Roma, paraíso de libros leídos
Los trasteos, los divorcios, los que emigran y las muertes, parecen tener algo más en común que sólo ser el fin de un ciclo. Quedan de estos también las bibliotecas sin dueño y los libros huérfanos, los que tienen sólo dos opciones cómo último destino: la basura o las librerías.
Pereira, Risaralda
Ubicada en la calle 21 entre carreras quinta y sexta, se encuentra la Librería Roma. Una radicada en esta capital risaraldense desde hace 21 años, con procedencia caldense, donde las personas pueden encontrar libros desde mil pesos hasta valores que sobrepasan los $5 millones.
Es una casona vieja con varias habitaciones, una sala con un sillón rojo a la mitad, y un pasillo al fondo con más libros, puede ahuyentar a los alérgicos y atraer a los melancólicos, pero sobre todo, esconder la magia, esa misma que se escolta dentro de las millones de páginas ya leídas y vueltas a leer que habitan el lugar. Un espacio llamado Roma por lo que representa en la historia del ser humano: “porque somos por la historia y si no leemos la historia no aprendemos para el futuro”.
Alrededor de 200 mil libros son los que cuenta Adrían Emilio Osorio, el librero de este baluarte literario en Pereira, entre ellos, libros de historia, de literatura universal, libros de ciencia y de ciencia ficción, cuentos, enciclopedias, libros de español y matemáticas, libros de historias policiales y otras esotéricas, cartas de amor, despedidas, notas suicidas, cartas de divorcios, mapas, y hasta listas de mercados, libros ya leídos y por leer.
Por la Roma han pasado ejemplares de las primeras ediciones de La Hojarasca (1955), El Coronel no tiene quien le escriba (1961) y El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, vendidos casi que automáticamente.
Pasó también por la librería una Biblia del año 1820 vendida en 5 millones de pesos, entre muchas otras cosas especiales, como el ejemplar número 37 de la novela de Bernardo Arias Trujillo, un poeta caldense, de la que sólo existieron 100 ejemplares regalados a personalidades de la época, entre esos el poeta Rafael Maya, Tomás Carrasquilla, y Jorge Eliécer Gaitán que ahora pertenece a la biblioteca privada de Jaime Ochoa, un historiador de la ciudad.
Más que librería, tertuleadero literario
Pero no sólo de la venta y compra de libros leídos vive la librería. Desde hace ocho años en la Roma se celebran talleres y conversatorios semanales, en los que además de mantenerse el diálogo entre jóvenes y otros no tan jóvenes, visitantes ocasionales o simplemente curiosos, disfrutan de una taza de café oscuro y caliente con dos de azúcar para amenizar el rato.
Igualmente la librería sirve de casa para cientos de escritores nacionales e internacionales que llegan a la ciudad a presentar sus obras: William Ospina, Germán Castro Caicedo, Óscar Collazos y Gustavo Álvarez Gardeazábal son algunos de ellos. También han llegado personalidades como Diana Uribe la historiadora, Álvaro Rodríguez el actor y Carlos Mario Aguirre el del Águila Descalza para convertirse en fieles compradores de la librería y hacer de ésta un referente cultural para la ciudad.
Sin miedo por el internet
Para Adrián ya es un mito decir que el internet acabaría con los libros, pues su quehacer diario le demuestra todo lo contrario: “En los 90 con la llegada de los computadores todo el mundo corrió desesperadamente a botar los libros… se puede decir que las bibliotecas personales fueron a dar a la basura en los años 90, eso fue increíble. Es ya en este momento, de 2005 para acá, que el libro físico está volviendo a tomar fuerza porque además el internet miente y la verdad resulta estando sólo en los libros y cuando la gente cayó en cuenta de los libros del abuelo, ya era tarde y los habían botado.
Pasa también que hoy en día las personas están buscando los libros de las casas editoriales finas, y eso no se encuentra en internet, además encontrar uno de esos es costoso. Pasa por ejemplo con la edición de Las mil y una noche del Círculo de Lectores, en los años 80 con un valor de 20 mil pesos y hoy con uno de $200 mil y lo más grave es que no se consigue”.
El restaurador
Siguiendo por el pasillo al fondo se encuentra Héctor, el restaurador, la pieza clave para quien sin la necesidad de vender o comprar un libro, quiere el suyo como nuevo. En un promedio de cuatro horas, don Héctor con sus máquinas puede restaurar un libro dejándolo con tapa nueva, marcas en color oro y hojas limpias; un trabajo que viene realizando desde joven cuando trabajaba en una editorial de Medellín: “los libros llegan horribles de feos, sin tapa, despegados, descocidos, con las orillas de sus hojas negras, y yo acá se los arreglo, se los dejo bonitos, se los marco como quieran, y les conservo lo que quieran”.
Tengan o no dinero, la Roma siempre está abierta a las necesidades de las personas, la mamá encontrando el libro del colegio para su hijo, el poeta buscando la nota más amarga escrita en la contraportada de alguno, o el nostálgico tratando de encontrar el libro que leyó en su infancia; acá todos coinciden entre páginas que se niegan a desaparecer mientras el librero habla de moralejas:
“Si es usted de los que desconfía de un libro usado por el fastidio que le produce saber que ya fue abierto por otros, piense en cuántas veces en el día coge entre sus manos un billete y vuelva a pensar por cuántas manos ha pasado antes. Lo peor que le pudo haber pasado a ese libro leído por el que aún no se decide a comprar, es que haya estado en una biblioteca y no en un baño público donde sí pudo estar el billete”.
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