El reguetón, sí, pero…
Desde hace mucho tiempo he querido escribir sobre reguetón, y creo que nunca lo había hecho porque con los años ha aparecido una especie de barrera de lo políticamente correcto donde hacer una crítica al género está mal visto, pues implica que uno no entiende los nuevos tiempos, las formas actuales de contar y finalmente se le acusa de mojigato o chapado a la antigua. Por esa razón decidí quedarme con mi gusto personal (a mí el género nunca me ha gustado) y no polemizar más al respecto.
Desde el exagerado escándalo de la prensa con la canción de Maluma andaba con ganas de volver a analizar el tema. Pero fue el muy buen artículo de mi colega Laura Galindo que me hizo decidir meterme a la discusión.
En ese artículo Laura defiende el reguetón como lo que es: una fusión de ritmos latinoamericanos mestizos y urbanos que lleva más de una década haciendo bailar a prácticamente todo el mundo entero gracias a esa fusión que lo hace casi irresistible. Respecto a sus letras muchas veces acusadas de sexistas Laura explica con ejemplos cómo toda la literatura esta llena de sexismos y machismos, que están lejos de ser propios de o inventados por el género. Yo estoy de acuerdo con ella y de hecho algo parecido dije en mi columna pasada. Todos los géneros occidentales de este siglo han pecado de la misma manera en ese tema.
La columna de Laura exime (o aunque sea comparte) al reguetón de una culpa, y en eso yo estoy de acuerdo, pero tendría que decir algo más al respecto.
Y es que mas allá de sus letras y viendo sus videos, el reguetón (no todo pero en buena parte) es una oda no solo al sexismo, sino al dinero fácil, extrayendo los peores elementos del gangsta rap norteamericano, en donde lo importante es poder mostrar los trofeos conseguidos (que van desde mujeres hasta carros) y de alguna manera mostrar de las maneras más barrocas todo lo conseguido. Alguien dirá con razón que no tienen ninguna obligación social, pero siempre me dará lástima que un género que celebra la globalización del ritmo mestizo, y que es escuchado por millones de personas, nunca (o con muy pocas excepciones) se haya decidido a decir cosas importantes sobre su gente, sobre un contexto lleno de problemas sociales, a hacer denuncias y a tener significado más allá del baile, como sus primos del rap y el reggae en Latinoamérica y más exactamente en Colombia, si lo siguen haciendo.
Obviamente no es culpa de los artistas, ni de los miles de consumidores del género en Colombia que finalmente encontraron en él lo que se ve en las calles: dinero fácil, prostitución, violencia. La industria sabe que todo va de la mano y perversamente solo hace que la gallina siga dando huevos sin necesidad de cambiarlo.
Es cierto que el rock está lleno de pecados y que también fue música proscrita. Que está untada de machismo y sexismo. Pero también supo decir cosas sobre el mundo que nos rodeaba mientras la gente bailaba. Y la gente escuchó. Tal vez algún día el reguetón decida dejar de mostrarnos sus trofeos y solo por variar decida hablar con la juventud que lo escucha. En momentos políticos como los que vivimos no sería poca cosa.