Las canciones que le debo a mi mamá
Todas las grandes herencias se las debo a mi mamá, los rasgos, las mañas, el genio y la risa. Es tan así, que solo el paso del tiempo me ha permitido reconocerla, con mis propios ojos, en esto en lo que me voy convirtiendo. Pero en este proceso que nunca termina, nos hicimos extrañas. La edad nos ha jugado en contra y el ahogado clima de los días adolescentes fijó una distancia marcada por el silencio, la indiferencia y una molestia que nadie entendió del todo.
En ese tiempo, mi madre vivía del recuerdo de la bebé que vio nacer y caminar, de los primeros besos torpes marcados por saliva y compota, del olor particular de su niña, que dormía noches enteras sobre su pecho y espantaba el sueño propio para dar espacio a la contemplación de la vida misma que apenas medía algunos centímetros.
Ese mismo ser que crece y se hace mudo, lo conoce con solo verle a los ojos, sabe cuál es su sonrisa y cuál es su gesto serio que en realidad espanta un nudo en la garganta, pero no importa nada porque su amor es inagotable e incondicional y permanece aunque la puerta de la habitación esté siempre cerrada.
A la música, por ejemplo, he llegado a través de muchos caminos, pero en mis recuerdos más profundos se encuentran los discos y las canciones que me mostró mi mamá y escuché de su voz como arrullo. En las noches, mi mamá cantaba la versión en español de Chiquitita, la balada de la agrupación sueca ABBA, haciendo énfasis en “otra vez vas a bailar y serás feliz como flores que florecen”.
Cuando fui creciendo y aprendiendo bailar, la cama fue nuestra tarima y conocí uno de los amores musicales para el resto de la vida: Robi Draco Rosa. Desde ese día hasta hoy, cada vez que escucho Cruzando Puertas o Más y Más, veo a mi mamá de cabello chocolate, largo, bailar con los ojos cerrados dando vueltas en una cama verde que pintamos juntas.
Cuando escuché Milmarías, sabía que tenía que mostrarle a mi mamá Margo porque me descubrí silbando esta canción, tal como ella lo hacía con cualquier sonido tropical. La cantó tanto que incluso me dice así, Milmaría.
Hoy yo quisiera dedicarle una canción a mi mamá: Sombra de Revolver Plateado, porque así van los días y la vida, y ya por fin entendí “que no existe sombra que pueda con los dos”. Gracias a mi mamá por su valentía, por asumir con amor esta tarea aún cuando no estaba preparada, por heredarme su colección de Mafalda y tener la palabra justo al borde de la boca. No te apures, lo has hecho bien, madre.
Gracias a todas ellas por su amor inagotable, madres, abuelas, tías, todas disponen su amor y su cuerpo como hogar, el más genuino centro de tranquilidad al que siempre regresamos, el único que no pierde jamás el calor protector de un abrazo sostenido.