensaya su teoría de la paternidad en Geografía de la Oscuridad, su nuevo libro. Un mapa opaco en el que los seres humanos rastrean con fuerza e inteligencia cómo sobrevivir a la crianza; pudorosos ante lo íntimo, apaciguados con los parecidos, enervados por lo familiar, esquivan los golpes, afrontan los abandonos y buscan cualquier prueba de ternura y felicidad para redimirlos. En esta historia son los hijos y las hijas quienes conocen la verdad de ese disfraz al que llamamos padre.
Katya Adaui es autora de los libros de cuentos Aquí hay icebergs y Algo se nos ha escapado, y de la novela Nunca sabré lo que entiendo. Sus relatos integran más de veinte antologías en el Perú y el extranjero y han sido traducidos al inglés y al italiano. Vive en Buenos Aires y dicta talleres de escritura.
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Su nueva publicación ha sido reconocida por varios autores y sobre ella se han escrito favorables críticas: «Un libro atrevido y emocionante. Ráfagas en una sucesión de fogonazos que iluminan las grietas de la vida familiar», José Ovejero; «Adaui explora las aristas familiares con ternura, rabia, compasión y la poesía por bandera. Una maestra de lo indecible», Almudena Sánchez; «Recorrer Geografía de la oscuridad es asaltar la elipsis del padre, es encontrarlo en su propio lenguaje: hermético, hierático, tan a menudo violentado por emociones sin nombre. Adaui no solo domina las palabras sino el espacio cuántico entre ellas. Sus historias pueden partirte en dos. O dejarte el corazón lleno de dudas. Lo mejor que le ha pasado al cuento peruano desde Ribeyro y Pilar Dughi», dijo Gabriela Wiener.
En Radiónica conversamos con Katya Adaui para conocer más de este lanzamiento.
Escribe Andrés Neuman que somos verdaderamente hijos cuando empezamos a cuidar de nuestros padres. ¿Y dónde nos sitúa escribir sobre nuestros padres?
Durante los primeros años de nuestra vida, escuchamos un relato unilateral: nuestros padres son los narradores, los dueños del punto de vista, de la memoria, del recuento. Ocupan el lugar de Dios. Crean nuestro “léxico familiar”, nos lanzan a él, por un tiempo largo, el mundo es como lo abrieron o delimitaron para nosotros, y nos amparamos en esa instancia temblorosa, dubitativa. Crecer y escribir sobre ellos es reorganizar ese pasado, el relato acerca de nosotros mismos.
Geografía de la oscuridad explora el naufragio o la tabla de salvación que pueden ser las relaciones paternofiliales y desde este punto de vista surge como primera impresión que podemos estar esculpiendo episodios biográficos. ¿Profundizamos en la escritura y la ficción en su propuesta?
La escritura encuentra sedimento en la propia vida, no huyo de eso, ni le tengo miedo ni fe. Los recursos autobiográficos también dan cuenta de una época, de un contexto, de una contemporaneidad. Ficcionamos desde un dique roto, yo llego a la escritura por rebalse, por fuerza acumulativa. No solo desde lo que he vivido, sino desde lo que leo. A un texto no le pido la verdad, sino una idea de verdad.
Una primera conclusión que podemos extraer de su lectura es que desvelar o descubrir a nuestros padres puede llevarnos a un territorio no deseado o un territorio que somos nosotros mismos. ¿Esa exploración es pretendida en tu libro?
Escribí este libro pensando que, no importa qué edad tengas, seguimos buscando la mirada aprobatoria o reprobatoria de los padres. Incluso si están muertos. Apnea, arqueología, exploración alrededor de un misterio. Escribir, adentrarnos, mirar y hacernos cargo. Cuando escribo me dedico a asociar, a relacionar las cosas, ¿dónde he visto esto antes?, ¿qué aprendí con eso? Un recuerdo atrayendo un conocimiento, un conocimiento convocando a otro y también a lo que no sé, a lo que permanece velado, incluso para mí misma.
Una de las características del libro es el uso de la ironía que, contrariamente a un distanciamiento humorístico o crítico, nos introduce en la esencialidad de tus cuentos. Háblanos de este recurso.
La ironía como una risa entre dos silencios. Me encanta en la vida real y cuando la encuentro en la literatura la celebro y la disfruto. Busco crear personajes inteligentes, aunque algunos estén desadaptados, desencajados o a merced de otros, que puedan reír o hacer reír, darles cierta capacidad de condolerse y de consolarse.
Hijos, hijas, padres… y el lenguaje. Tenazmente poético, incluso lírico, cortante y lúdico, se nos revela como protagonista en su elección de la palabra exacta o en la construcción que representa lo azaroso de este tipo de relaciones. ¿Cómo trabajaste el lenguaje en estos cuentos que suponen una evidente marca diferencial de tus anteriores libros?
No soy una persona musical, a mi pesar. Adoro la música, pero carezco de voz para cantar o de ritmo para tocar un instrumento. Cuando era catequista alguna vez me permitieron tocar el triángulo en la misa y me significó un esfuerzo terrible. Pero en la escritura el ritmo surge de mí desde un lugar secreto, lo pruebo, lo calibro, lo persigo. Lo aquerencio. Y porque me es así, lo dejo libre. Me interesa muchísimo la temperatura de un texto, eso es el lenguaje: aventurarme a las palabras con asombro, entregarme a la puntuación caprichosa, confiando en que irá al lugar buscado. Ese lugar buscado para mí es la elipsis. Ser musical cuando escribo debe provenir de haber leído mucho en voz alta de chica.