La Musiteca: el tesoro de los vinilos en Bogotá
De aquella época ochentera de las casetas de la avenida 19 en donde se concentraban la venta de libros y vinilos del por entonces Distrito Especial, sobrevive la Musiteca, un templo de los acetatos en plena era digital. Tal es la cantidad de discos que guarda, que hace unos años la tienda se dividió; una parte para los amantes del rock y otra para los fanáticos de la salsa. Esto nos encontramos en la parte tropical.
César agudiza su mirada para buscar entre los estantes repletos de discos la carátula indicada, con el dedo índice saca el disco, va contemplando la portada y revisando la lista de las canciones de la contraportada mientras se dirige a la tornamesa, saca el vinilo con el cuidado que se le tiene a una joya preciada, lo limpia y lo pone sobre la plataforma del tocadiscos, sitúa la aguja lentamente sobre el acetato de Lucho Gatica de y dice con una sonrisa “es que esto suena muy bonito”.
Sin crecer pegado a los bafles ni a los tornamesas, César Julio Álvarez procedente de Manzanares, Caldas, llegó a Bogotá en 1974 con su familia conformada por ocho personas. Su hermano Saúl, empezó a vender la lotería la tradicional por ese entonces: El Sorteo Extraordinario de Navidad. En esas conoció a unos amigos que tenían unas casetas en la avenida 19, por una suerte extraña logró hacerse a uno de esos lugares en la carrera séptima en 1980, dejó su carrera de estadista en la Universidad Nacional para montarse en una travesía musical llena de vinilos que lo llevó a viajar por el mundo.
Con unas pocas colecciones que tenían algunos familiares los hermanos Álvarez armaron la Musiteca, tal fue la acogida de los compradores que llegaron las distribuidoras de discos a surtirlos y cuando las discotiendas pusieron el grito en el cielo por la competencia que existía con esas casetas (en donde vendían los discos más económicos), se cancelaron los contratos con aquellas cadenas, y como de todo lo malo se saca algo bueno, a Saúl le llegó el momento de salir del país para explorar lo que sonaba en otras latitudes en tiempos donde la única manera de abrir los oídos era tomando un avión.
Las primeras paradas fueron en Venezuela y luego llegaría a Europa para volver con la intensión de sacudir al país con los sonidos de Led Zeppelin, Kiss, entre otras bandas que no sonaban en Colombia, lo que hizo que las grandes discotiendas se interesaran por el rock que estaba conquistando el mundo. De esos viajes vino en una maleta un sonido que cambiaría para siempre la forma de escuchar y consumir música en el país. El fundamental "rock en español".
"Mi hermano fue el primero en traer el rock en español, me acuerdo que el primer disco que trajo fue El hombre lobo en París (1984) de La Unión y luego trajo el reggae, el bossa nova, el rock sinfónico” dice César orgulloso.
La Musiteca se llenó entonces de periodistas, escritores, y jóvenes con ganas de conocer nuevos sonidos, creando así una cultura musical que hacía que cada vez más personas se acercaran a esa magia envuelta en cartón que ya no solamente contenía los tradicionales ritmos tropicales. Pero hacia los años noventas las cosas serían de otra manera.
En 1989 el corazón musical de Bogotá se trasladó, las casetas desaparecieron para formarse en el Centro Cultural del Libro y La Musiteca supo cómo sortear la situación ubicándose luego en el Centro Comercial OMNI en la Cra. 8 con calle 19 donde está hoy. Luego de treinta años la tienda se ha nutrido de tal magnitud de los sonidos del presente y del pasado en vinilos y en cd’s, que se ha dividido en dos partes; una para los fervientes rockeros que buscan joyas de los Rolling Stones y los melómanos salseros que buscan los primeros compases de la Buena Vista Social Club.
Entrar a la Musiteca en su parte tropical, es cruzar las puertas de una dimensión en dónde resulta fácil dejarse seducir por los sonidos del pasado. Aunque está repleta de vinilos y guarda un espacio menor para los cd’s, este lugar parece diferente a un sitio donde a cambio de dinero se obtienen melodías clásicas. Unas sillas altas frente al mostrador parecen dar la bienvenida a un bar, donde el anfitrión se preocupa por ponerle las mejores bebidas a sus comensales. Y así lo es, según César, la Musiteca es un sitio donde durante más de treinta años se han cultivado amistades entrañables a punta de canciones. Y es que a pesar de la digitalización de la música y la piratería en los años 2000, la tienda se ha mantenido firme por no dejarse llevar por la música comercial y dedicarse a los clásicos, sin embargo, acá se consigue de todo.
Desde el pesado vinilo de carbón de 78 RP con una canción por cada lado de los pasillos de Lucho Ramírez que César prefiere no vender, pasando por los atractivos sonidos de las gaitas de la cumbia de Andrés Landero, hasta llegar a la salsa con la redición de A la memoria del muerto (1971), el segundo disco de Fruko y sus Tesos que recién salió hace dos meses ya en 33 RP, el formato más popular por esta época.
Y es que ahora que los vinilos parecen vivir una segunda adolescencia, muchos son los sonidos que se han desempolvado y que han tomado un nuevo aire, los personajes más interesados en que se revivan esos sonidos con la calidad única que el acetato da, han buscado la matriz de cientos de discos que desaparecieron (muchos de ellos propiedad de la disquera paisa Discos Fuentes) y han decidido pedir esos derechos para volver a imprimir los vinilos.
“Musiteca nunca ha perdido la venta del LP (vinilos), siempre hemos tenido el estante ahí, en el 2000 se vendía un acetato cada dos meses, pero desde hace 5 años se ha vendido mucho más, incluso supera las ventas de CD. Hay un público nuevo que está atrapado por la magia del vinilo, los muchachos andan enamorados con estos aparatos, vienen y preguntan cómo es, cómo suena. Grupos colombianos como Frente Cumbiero, Bomba Estéreo han sacando CD y LP, y lo primero que se vende es el vinilo y claro, son versiones ilimitadas que luego pueden valer mucho más”, cuenta Álvarez.
A pesar de que el precio de un vinilo puede cuatriplicar el de un cd, y ni qué decir de las ediciones digitales y por streaming que reultan tan económicas y hasta gratuitas, hay algo que hace que el romance entre estos discos y el público crezca y cada vez se acomode más como un consumo obligado de cualquier melómano, sea de la edad que sea. Según César hay una especie de conquista todo el tiempo entre el disco y quien lo escucha, un sonido que no deja espacios a los silencios totales y que nos recuerda que la nostalgia puede envolvernos en una magia que resulta la mejor compañera.
Atrapado en esa magia, César, dice estar preparado para armar otro lugar lejos de la ciudad donde pueda sentarse con sus amigos y clientes a disfrutar de sus discos, tanto los que vende como los que guarda en su casa que ha convertido en un museo de melodías impresas en acetatos. Otro paisaje en el que se pueda distanciar del ruido de la avenida 19 y que le deje disfutar de ese amor inquebrantable en el que él y su vinilo se puedan escuchar como lo han venido haciendo durante 30 años.
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