‘La Noche de la Bestia’: una oda a la amistad y al metal
Bogotá es una ciudad muy metalera. Se siente en cada esquina. En el golpeteo de las máquinas que rompen el pavimento, en sus frías noches oscuras, en su rudeza perpetua, en su acelerado ritmo y en las criaturas que vagan por las sombras en busca de cerveza, ruido y peligro. La capital es un cúmulo de distorsión, de furia y eso la convierte en un escenario perfecto para una película metalera.
El director de cine Mauricio Leiva Cock, sabe muy bien esto. Él pasó sus años de adolescente recorriendo los agrietados y sórdidos andenes de Bogotá, y si bien nunca fue muy metalero, sus amigos sí lo eran. Y junto a ellos fue descubriendo el pulso de una ciudad hermosamente hostil que siempre está cambiando. Las largas horas que pasó caminando por las calles, comiendo almojabanas en las panaderías, descubriendo música en la 19, siendo atracado en los rieles del tren, forjaron la historia de La Noche de la Bestia (2020), su ópera prima que desde el 14 de octubre se proyectará en las salas de Cine Colombia.
Este largometraje nos muestra la capital desde los ojos de Chucky (Esteban Galindo Carbonell) y Vargas (Daniel Esteban Reyes Espinosa), dos jóvenes que están a punto de cumplir uno de sus mayores sueños metaleros: ver a Iron Maiden. Durante todo el 28 de febrero de 2008, estos amigos deciden escaparse del colegio para recorrer las calles a la espera de la gran noche. Y poco a poco se va revelando la compleja vida de ambos personajes.
Padres que ya no están, crisis económicas, timidez, tristeza, nostalgia, miedo, frustración y lealtad, atraviesan el día de estos amigos cuya camaradería se pone a prueba cuando unos ladrones les quitan sus boletas.
“Más que un tributo al metal, es un tributo a la amistad”, dice Mauricio, quien cuenta que el origen de La Noche de la Bestia, está en el estigma que históricamente ha vivido la cultura metalera.
“Es una tribu urbana pintada por los medios con una luz muy negativa, pero en realidad, es un movimiento muy positivo para la ciudad”, dice Leiva, quien agrega: “siempre me llamó la atención esa dualidad de que es gente super buena onda, pero que se les generó una imagen del metalero satánico y esas cosas, cuando muchos de mis amigos eran lo opuesto a esa representación”.
A lo largo de los 75 minutos de esta película, los personajes encarnan muy bien dos arquetipos que habitan en todo metalero. Por un lado Chucky, quien es tímido, introvertido y algo torpe, y muestra el lado más juguetón del metalero: el que bromea, que a veces es ingenuo, pero al tiempo tiene que luchar contra las creencias religiosas de su familia y los prejuicios de la gente. Por el otro, Vargas representa el lado más oscuro del metal, el lado rudo, melancólico y lleno de rabia, pero al mismo tiempo es astuto y noble.
Ambos están unidos por la música, algo que todo metalero y metalera sabe que es el material del que se forja la verdadera amistad. O sino cuántas noches no las pasó escuchando discos y tomando cerveza, cuántas veces se cayó en el pogo y encontró una mano amiga que le ayudó a pararse y seguir, cuántas veces no compartió música con alguien que realmente la iba a apreciar. Y precisamente este vínculo musical es lo que la película busca retratar.
Pero, Mauricio cuenta que lograrlo no fue fácil. Ambos personajes fueron interpretados por actores naturales descubiertos después de largas sesiones de casting. Ellos no se conocían y para lograr que se hicieran amigos, la producción les daba plata para que se fueran a parchar. Esteban Galindo cuenta que esa plata se la gastaron en discos y en comida y que buena parte del rodaje se la pasaron hablando de anime y bandas y así poco a poco fue aflorando la personalidad de Chucky y Vargas.
