Maradona: el último (anti)héroe de la modernidad
“El fútbol es la única religión que no tiene ateos”
Eduardo Galeano
Diego Armando Maradona es un nombre que algunas personas pronuncian con admiración y respeto. Otras en cambio lo hacen con odio y desprecio. Pero nos guste o no, ese es un nombre que la mayoría de los latinos reconocen y durante décadas seguirá formando parte del imaginario colectivo de un continente que encuentra sus pocos momentos de felicidad en el girar de una pelota. Por eso es complicado nombrar de forma tan categórica a Maradona como un héroe o un villano, ya que él fue la unión de múltiples contradicciones que hacen imposible juzgarlo como un absoluto.
Más o menos como la propia vida.
"Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses”, escribió el periodista uruguayo Eduardo Galeano, y con estas palabras define perfectamente las dos caras del futbolista. Por un lado está el símbolo que apasiona a millones y por otro una persona polémica envuelta en múltiples escándalos.
Por eso es interesante no solo analizar, sino diseccionar la imagen de Maradona, para ver qué se puede aprender, qué se puede replicar y qué nunca se debe repetir.
El Diego es un ser mitológico, un Hércules de esta era, que no solo derrotó a las bestias más despiadadas, sino que toda la vida luchó contra sus propios demonios. Maradona es un personaje digno de la tragedia griega, dotado con un talento inigualable y a la vez atormentado por su virtud y su desenfreno.
El símbolo maradoniano nace en un barrio pobre y marginal de Buenos Aires, donde crece este apasionado niño que fue subestimado por su tamaño, origen y tez morena, pero que gracias a una zurda mágica salió del lodo y tocó la gloria. Lo bello de este viaje, es que Maradona nunca lo transitó solo, sino que siempre tuvo una conexión muy fuerte con la clase obrera del mundo. Con esas personas que se parten el lomo trabajando y encuentran un consuelo al ver al equipo jugar los fines de semana. Con esas personas que en una camiseta ven su comunidad, su familia, sus sueños y sus derrotas.
Al igual que Atlas, Maradona cargó toda su vida con ese peso, y en el mundial del 86, de la misma forma que los héroes épicos, respondió con creces a su misión sagrada y le devolvió la esperanza a un país doblegado por la dictadura militar y humillado por Inglaterra en la Guerra de las Malvinas.
Esa copa del mundo fue la venganza perfecta, una venganza espiritual que, de alguna forma nos recuerda que el fútbol no es solo un juego, sino que está atravesado por tantos aspectos sociales que se puede volver un espejo de la realidad. Pero esa copa no fue la única reivindicación simbólica del 10. En Nápoles, una ciudad menospreciada por el resto de Italia, se acomodó a un equipo de media tabla con poco presupuesto y lo llevó al cielo. Gracias a esto, toda una ciudad pudo por fin sacarle el dedo a un país arribista y desigual que siempre la miró con desdén.
Este jugador de baja estatura y mucho carisma, venció a los más poderosos del fútbol tanto en el campo como en las mesas. Maradona era el dolor de cabeza de la FIFA, la voz incómoda que gritaba contra la maquinaria económica y deshonesta que mueve al deporte. Era el rebelde de la cancha que sin pena decía: “Yo soy blanco o negro. Gris no voy a ser nunca en mi vida”. Esa actitud desafiante y ese imaginario colectivo que lo retrataba como una persona con temple pero humilde, que a pesar de su descomunal ego no dejaba de pensar en el pueblo que siempre lo apoyó, forjaron su leyenda y de alguna forma lo convirtieron en un modelo a seguir.
Pero al mismo tiempo está la bestia, el hombre vergonzoso, el pecador que en verdad nunca fue ajusticiado ni redimido. Si bien salió por la puerta de atrás por dar positivo en consumo de efedrina durante el mundial del 94, en verdad la drogadicción no fue el problema de Maradona.
Así como el destino quiso que fuera el mejor jugador de fútbol de la historia, también quiso que fuera un consumidor problemático, o sea alguien controlado por el vicio. A la larga Maradona era un enfermo, solo que a diferencia de un delirante que se cree dios porque unas voces en su cabeza se lo dicen, Maradona todos los días escuchaba un murmullo que le recordaba que no era un simple mortal.
