"Parar ver la luz hay que ver las tinieblas", Andrés Ramírez director de 'La Jauría'
En medio de la selva, el calor y la soledad, Eliú intenta pagar su condena. La cual no solo carga luego de haber asesinado a un hombre, sino que es algo que lo atormenta desde que nació. El odio y la violencia se sienten en la mirada de este joven roto, criado entre la rabia y abuso que en este centro de rehabilitación especial, intenta soltar la oscuridad de su interior.
Los días pasan lentos en este lugar congelado en el tiempo. Junto con otros reclusos trabaja para arreglar este deteriorado espacio mientras Álvaro, el líder y encargado de estos jóvenes, a través de ejercicios de meditación, sesiones de terapia y trabajo físico, intenta mostrarles que en la vida hay otro camino.
Pero nada es tan fácil, Álvaro arrastra varios demonios y junto a él, ejerciendo control sobre este centro de rehabilitación también está Godoy, un tipo violento que es el guardián y capataz de estos jóvenes. Que no cree en su proceso de reinserción y que lo legal y lo ilegal no le importan mucho siempre y cuando pueda sacar provecho.
A pesar de las precarias condiciones en las que vive y el aislamiento de sus días, Eliú parece tranquilo con su situación. Su proceso avanza y este silencioso personaje se adapta a su presente. Hasta que El Mono, su ex mejor amigo y cómplice, también es trasladado al centro de rehabilitación.
Esta llegada despierta viejos demonios y lo pone es una situación muy tensa que termina generando presión en todos los personajes y desatando el caos.
Dirigida por Andrés Ramírez Pulido, La Jauría es una película que nos mantiene en una constante tensión. Entre el encierro de las selvas de Tolima y la volátil relación de los protagonistas, esta película premiada en Cannes nos da una mirada novedosa a la violencia que permea nuestra historia. La cual no solo pasa por el deterioro social, la sombra del narcotráfico, que de forma muy sutil sigue controlado varios aspectos de la vida en el país, y la desigualdad, sino que va más profundo, a la psiquis colectiva de Colombia y a esas heridas generacionales que no se curan.
El abandono, el conflicto con el padre, la imposibilidad de soltar, el escape a través de la ira y el vicio, son temas que estos personajes encarnan y que de alguna forma se presentan como un reflejo para el espectador. Pero en el fondo también existe la luz, la redención y el amor como forma de vencer esa fría sombra.
Andrés cuenta que esta historia nació luego de que descubriera estos centros cercanos a Ibagué donde entre lo rural y lo urbano algunos jóvenes pagan penas por delitos menores o están en rehabilitación por consumo de sustancias psicoactivas. Esto lo motivó a empezar a trabajar con estas comunidades dando talleres de cine y arte y entre este encuentro e intercambio de saberes se gestó La Jauría.
Hablamos con el director para conocer más detalles de su ópera prima, su trabajo y sus posiciones frente al arte.
La Jauría está hecha con actores naturales, ¿cómo fue el proceso de buscar a estos jóvenes y trabajar con ellos?
Ha sido un proceso que va más allá de la película porque cuando empecé a estudiar cine, mi interés era, o una de mis grandes preguntas era, cómo dirigir actores. Desde que entré a la carrera de cine yo puse actuar a mi papá, al niño del barrio, a la mamá de un amigo, orgánicamente me fui hacia el no actor.
Durante los cortos intenté de manera muy orgánica y muy intuitiva, probar cosas y me di cuenta que la etapa del casting era muy importante. No importaba si se demoraba ir a buscar a la gente a la calle, y lo que pasó con La Jauría era que mientras iba buscando chicos, debía irme sobre lo no esperado, alejarme un poco del imaginario colectivo de chico, adolescente, marginal y de más, sino dije: "tiene que tener un sabor diferente y una complejidad también".
Cuando empecé a conocer chicos como Johan (Eliú), o Michael, el que hace del mono, fue como wow, fue decir esos chicos tienen algo especial y distinto a los demás, y digamos Johan lo que tenía era un relación con la violencia o cone estos conflictos diferente a los demás chicos, como que todo eso está es implícito en su naturaleza, como dentro de él y lo que expresa su mirada, su silencio.
Esta película tuvo un proceso de investigación muy largo, de ir al territorio, de compartir con los actores, ¿por qué resultó una ficción y no un documental?
Yo pienso que todo el cine es ficción, todo es una mentira o es el punto de vista de alguien sobre la vida y realmente en mi acercamiento, me siento más cómodo y sincero desde la ficción. He hecho documentales pero al final ese bache entre el documental y la ficción es un pacto entre el espectador y la obra. Si te dicen esto es documental, cuando te sientas a ver piensas que todo es verdad y viceversa. Pero para mi todo el cine es ficción y prefiero asumirlo y jugar desde la ficción y creo que es más libre.
