'Memoria': una conexión con el infinito
¿Alguna vez han escuchado un sonido que no reconocen? Un ¡tun! que se siente en el fondo del cerebro. Una especie de estruendo que los atormenta, que no saben de dónde viene o qué es?, ¿una máquina?, ¿un objeto cayendo?,¿una superficie golpeada por algún cuerpo extraño? Y que suena una y otra vez sin una explicación, no los deja dormir, pensar, los obsesiona, los obliga a preguntarse, ¿qué es este sonido?, ¿por qué lo escucho?, ¿he perdido la cordura?
De eso se trata Memoria (2021) del director tailandes Apichatpong Weerasethakul, de la búsqueda de un sonido incomprensible y cómo eso nos conduce a una conexión con cosas más profundas, tan profundas como el origen de la vida.
En esta película producida por Diana Bustamante, Jessica (Tilda Swinton), una mujer británica que vive en Medellín y está en el negocio de las flores, se levanta una madrugada escuchando un sonido que ella describe como una especie de rugido que viene del centro de la tierra. De esa misma tierra donde se forma el lodo del que todos venimos, donde están enterrados los restos de miles de personas que nunca volvieron a sus hogares y en donde terminaremos cada uno de los seres que pisamos este mundo.
Y precisamente esa búsqueda por encontrar la raíz de ese golpeteo constante, la lleva por un viaje en el que recorre tres mundos distintos conectados por la misma esencia humana.
Apichatpong Weerasethakul, suele dividir sus películas en dos. En la primera parte de Memoria, nos sumergimos en ese mundo urbano, inclemente, agresivo, frío y a la vez hermoso encarnado en Bogotá, ciudad a la que Jessica llega para visitar a su hermana Karen que está hospitalizada por una rara enfermedad respiratoria; la cual es retratada de forma magnífica por Weerasethakul, quien logra una postal muy honesta de la capital.
Sus largas avenidas como la séptima, su inclemente lluvia, su eterno contraste entre luz y sombra, su atrapante caos, sus andenes desordenados y su paisaje lleno de contradicciones, acompañan a Jessica como un personaje más. Ella se sumerge entre el movimiento y ruido de la ciudad intentando encontrar la raíz de este sonido que golpea constantemente su ser.
La noche, el tráfico, la gente, los perros y sobre todo, el ruido de Bogotá, nos atrapan en este introspectivo y misterioso recorrido. Apichatpong Weerasethakul logra que seamos una especie de espectadores voyeristas, que miramos con cierto morbo a esta mujer confundida, que no duerme bien, que no sabe qué le pasa y que vaga sin rumbo con los tentáculos de cemento de este ser extraño y lleno de espejismos llamado Bogotá.
En sus andares, Jessica conoce a Agnes, una antropóloga forense que está analizando unos restos humanos muy antiguos, quien la invita a la excavación. La segunda parte de Memoria nos lleva al hermoso paisaje de Pijao, Quindío, a los dominios de la naturaleza, donde el estruendo de la ciudad es reemplazado por el canto de las aves, la luz, los colores brillantes y una sensación de calma se toman la pantalla, a la vez que aparece cierta energía mística.
Allí Jessica se reencuentra con Hernán (Elkin Díaz), un ingeniero de sonido a quien conoció joven en Bogotá, pero en Pijao es un hombre maduro, una especie de Funes el memorioso, que hace lo menos posible porque es capaz de recordarlo todo. Pero en este caso puede incluso adentrarse en los recuerdos de las piedras, del río, de los monos. Tiene la habilidad de explorar la memoria colectiva del mundo, las conexiones místicas que nos unen con el todo y tiene la respuesta al sonido que atormenta a Jessica. Pero no se la da, sino que le enseña a escuchar estos susurros de otras épocas.
Y en la mitad, uniendo estos dos espacios físicos y temporales, está la obra del túnel de La Línea, este socavón que parece que nunca se terminará, en donde están los restos antiguos que Agnes estudia y que Jessica observa. Lo cual es interesante porque las visitas a las cuevas son una constante en la obra de Weerasethakul.
“Amo las cuevas e ir muy profundo en la tierra, para tomar conciencia de que somos capas y capas de huesos”, dice con su serena y gentil voz el director, quien agrega: “es algo que nos hace conscientes de esta transformación y de la raíz de la violencia de la que no somos conscientes, por eso peleamos entre nosotros, pero somos parte de una misma familia”.
Memoria es una invitación a crear un diálogo con el entorno y sus ruidos. Con los espacios y sus complejidades y con las voces pasadas que nos han traído hasta aquí. Tal vez por eso una de las cosas más atrapantes de esta película es su relación con el conflicto armado. Un conflicto que incluso por períodos ha intentado ser borrado de la memoria colectiva, re nombrado, re definido o incluso ignorado. Debido a esto, hemos creado burbujas en donde habitamos sin ver ni oír los rugidos de la violencia que nos acompañan desde nuestro nacimiento.
Apichatpong Weerasethakul es un extranjero que a través de Jessica se interna lo que más puede en esta complejidad y con sus ojos foráneos nos muestra algo que sabemos, pero que no decimos en voz alta. Que tras varias capas de relativa calma se esconden en el miedo y el duelo.
La guerra está sin estar y en la película eso se manifiesta en pequeños momentos, como un hombre que se lanza al piso cuando confunde el sonido de un tubo de escape con un disparo, o cuando Jessica viaja a Pijao y pasa por un retén militar lleno de soldados obligados a tener sus pulgares hacia arriba, cuando bien sabemos que en Colombia los pulgares siempre apuntan hacia abajo.
Memoria, como su nombre lo indica, invita a tomar conciencia de la memoria, a escuchar lo que los huesos enterrados, pero no olvidados tienen que decir, a conectarnos con lo que nos ancla a la tierra y lo que nos une como humanos.
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Antes del estreno oficial de la película ,hablamos con Apichatpong Weerasethakul, durante su paso por Bogotá, disfruten de esta entrevista.