Pero esta historia no hubiera sido posible sin el tercer personaje: Bogotá. Esta película logra hacer un retrato de la capital con toda su belleza y contradicciones. Desde el fértil arte urbano que adorna los muros, hasta el caos de la gentrificación, pero todo visto desde los ojos de dos jóvenes que a medida que exploran la ciudad de alguna forma se exploran a ellos mismos.
“Yo le tengo mucho cariño a Bogotá, he vivido afuera mucho tiempo, pero siempre quise y siempre quiero volver y en parte es porque me encanta caminarla. Ese retrato viene de mi adolescencia con mis amigos. Muchos de los lugares que escogimos eran los lugares donde parchábamos”, dice Mauricio. “No quería sobrecomplejizar la ciudad. Sí hay cosas que tienen que ver con las estructuras sociales, pero los jóvenes no están pensando todo el tiempo en el contexto en el que están viviendo, sino que están simplemente viviendo las cosas. Esos detalles de la ciudad como el centro, las escaleras de la Javeriana son un retrato de lo que son, sin volverlo algo romántico, ni algo feo, sino más bien esto es”, agrega.
La honestidad y la crudeza es una de las improntas de La Noche de la Bestia, no sólo en su narrativa, sino que fue una constante en su producción. Buena parte del rodaje se hizo al estilo guerrilla, con cámara en mano y en algunos momentos sin permisos. Leiva, entre risas, cuenta que las primeras semanas esperaban a que los semáforos se pusieran en rojo para rodar las escenas de calle y así evitar los buses azules del SITP. Pero al final lo importante era el sentimiento que generan los actores, la honestidad de la toma y logran las fibras que cada escena necesitaba mover.
Uno de los momentos más difíciles fue hacer las escenas del concierto, que se filmaron en Rock al Parque 2017, lo cual fue duro para los protagonistas ya que estas fueron las primeras escenas rodadas y estaban entre meterse en sus personajes o ir al festival.
Pero Mauricio cuenta que la intención de la película siempre fue dejarla fluir sin forzarla. Y en ese dejar fluir fue que consiguieron los permisos de Iron Maiden para usar sus canciones e imágenes.
El director cuenta que el plan siempre fue llegar a la banda, pero por un muy largo tiempo, eso fue imposible. Aún así el proyecto iba a seguir fuera como fuera y el plan B era rodar una peli más corta y pasarla solo en teatros pequeños, como el cine porno Pussycat, y acompañada de conciertos. Pero el destino quiso lo contrario.
Mauricio lleva unos años trabajando en un guión que ha ganado múltiples premios, pero todavía no ha sido rodado. Gracias a eso conoció a la productora de Gran Torino (2008), con quien forjó una amistad y un día en Nueva York, él le comentó acerca de La Noche de la Bestia. Ella en cinco minutos consiguió el contacto directo de Phantom Music, la productora de Maiden.
Tras un cruce de correo pactaron una reunión. A Maiden le gustó la idea y lograron una acuerdo, pero la condición fue que la banda sonora estuviera compuesta sólo por grupos colombianos. La Pestilencia, Ataque de Pánico, Vein, Darkness, Las Poker, también forman parte de esta historia rockera.
“Creo que la amistad en la adolescencia, en particular cuando uno se está definiendo como persona, es uno de esos factores que ayudan en la identidad y en cómo será uno de adulto. Si esos vínculos fuertes existen, yo creo que al final uno termina siendo una mejor persona y la peli quería que fuera eso. La música está, pero los amigos vienen y a veces se van”, reflexiona Leiva.
Y esta película fue producto de la amistad, no solo la crearon los protagonistas, sino la que creó toda la productora Fidelio con la comunidad metalera bogotana. Salas de concierto, tiendas de música, bandas, los festivales locales, muchas manos metaleras se unieron para hacer posible La Noche de la Bestia. Incluso el Doctor Rock tiene un breve cameo. Y a la larga eso es lo más valioso de este largometraje. Porque en el metal, el cine y en la vida, no hay nada mejor que disfrutar de una buena banda con los amigos.