La historia milenaria de los indígenas muiscas en Bosa
La lucha de un pueblo indígena por conservar sus tradiciones es la convicción que todos los días mueve el alma y el cuerpo de Ángela Chiguasuque, gobernadora de la comunidad muisca asentada ancestralmente en Bosa, la localidad del sur occidente de Bogotá con más representación indígena de la capital del país.
“Somos raizales, somos una comunidad indígena que siempre ha estado asentada acá. No hemos venido de otros territorios sino que siempre hemos estado acá”, narra Ángela, de 35 años, que tiene claro que los pasos de los muiscas por este territorio son milenarios y que son ellos los que han regado como semilla una cultura en la que el contacto con la naturaleza y el equilibrio entre espíritu y carne son la esencia de la vida muisca aquí.
“¿Por qué somos tan importantes y esenciales en este territorio? Porque siempre hemos llevado nuestros usos y costumbres. Tenemos familias, somos 1.062 familias, y la mayor parte de ellas tiene un apellido significativo, dentro de ellas está Chiguasuque, el Neuta, el Tunjo, el Garibello”, complementa Ángela.
Ella, como todos los miembros de esa descendencia muisca de la que habla, tiene la tez morena, ojos negros grandes y mediana estatura, un físico que refleja la constancia de esta etnia por conservarse dentro de los procesos de mestizaje que han estado muy cerca de la ciudad en estos territorios muiscas de la vereda San Bernardino de Bosa. Ellos son, nada más y nada menos, que uno de los 102 pueblos indígenas que reconoce en el país la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic).
“Somos 4.213 personas que equivalemos una gran parte a esta localidad y lo que generamos dentro de ese gran cuidado y esta gran importancia territorial, es volver a nuestros orígenes, retornar a nuestros orígenes. Y al retornar, es volver a tener estos usos y costumbres para que la localidad, la ciudad y a nivel nacional sepan también que hay una comunidad indígena asentada y que siempre ha estado acá en Bogotá”, sentencia la gobernadora muisca en Bosa.
La Ciudadela
Las palabras, Ángela Chiguasuque las expresa con pausa mientras camina por el jarillón que bordea el río Bogotá en Bosa San Bernardino. Hacia el suroccidente está uno de sus más grandes sueños: la Ciudadela Muisca Iguaque, un territorio por el que luchó con sus hermanos muiscas por más de 10 años.
“Históricamente, los muiscas siempre hemos estado aquí. Fue la ciudad la que llegó a nosotros”, relata la gobernadora. La Ciudadela Muisca Iguaque es un territorio propio por el que Ángela y su comunidad lucharon con el Estado para logra mantener sus tradiciones. Dice que es lo mínimo que pueden esperar pues, desde 1999, son reconocidos como pertenecientes al pueblo muisca contemporáneo con una identidad indígena.
Ella misma ha sido testigo de los cambios. Este sector de la periferia de Bogotá era antes una enorme vereda, donde sus padres araban y cultivaban plantas ornamentales y medicinales. De repente, empezaron a llegar los invasores y nuevos vecinos, la tierra se secó, el barrio se hizo polvoriento y la comunidad comenzó a fragmentarse. Algunos indígenas se dispersaron por esta y otras localidades. En últimas, la ciudadela es una oportunidad de mantenerse unidos.
Por eso Ángela destaca: “Estamos haciendo una lucha y una resistencia como comunidad para que no se convierta solamente cemento, apartamento, cemento. Sino para que continúe la supervivencia desde la parte de agroecología, desde la parte de estos espacios propios, espirituales, desde la parte de protección de un humedal, que es el humedal Chiguazaque, que es el humedal Tibanica, que están en esta localidad y que tienen referencia también desde lo ancestral en las comunidades étnicas y específicamente en la comunidad muisca de Bosa”.
Ángela sueña con que pronto esas costumbres vuelvan a ser una realidad. Que las calles estén dispuestas para seguir el calendario lunar, las viviendas sean lo suficientemente amplias como para recibir a varias generaciones de una familia y que exista un Qusmuy o casa sagrada circular hecha en materiales vegetales. Ella vive por concretar ese sueño en el que todos en su comunidad tengan terrazas para la agricultura urbana.
De paso, esa semilla de espiritualidad, de alimentación sana, de cambiar el cemento, es un regreso a la distribución social y geográfica que nuestros ancestros dedicaron con enorme sabiduría en estas planicies, bordeadas de lagos y humedales, como los que aún deja ver vivos la sabana donde viven los muiscas en la localidad de Bosa.
“Aportamos desde la parte ambiental, desde la parte territorial, desde la parte cultural y desde la parte identitaria. Desde la parte cultural sabemos que no vamos a perder, no vamos a perder esa forma y esa cosmovisión que tenemos como localidad desde el origen cultural”, concluye la gobernadora.
El Festival Sol y Luna
Durante 18 versiones, los muiscas de Bosa han realizado el festival Hizca Chia Zhue, con el que traen a la memoria de los lugareños el recuerdo de un pueblo ancestral que habitó las tierras gobernadas por el cacique Techotiva, nombre de origen Muisca que significa “Cercado que protege las mieses”.
Cuando los españoles llegaron a este altiplano, Bosa era el segundo poblado más importante del sur de la sabana de Bogotá. Pese a todo el proceso violento que han enfrentado para subsistir, festival el Hizca Chia Zhue sigue siendo ese motor de la tradición oral, con el que la palabra ha transmitido sus saberes de generación en generación, permitiendo así que hoy aún se pueda celebrar esta importante fiesta de los ancestros muiscas.
“El festival Hizca Chia Zhue, que significa las bodas del sol y la luna, lo realizamos anualmente y en este participan más de 2 mil o 3 mil personas. No solamente de toda la localidad, acá vienen personas artísticas de diferentes espacios de toda la ciudad. Hacemos concursos de música, de danzas y tradiciones en los que la localidad y la misma comunidad se integra”, cuenta la Gobernadora muisca.
Y agrega una de las historias que se recrean en ese festival: “Uno de los sitios también importantes y sagrados es la plaza fundacional de Bosa. Van a encontrar una cruz, esa cruz no es la parte católica, la pusieron los católicos, pero ahí es donde crucificaron, sacrificaron a uno de los grandes caciques muiscas de Bosa. Ahí, ese gran cacique fue también mutilado por no querer ceder, porque somos de las comunidades más rebeldes, si nos decían 'no hablen', nosotros hablábamos, es literal que nos hayan quitado la lengua para no continuar con nuestra lengua nativa”.
Pero Ángela no solo quiere hablar. Quiere tener voz y voto para que su pueblo siga creciendo en Bosa, localidad desde donde espera que toda la ciudad entienda y conozca cómo vive este pueblo muisca que aún, miles de años después de su creación, nos muestra cómo la vida puede ser un solo equilibrio entre alma y cuerpo. Esa es la lucha de Ángela.