¿Nos va a quedar grande postergar la fiesta?
No es tan absurdo pensar que, desde que nacemos, nuestro almanaque gira en torno a la fiesta, a la celebración, la festividad. Ese ritual colectivo toma distintas formas de acuerdo al contexto social, cultural, a la edad e incluso a la religión. Bautizos, cumpleaños, navidades, fin de años, grados, matrimonios o simplemente la conclusión de una larga jornada laboral, son solo algunos de los motivos que alientan a la reunión en colectividad, a la entrega al goce, al fervor de la noche y a los rituales bailables hombro a hombro con conocidos y desconocidos por igual.
La fiesta cobra tanta importancia en la cotidianidad, que sería injusto desconocer su peso político. En la última década mucho se ha hablado de la pista de baile como un espacio que si o sí debe ser un lugar seguro para quienes se regocijan en ella; en medio del baile, el ímpetu, la música tronando y la euforia, hay reflexiones de peso e inevitablemente nuestro actuar ahí tiene repercusiones afuera de los bares y las discotecas y viceversa. Por eso la creación y la importancia de colectivos como Pez Alado, en Colombia, que se ha organizado para convertir la fiestas electrónicas en lugares seguros para las mujeres o HiedraH, otro colectivo con sede en Argentina que interviene en acciones políticas para visibilizar los conflictos y problemáticas de la vida nocturna en Buenos Aires.
Pero las personas que frecuentan los sitios y hacen parte de una movida nocturna no son las únicas que tienen la plena responsabilidad de la convivencia. A las discotecas y sus propietarios, promotores y djs, se les pide encarecidamente no perder la sensatez y sentar las bases para convertir los templos del goce en lugares coherentes.
Quizá por esto, después del fin de semana pasado, el debate que se elevó fue sobre aquellos sitios que no cerraron sus puertas y las personas que siguieron asistiendo fielmente a estos sin tomar las precauciones sobre el COVID-19 y la emergencia sanitaria que declaró el presidente Iván Duque el pasado 12 de marzo en el país.
Aunque se exigió que todos los eventos de más de 500 personas quedaban cancelados y en primera instancia no se prohibió a los sitios abrir, muchos alegaron la falta de consideración de quienes abrieron y asistieron, omitiendo el riesgo de contagio y por ende de propagar el virus.
Famosos pubs no pudieron contener las ganas de celebrar San Patricio, la festividad irlandesa, y con una cerveza verde como gancho y publicidad en sus redes sociales, atrajeron a cientos de personas a sus establecimientos; mientras que otras discotecas se ampararon en la norma que prohibía eventos de 500 personas, para permitir aforos de 499.
Si bien acudimos a los bares para liberar cargas, para no pensar más allá que en el divertimento del momento, no podemos olvidar que es precisamente ahí donde convivimos en comunidad de una manera pasional y libre, sería apenas normal que también nos preocuparnos por resguardar esos espacios vitales para perdernos y si acaso encontrarnos.
Pretender que la magia de la juventud nos absolverá de contagiarnos o acogernos a la sentencia de “vivamos el momento” hará de la pandemia algo más sufrible, es poner en riesgo a cientos de personas a nuestro alrededor. El Gobierno Nacional ya ordenó el cierre de bares y discotecas en todo el país, es entonces el momento de la verdad, donde los espíritus fiesteros pueden poner a prueba su talante juerguista para inventar nuevas formas de desahogar el cuerpo y el espíritu; aquí es donde por fin podemos demostrar eso que tanto nos repitieron: “uno hace el ambiente”. Ya vendrá el momento de reponerle a nuestros sitios de confianza las horas de baile.