Festival Cordillera: la fuerza del poder latino
Entrar a un festival es como entrar a una burbuja mística en la que no existe el tiempo ni el espacio. Por varias horas, uno queda atrapado en un frenesí de música, baile, cantos y felicidad que nubla cualquier problema y nos pone en el presente de una forma hermosa. Quienes vivieron el primer día del Festival Cordillera, sienten toda esa energía y toda esa fuerza sonora que nos regaló por una nómina de artistas entregada a su público y a su oficio.
A pesar de las nubes negras que se alzaron sobre el Parque Simón Bolívar, la gente llegó desde temprano para entregarse a esta experiencia que juntó el pasado y el presente de la música de la región. Andando por el complejo de cuatro escenarios, uno se encontraba con personas que vieron a grupos como Molotov, Babasónicos, Los Fabulosos Cadillacs en los 90 y ahora volvieron para reencontrarse con esa euforia que le da sentido a la vida; y a la par estaba la nueva generación con todos sus colores, discendias y luchas mostrando la pasión que la caracteriza y también entregando la piel en cada presentación.
El lugar estaba bien distribuído en general cada escenario, que llevaba el nombre de las montañas más emblemáticas de Sudamérica: Aconcagua, Cotopaxi, Cucuy y el Bosque Eléctrico, se podía estar cómodo y escuchar bien.
Fue muy grato ver a Briela Ojeda abrir el festival frente a un público numeroso y conmovido con su voz y su show en el que tuvo como invitados a Delfina Dib y a N.Hardem. Al tiempo Duplat junto con su piano y su orquesta encendía el escenario y mostraba la fuerza del pop colobmiano.
Poco a poco se iba llegando el lugar y poco a poco se iba prendiendo el buen ánimo. Perchas increíbles, rostros con lentejuelas, chaquetas llenas de parches, fueron adornando el lugar que muy temprano tuvo su primer momento histórico, la última presentación final de Totó La Momposina, que de forma muy emotiva se despidió del público que la acompañó durante tantas décadas y al cual le enseñó la belleza de la música del Caribe colombiano, pero esta no solo fue una despedida, fue ver como esta maestra le dio el legado cultural de la costa caribeña a una nueva generación.
Al tiempo, los cinefiles y gitanos bailaban la música unza unza balcánica de Emir Kusturica & The No Smoking Orchestra, el carismático grupo liderado por el director serbio que con una sonrisa y muchos chistes puso a bailar a la gente. Luego llegó uno de los momentos más frenéticos de este primer día, la presentación de Molotov.
Las personas corrían mientras sonaban los primeros acordes de los rockeros mexicanos que en pocos segundos no solo llenaron el escenario principal sino que hicieron que la tierra tiemble. Molotov como siempre se presentó desafiante, irónico y muy divertido pero algo interesante es que la nueva canción de esta banda, "Quiten el trap", es una mordaz crítica al reggaetón, pero al tiempo, en el Bosque, entre los árboles y la niebla, la Dj Rosa Pistola encendía la pista a punto de reggaetón, guaracha, merengue y otros sonidos que ofenderían a más de un rockerillo.
Al principio unos pocos tímidos bailaban con las mezclas de esta colombiana radicada en México, pero de a poco se llenó la pista y se prendió el perreo, lo cual sin duda es una muestra de disidencia y rebeldía que a la par muestró que convivir en posible y las diferencias son solo inventos inútiles de unos cuanton fósiles atrapados en el pasado, porque cada uno puedo gozar a su manera.
Y alguien que sabe gozar muy bien a su manera es Silverio, que luego de Rosa Pistolo, armó el desmadre que lo caracteriza. Insultos, nalgas, escupitajos y el prendido sonido electro, industrial y hasta con un par de canciones reggaetoneras de este méxicano, generaron uno de los momentos más intensos de la noche.
Para bajar la intensidad y cubrir el parque con un aura amorosa y nostálgica, Mon Laferte dio un presentación que tocó muchas fibras. De forma muy conmovedora, la chilena entregó su cariño y su voz a un público muy emocionado que no solo la vio cantar, sino llorar y hasta lanzarse a las primeras filas para ser cargada por su fanaticada.
En el segundo escenario, Babasónicos, quien junto a Los Auténticos Decadentes y los uruguayos de No te va a gustar, mostraron toda la fuerza del Río de la Plata y su sonido que ha influenciado a tantas generaciones, el cual no se agota y todavía tiene mucho para ofrecer.
Por el lado colombiano, LosPetitFellas llenaron su escenario y dieron un espectáculo en el que incluyeron una big band que le dio una nueva capa a sus canciones, las cuales, como siempre, fueron coreadas por la fiel fanaticada de esta banda bogotana, que fue seguida por un clásico del reggae, The Wailers, que hicieron vibrar a la gente que cantó con lágrimas en los ojos las canciones inmortales que está banda una vez interpretó junto a Bob Marley.
En el escenario principal, Caifanes abrazó con su sombrío y sublime canto. En el escenario, Saúl Hérnadez se mostró conmovido y entregado, siempre regalando su poética filosofía y dejando cada gota de su energía. Lastimosamente, al igual que en Molotov, hubo problemas de sonido, la voz se perdía y la ecualización no estaba del todo bien hecha, la batería a veces se tragaba el resto de los instrumentos y en momentos los virtuosos solos de Rodrigo Baills no eran del todo claros. Pero a pesar de eso fue un show muy cálido, en el que la banda tocó sus canciones más festivaleras las cuales dejaron un sentido de bienestar en el público.
El gran final estuvo a cargo de Los Fabulosos Cadillacs, que tocaron frente a un mar de carne humana, sudada, cansada pero arrodillada ante el colosal sonido de este grupo argentino. Pero a pesar de la enérgica música y la ejecución impecable de cada canción, el grupo no estaba del todo conectado. Vicentico cantó muy bien, pero muy parco, como si estuviera aburrido y obligado. Aún así el parque tembló al ver a este grupo clásico, incluso a la salida, una cansada pero alegre procesión iba cantando “Vasos Vacíos”, mientras salía de esta burbuja y volvía al caos de Bogotá.
En general este fue un día muy grato, cómodo y lleno de buena energía. Los escenarios estuvieron llenos, los pies quedaron cansados, las gargantas resecas y las almas contentas. La Cordillera unió todas sus latitudes, todos sus sonidos y sus temporalidades. De la misma forma en la que se mueven las placas tectónicas, se movieron los corazones de los asistentes a este gran encuentro dedicado al gozo.
Este día fue una muestra del poder latino, de las luchas que nos unen, de los sonidos que nos conectan y hacen que nuestra sangre fluya como una gran río de esperanza, resistencia, tristeza y creatividad. Sin duda este fue un recordatorio de todo lo bueno que tiene la vida y de la enorme bendición que es ser de Latinoamérica.