Relatos de música y agua
En un país como Colombia, de ríos y mares, de ciénagas y lagunas, el agua se convierte también en una fuente de historias. En sus orillas y caudales se refleja la cultura de sus habitantes, lo que los une y los divide, los mundos que se ven y los que no. El transporte en estos ha constituido a muchos niveles el trasegar de este país.
El Río Magdalena fue la aorta del hoy territorio colombiano desde el siglo XVII. Barcas de 20 metros de largo transportaban maíz y tabaco durante los veinte días que separaba Barranquilla y Honda. Estas jornadas incómodas, acompañadas de zancudos y de una difícil alimentación, se redujeron con la llegada del vapor, el transporte marítimo aumentó de tal manera que para el siglo XX había auténticos trancones marítimos. También el Cauca y el Atrato, el Meta y el Orinoco jugaron un papel protagónico en la comunicación de la naciente república, hasta que en los años 30, los ferrocarriles y carreteras cambiaron el panorama.
Pero pese a las transformaciones son muchas las historias que aún se cuentan, sea por tradición oral, por libros y, claro, por la música. Aquí algunas historias de agua y música.
"Bogas en el Magdalena"
Guillén - Alé Kumá
Como figuras “de color de madera de rosa, ilustrosas como la grasa”. De tapa-rabo y “fisionomía estúpida, impasible y tosca”. De “cabellos intermediarios entre la mota de lana y la mecha lisa”. De “rasgos dominantes del negro y el indio”. Así describió el escritor y político José María Samper a los bogas del río Magdalena hacía 1861.
Pero lejos de esta lectura, marcada por el racismo, los bogas fueron por más de tres siglos los motores del transporte fluvial del actual territorio colombiano. Primero indígenas, luego esclavizados traídos de África, en ellos recayó el control de la navegación hasta la llegada de los vapores. Y si tenemos en cuenta que el Magdalena fue paso obligado para cualquiera que saliera y entrara a Colombia durante el siglo XIX, no es exagerado afirmar que, con sus remos, los bogas ocuparon un lugar central en la unidad política y económica del país.
Pese a que siempre fueron marginados dentro de la jerarquía social, además de marineros de agua dulce, estos personajes fueron también los anfitriones de viajeros nacionales y extranjeros. Quizás por eso la memoria de estos quedó plasmada en las letras del poeta y periodista cubano Nicolás Guillén, que luego de una travesía parsimoniosa de seis días por el río -aunque a vapor- escribió: “Una canción en el Magdalena”. Hace un par de años la agrupación Alé Kumá junto con la representante de los sonidos del sur de Bolívar, Martina Camargo, sacó su versión en canción.
"La Piragua"
Guillermo Cubillos
Nicanor Pérez Cogollo, Próspero Esparragoza y los hermanos José y Adriano Barros tenían la costumbre de juntarse e ir a nadar al río Cesar. Algunas tardes, aparecía en él una canoa grande, de unos 10 metros de largo y 3 de ancho, impulsada por unos doce bogas bajo el mando de un hombre de sombrero y traje blanco. La embarcación partía del Banco y llegaba a Chimichagua. Los cuatro amigos, junto con otros niños que jugaban en la ribera, nadaban y subían a esta para coger plátanos y yucas.
José Barros, que se convertiría en un prolífico músico y compositor, atesoró esta imagen durante años. Y cuando cumplió 15 se sentó a hablar con el personaje de blanco: se trataba de Guillermo Cubillos, un navegante y comerciante nacido en Chía, Cundinamarca, en 1863. Luego de transportar mercancías entre El Banco y La Dorada, el hombre decidió radicarse en Chimichagua, donde formó una familia.
Considerándola una imagen que había marcado su infancia, Barros empezó a componer una canción de manera intermitente desde los años cuarenta del siglo pasado. Fueron necesarias dos décadas para que, en 1967, el compositor se sintiera satisfecho con el resultado: “La Piragua” por fin estaba lista para ser interpretada. En 1969 el trío de vallenato Los Inseparables grabó una primera versión, que no fue del gusto de Barros, quien por el contrario festejó cuando el cantante Gabriel Romero le dio esa sonoridad de cumbia orquestal.
