Del chapín al tatuaje
“Chanclo de corcho, forrado de cordobán, muy usado en algún tiempo por las mujeres”. Esa es la definición que da el diccionario para "chapín", la palabra por la cual la localidad más efervescente de Bogotá se llama Chapinero. Cuando los sacerdotes dominicos se establecieron allí, el lugar era más un centro zapatero que un distrito tatuador.
La transición de los martillos y los clavos hacia la tinta y las agujas viene con un largo proceso de colonización por parte de la población joven bogotana, colombiana e incluso extranjera. Esas poblaciones se tomaron la localidad y la convirtieron en la nave nodriza de ese proyecto cultural llamado Bogotá.
Esa nave no gravitaría sin estudios como Foolhardy Tattoo Gallery, donde Ana Pouchard y su esposo, Andrés Guez, llevan seis años mezclando sangre y tinta al compás de las agujas que rasgan la piel. La estela que deja a su paso el pasar de la máquina es un registro de la calidad de artistas que trabajan en los estudios tatuadores de Chapinero.
“El tatuaje comenzó con grupos de punkeros, raperos, músicos, grafiteros y artistas. Antes era muy restringido. Ahora que está más aceptado se ven hasta grupos familiares que se tatúan en homenaje al allegado que murió”, asegura Pouchard. Para ella, la idea es que cada tatuaje sea único, así sea una rosa. A veces la estética se cruza en el camino del tatuador. Ana recibió a una clienta que quería que le tatuara un pezón. La persona tenía una reconstrucción de seno a causa de un cáncer y quería el pezón tal cual como tenía el suyo natural. En otras ocasiones, llega gente que quiere cubrir, con un tatuaje, cicatrices o quemaduras.
De alguna manera, Pouchard y su esposo hacen parte de los pioneros tatuadores en Chapinero. Andrés Guez, diseñador gráfico de profesión, cuenta que cuando él empezó no había tantos estudios de tatuaje: “Ahora se ven más con más gente, las tiendas han mejorado y un buen estudio tiene mínimo tres o cuatro artistas que se encargan de dividirse entre los estilos de tatuaje que hay: tradicional americano, realismo, entre otros”.
Algunas tatuadoras como Daniela Rojas dicen que Chapinero ha evolucionado en tiendas de tatuajes. Y en esa opinión la secunda Cristian Plazas, tatuador y body-piercing, quien asegura que más allá del tatuaje, las perforaciones también toman fuerza. “Antes era solo el arete de las mujeres, ahora se ve la perforación como forma de decoración de orejas, nariz, labios y otras aberturas corporales”, asegura.
También tienen su lugar los estudios que abastecen a los tatuadores. Geraldine Rodríguez trabaja para Big Brother, un estudio con puntos físicos y unidad móvil que abastece diferentes clientes de la localidad. “Esta es nuestra tienda móvil”, dice Rodriguez mientras señala una camioneta negra muy parecida a la de Scooby-Doo. “Aquí cargamos desde una aguja hasta una máquina. Los clientes nos llaman y llegamos allí”.
El entusiasmo por Chapinero como localidad tatudora no tiene límite ni frontera. “Para mí, Chapinero es el nacimiento del tatuaje en Colombia”, dice Andrés Guez. “Aquí se ven todos los movimientos, no solo de tatuadores, también de emprendedores de ropa, colectivos gráficos o restaurantes”, sentecia Ana Pouchard. Queda claro que la importancia estratégica de la localidad del chapín mutó a los ríos de tinta que deja en los cuerpos de quienes la visitan.
Mientras uno de los tatuadores cuenta la historia de su primer tatuaje llega un cliente a Foolhardy. Ana lo atiende: “Hola Anita, me quiero hacer un Uróboros, una serpiente que se come a sí misma en forma de brazalete”. Mientras Ana trabaja, su esposo dice que el tatuaje es la expresión cultural más importante en la actualidad. Algunos estarán de acuerdo con esa escueta definición. Otros dirán que es un dibujo grabado en la piel introduciendo sustancias colorantes bajo la epidermis.