Juzgarlo por sus vicios en un momento histórico en el que se está buscando desestigmatizar el consumo, para poder pensar una forma mejor que tratar el problema de las sustancias psicoactivas, es caer en un juego de doble moral mediático.
El problema más complejo de Maradona radica en que era un machista descarado. Varios hijos no reconocidos y abandonados, fotos con menores de edad desnudas, líos legales con sus hijas mayores y un historial de violencia física y psicológica contra su ex esposa Claudia Villafañe y su exnovia Rocío Oliva, también protagonizaron su vida.
Al parecer, el Diego venció a todos los enemigos, excepto el que causa miles de muertes cada año y estos comportamientos no pueden ser olvidados. Hay quienes minimizan el asunto diciendo que era un hombre de su tiempo y que esas conductas empañaron una vida ejemplar. Pero la realidad no es así, el ídolo histórico, el que trajo tanta alegría y que es tan admirado, también fue un abusador.
Comprender esos dos lados es vital de cara al futuro porque la muerte de Maradona es la muerte del último héroe latino de la modernidad. El escritor argentino Nestor García Cancliní, opina que en Latinoamérica la modernidad fue inconclusa. Por un lado llegó la esperanza del progreso que trajo tecnología y nuevos pensamientos, pero por otro lado no solucionó los problemas de fondo de la región y toda esa ilusión terminó en decadencia y máquinas oxidadas. Maradona es una perfecta metáfora de esto, al tiempo que lo ganó todo y subió la moral de millones de personas, cayó de forma estrepitosa y dejó muchos vacíos y deudas con su fanaticada y su legado.
Maradona era el último vestigio del siglo pasado, fue una persona única que nunca se repetirá y que no se debe repetir. Por eso es importante pensar: muerto el símbolo ¿qué viene después? ¿Será caer de bruces ante la ambivalencia de las posmodernidad? O es mejor empezar a pensar cómo van a ser nuestros nuevos mundos. A lo mejor es hora de acabar con los ídolos monolíticos y ser más críticos con estas figuras. Porque no podemos seguir admirando personas que un día se toman la foto con Las Madres de la Plaza de Mayo y al otro agreden a su pareja. Tal vez es momento de dejar de seguir al líder que controla la pelota y hace todos los goles, y empezar a pensar en el trabajo en equipo y la construcción colectiva de una sociedad mejor.
Sin duda la enseñanza de Maradona que más vale la pena rescatar es la del futbolista rebelde. Sobre todo en un momento en el que el fútbol necesita ser rebelde. Este deporte siempre ha sido un negocio, eso no puede negarse, pero desde hace unas dos décadas la hiper mercantilización se tomó el deporte y concentró la hegemonía en unos pocos equipos que aparte de tener un peso histórico también tienen uno económico. La gran crítica de los futboleros más arraigados es que los jugadores son más máquinas de hacer dinero que héroes del pueblo y que el negocio poco a poco le ha succionado la alegría al juego.
El denominado fútbol moderno le ha quitado mucho misticismo al deporte, pero pensar un fútbol distinto es posible. De hecho existen equipos en todo el mundo que no se enfocan tanto en los resultados y las individualidades, sino más en la gente y en lo que el deporte significa. Equipos como: el St. Pauli, el Lampedusa, el Rayo Vallecano, el Easton Cowboys and Cowgirls entre otros que trabajan con las comunidades migrantes y apoyan los procesos barriales que se gestan en donde vive su fanaticada; o equipos como el Corinthians que en plena dictadura militar en Brasil instauró un modelo de gestión democrática único en la historia del fútbol; o como el Unión Berlín cuya hinchada construyó el estadio donde hoy juega.
El exjugador y periodista deportivo Ángel Cappa escribe que “el deseo de un fútbol mejor está ligado a la construcción de una sociedad más justa y democrática”. La muerte del 10 puede ser el punto de partida para dejar las arcaicas discusiones de cuál jugador es mejor o cuál equipo es el más chévere, y más bien empezar a centrar el debate en cómo el fútbol puede ser más inclusivo, accesible, participativo y equitativo. En cómo se le quita el balón a los poderes económicos para devolverlo a la gente. Hay muchas glorias y deudas históricas que rodean a este deporte y si algo nos enseñó la vida de Diego Armando Maradona es que se puede vencer a la hegemonía y romper los paradigmas, porque a la larga “la pelota no se mancha”.