"Currulao corona"
Gualajo y Hugo
Justo el mismo año en el que José Barrios terminaba de componer “La Piragua”, en el Litoral Pacífico, un grito recorrió las calles de Guapi: ¡QUEMA, QUEMA, QUEMA!. Los habitantes entraron en pánico, pues al ser las casas de madera un incendio podía arrasar con el pueblo entero.
Cuenta la leyenda, que justo en ese momento Doña Aura se encontraba en trabajo de parto. Y mientras su otro hijo llegó a buscarla para llevarla al hospital, el fuego ya hizo imposible el paso por las calles del pueblo. En ese momento vieron una lancha que avanzaba por el río Guapi y le hicieron señas; la embarcación respondió al llamado y cuando llegó a la orilla distinguieron a José Antonio Torres, más conocido como Gualajo: un pescador, cazador y marimbero que vivía a unos minutos del casco urbano, en la vereda de Sansón.
Pudieron escapar de las llamas y terminar el parto como debía ser. Cuando el bebé salió del vientre, el médico les dijo que había nacido un candelario. Y fue así como el recién nacido fue nombrado Hugo Candelario González. Don Esteban, su padre, inmediatamente se lo encomendó a Gualajo para que le enseñara la magia de la marimba. Esta relación, junto con el conocimiento que Hugo aprendió en el Conservatorio Antonio María Valencia de Cali, terminaría por ser combustible de la agrupación Bahía.
"Mar y río"
Canalón de Timbiquí
En el Pacífico, el mar y el río son dos constantes, y así es en Timbiquí, Cauca. Por ahí transitan los pescadores, las personas que van de un lugar a otro o quienes simplemente quieren conocer el territorio. Un tránsito que hoy en día carga con un lamento generalizado: las huellas dejadas por la contaminación y la extracción minera han convertido el agua clara del río en una nostalgia.
Desde que el presidente conservador Rafael Reyes, a principios del siglo XX, se obsesionó por lograr el desarrollo económico a punta de conceder recursos naturales, Timbiquí ha visto llegar la explotación de oro de socavones por los franceses, con motobombas y minidragas por los rusos, y a cielo abierto por sus connacionales. Pero el mismo caudal por el que han llegado los visitantes, se ha ido toda esa riqueza que nunca han visto.
El anhelo por ese río de antaño, vivido por su gente, hizo que Nidia Góngora y su grupo Canalón de Timbiquí grabaran el disco “De mar y río”, buscando dejar un mensaje que impulse a que nuevamente los pies se puedan ver cuando se sumerjan en el agua.
"El Buque Maravelí"
Sebastián Villanueva
También en la costa Pacífico, se habla de un buque que tiene como mil brazas de largo, quinientos pies de eslora, una gran manga, ochenta pies de puntal y una velocidad inexplicable. Se cuenta que en su interior tienen lugar fiestas de bailes siniestros, diversiones de aquelarre y música hecha con instrumentos antiguos; una que se mezcla con el sonido de cadenas que golpean contra el suelo, y con los gemidos, los gritos, los llantos y las maldiciones de los desolados participantes.
Hay varias creencias: que es un buque que traficaba esclavos en la época colonial. O que transportaba las riquezas obtenidas de la explotación de caucho y cacao en la Amazonía, el Putumayo y el Caquetá, y que se hundió con toda su tripulación. O, incluso, que es el mismo diablo quien lo timonea.
Es el Maravelí, un Buque Fantasma, que lo han visto los marinos de Tumaco y los bogas de Barbacoas. Con su presencia se estremecen las aguas y los bosques de manglares, mientras los testigos se quedan tiesos, los remos pasan como anclas y no pueden huir. Existe la creencia que quien lo mira de cerca se enloquece, o se queda ciego, o se muere entre gritos de espanto.
El guitarrista Sebastián Villanueva (Gil de Gils) compuso una pieza inspirada en el buque fantasma.