"Mi primera vez en Cali"
Viajamos a diario. Con una canción, en un libro o en una película. Tenemos la capacidad de imaginarnos lugares, olores y sensaciones. ¿Pero qué pasa cuando un lugar que hacía parte de la imaginación llega a vos? Era viernes otra vez. Esta vez un viernes de diciembre y llegué al frío aeropuerto cuando el sol a duras penas lograba colarse entre las espesas nubes del cielo bogotano y despegué mis pies del suelo para llegar a ese lugar que se hacía real. Cali.
"Es viernes otra vez
y me desintegro
toda la esperanza
se fue con un poco de tu voz"
A Cali, entre canciones de Superlitio y salsas, me la había imaginado verde, amarilla, veloz pero con tumbao'. Una ciudad donde la gente casi que camina bailando y a la que llegué para vivir una maratón en la que tenía como reto conocer a la capital del Valle del Cauca en 24 horas.
Casi como una bienvenida a alguien que jamás había pisado su tierra, a la salida del aeropuerto me encontré con unos bailarines que demostraron con talento ese 'ímpetu balarín' de muchos caleños. A su lado un puesto de chontaduro, esa fruta mísitca y tradicional que se come con miel y sal pero que por su textura arenosa yo no soporto en mi boca.
"Que en la vida todo viene y se va,
Que recogemos lo que hemos de sembrar"
No sabía, pero el aeropuerto de Cali queda en el municipio de Palmira, por lo que el primer regalo de este viaje fue mirar por la ventana los paisajes del Valle del Cauca mientras los árboles se convertían en edificios y casas, lo que indicaba que llegábamos a Cali. El Mío a mi izquierda, las glorietas y el tráfico de la mañana. El antojo de pandebono sin bocadillo, porque la guayaba en este manjar caleño es casi un crímen para los lugareños.
Luego, recorrer un par de calles a la redonda, buscando desayuno porque el almuerzo estaba cerca y era en un conocido lugar llamado El Ringlete donde su dueña recibe a los comensales como si fueran su familia. Cuando estuve en la mesa, rodeada de viajeros y periodistas entendí que una ciudad como Cali también se puede entender a través de su gastronomía. Su cercanía con el Pacífico y el maravilloso vecina que resulta ser el puerto de Buenaventura determinan el sabor de sus comidas y las razones por las que sabe así.
"Buenaventura de mis ensueños
que con el tiempo me recordarán,
que fui el criollo que en una noche
su alma se desiluminó"
Comimos sancocho, un plato que refleja el mestizaje del que todos somos hijos: el africano aportó el platano, el indígenta la yuca y el español la proteína. Luego un arroz atollado, resultado del ejercicio humilde de los hombres y mujeres que cocinaron cientos de años atras el arroz con todo lo que hubiera en la nevera. Por eso no hay una sola verdad ni una sola forma de hacer el arroz atollado: échele todo lo que haya en la nevera y quedó. De sobremesa un jugo con piña, papaya y mago, otro reflejo de Cali, frutas y colores tropicales.
La lluvia. Justo cuando íbamos a salir cayó un aguacero que puso de banda sonora Futuro Anterior de Parlantes, una canción que si bien es de una banda paisa cuenta entre líneas la historia de El Atravesado de Andrés Caicedo. Caicedo y su ciudad, su melancolía.
"Y que desde ahora sigan dando cine
según nuestro gusto que exigente es,
Palabra de la Tropa Brava y eso es hecho cumplido"
De repente me sentí rubia, rubísima como María del Carmen. De repente sentí la melancolía de Mariángela. De repente, mientras subíamos por las montañas del norte de Cali y nos movíamos hacia el occidente me sentí en medio de las palabras de Caicedo. Amé el cine, amé el verde, amé las casas ochenteras, amé las calles y callejones. El gato del río y sus gatas bajo la lluvia.
Llegamos al monumento del fundador de la ciudad de Cali, Sebastián de Belalcázar, una estatua que con su mano derecha apunta al mar de Balboa, al que nosotros conocemos como el mar Pacífico. A Cali, Sebastián de Belalcázar llegó en enero 1536 luego de una expedición que comenzó en Quito y empezó a subir al norte en busca de una salida al mar. Salida que quedaba a dos horas y media de lo que hoy es la Sultana del Valle.
Subimos a 1.300 metros de altura por encima del nivel del mar hasta llegar al Cerro de Cristo Rey un monumento que de inmediato nos transporta al Cristo Redentor del Corcovado de Río de Janeiro pero que nos regresa al Valle de Lili. Desde allí se ve todo. La plaza de toros, el Pascual Guerrero, los edicifios, el tráfico y las luces.
"Que viva la música.
Nuestra música siempre vivirá"
Muchas de las expresiones que uno escucha en la calle nacen de las frases de las canciones de salsa. Porque la salsa es casi una religión en esta ciudad. De ahí que exista una plaza dedicada al maestro Jairo Varela del Grupo Niche. Plaza ubicada en el centro de Cali que incialmente se iba a llamar la Plaza de la Caleñidad, pero que tras el fallecimiento del fundador y director del Grupo Niche el 8 de agosto de 2012 asumió una identidad única.
Allí una gran trompeta que dice NICHE si se ve de lejos y en la que suena en loop Cali Pachanguero, el segundo himno de la Sultana y el motivo de orgullo de muchos caleños. Después, San Antonio, una plaza desde donde Cali se ve más bella. Al son de la tradicional marimba del pacífico, con una marranita, empanada y aborrajado en un plato me senté a mirar la ciudad. Solo a mirarla intentando descifrarla.
"Agúzate que te están velando
Yo siento una voz que me dice
Cuidao que te están velando"
Esa no tan extraña melancolía que da la salsa. Sus letras profundas y llenas de desamor, ese que solo se cura bailando. Las noches en Cali parecen hechas para bailar así no se sepa bailar como me pasa a mí. En un tradicional lugar llamado La Topa Tolondra terminó este viaje en el que donde por algunas horas le puse sonidos, imágenes y colores a esa ciudad que la música, los libros y el cine me había pintado en la cabeza.
Volveré. Volveré con más días para caminarla. Volveré en buena compañía. Volveré y bailaré aunque no sepa bailar.
"Espiritualmente...yo te cantareee
Espiritualmente...contigo estaré"