Dos de las cosas que llaman la atención de La Jauría es que ese centro de rehabilitación puede estar en cualquier lugar. El espectador está como atrapado en una burbuja temporal que además se complementa con un trabajo muy detallado del sonido. Háblenos un poco de estos elementos.
Hay mucha intencionalidad en decir no queremos ubicar la película geográficamente ni siquiera temporalmente, desde el arte y otros elementos hacemos un coqueteo con la modernidad, pero hay carros antiguos de los 80, 70, 50 y quería jugar con esa ambivalencia porque creo que desde la ficción, desde la fábula, podría abordar ciertos temas que tienen un gran eco con nuestra actualidad social política, pero que no ponían el dedo en la llaga y señalando al otro sino más bien diciendo: "ok esto es un cuento, es una ficción y podemos ver la escala de grises humana reflejada aquí".
Era muy importante para mi ese juego y obviamente hay un gran fuera de campo sonoro y visual en la película y ahí es donde el sonido juega un papel muy importante, porque viene desde un trabajo muy orgánico y natural y es que cuando tu vas a todo el valle del Magdalena, te sientes absorbido por esa vegetación tropical que no es selva, pero es una banda sonora donde la chicaras y el ambiente natural te absorben.
Algo bonito que me gustaba era también que podías ver a estos chicos, que en el cine colombiano los hemos representado muy desde la calle, la ciudad, la periferia y verlos fuera de ello te hace verlo de tú a tú, más de su humanidad, no con estas barreras sociales que nos hemos creado.
Hay un tema que trata esta película y que ha tratado mucho el cine colombiano y es la juventud perdida, ¿cómo abordó esta temática?
Es un gran tema y creo que el cine colombiano también ha ido muchas veces allí o está tratando de reflexionar sobre la juventud y la adolescencia, para mi era muy importante por un lado hacer un retrato de una juventud que me encontrado en donde se ven los rastros de la violencia de generaciones anteriores y unas herencias de la que le es difícil salir, tanto a niveles de contextos más grandes sociales y políticos, pero también desde lo personal, de cómo nos marcan los padres, su amor, pero quizás lo contrario, su abandono, su violencia y cómo no nos podemos desprender de ellas, entonces lo que quería era abordar una generación de chicos donde se vieran los rastros de esa generación anterior y cómo los ciclos, de manera inconsciente se empiezan a repetir y es muy difícil salir de estos.
Quería que la película aún retratando toda este panorama oscuro y denso, saliera a la luz, encontrará una luz y para mi era muy importante eso de parar ver la luz hay que ver las tinieblas y la película orgánicamente también encuentra esa salida y esa redención del personaje y que para mí era una carta de amor a estos chicos.
Aquí también está el tema del panóptico y la reinserción enmarcado en dos personajes muy opuestos, uno que busca ayudar a estos jóvenes de una forma distinta y otro que cree en la fuerza.
En un momento vi dos maneras de enfrentar la violencia y sobre todo de enfrentar a esas nuevas generaciones donde vemos los rastros de la violencia y la humanidad implícitas, y que no sabemos qué hacer con ellas como sociedad. En una mano está Godoy, este personaje que es a la maldita sea, es mano dura, es el castigo, todos nacimos así y vamos a morir así y no hay cambio. Y por otro está Álvaro que era más consciente de sus partes grises y que ha intentado desprenderse de ellas desde su juventud pero al no cerrar ciclos ni sanar cosas, se le vienen en un momento y termina haciendo todo lo contrario. Yo lo que quería era crear un tercer camino de abordar esa violencia que está encarnado en esa capa más espiritual, más intangible que es reconciliarnos en la parte más oscura de nosotros para encontrar algo de luz, pero es una luz que excede la voluntad humana y viene quizás de un toque celestial, un toque de gracia.
Esta también es una película que invita a la sanación, y en el momento de cambio que está viviendo el país, el poder sanar es muy importante de cara al futuro ¿Qué papel cree que juega el cine en este proceso?
Hay algo que en el camino de realización y de pensamiento es que el arte es un espacio de reflexión y pensamiento pero también de conexión con algo que excede al humano y es un puente entre lo visible lo invisible, entre lo que somos ahora y lo que quisiéramos llegar a ser. Pienso que el arte es una puerta para eso, para pensarnos, para encontrar algo más allá de lo que estamos intentando resolver desde otras áreas que están más corroídas, como lo político, desde lo económico desde ciertos sistemas que se nos han vuelto en nuestra contra como humanos, y pues yo he encontrando en la fe y en el arte ese camino alternativo y solo tengo que hablar de ello o tratar de plasmarlo en lo que hago.